El Bernabéu se sumió en el más absoluto silencio cuando Diego López vio pasar el balón por encima de su cuerpo. Fuerte, potente, colocado. Messi no quiso permitir ninguna heroicidad del meta local y dinamitó el partido con su hat-trick, el cuarto y definitivo gol azulgrana de la noche. De nuevo, el Madrid se arrodillaba ante la majestuosa calidad de Iniesta, Xavi y el mejor de siempre aún sin ser Balón de Oro.
Se habló de un partido a "liga o nada", un concepto que el mismo Martino había reconocido la previa del encuentro. Sin victoria azulgrana, los catalanes podían olvidarse del título doméstico. Ni la presencia de Neymar ni los tres goles de Messi ante Osasuna hacían presagiar favoritismo alguno para un equipo inconstante y frágil atrás, tan desequilibrado en la retaguardia como superlativo en ataque.
Para tal reto, el asalto solo se preveía posible con la mejor versión del diez azulgrana, algo que durante la temporada se ha echado en falta demasiado a menudo. Ya sea por las lesiones, falta de ritmo o por guardarse para el Mundial, la realidad es que a Lio se le ha visto apagado durante largas etapas. Opaco, sin chispa y, en ocasiones, sin actitud.
El aficionado del Barcelona tiende a valorar el rendimiento del argentino según la ecuación de la suma de regates, eslálones y dríblings por partido, multiplicado por sus goles. Como si La Pulga debiera resolver los partidos con un par de sus carreras marca de la casa. El problema es que hace tiempo que Messi evolucionó a un grado superior de control, personal y colectivo, que le aleja de aquellas actuaciones individuales mágicas.
Nada queda del joven que tenía que reivindicarse desde el extremo, y poco hay del Balón de Oro que debía confirmar su reinado. El argentino hace demasiado que vence en todo y arrasa con todos. Uno pude hasta cansarse de sí mismo. Su legado es eterno, y únicamente él mismo puede extender su propio mito. Conocedor de su estatus intocable y de la necesidad de cuidar su cuerpo para exprimirlo en Brasil, Messi se ha custodiado sin dejar de ser exclusivo.
Así, el Camp Nou ha sospechado como nunca antes de su desatención defensiva y de su troteo inconstante, desentendido; pero nunca podrá negar que en los momentos de necesidad el argentino no haya aparecido. Distinto, pero presente.
El juego de Messi ha madurado hasta el punto de no solo basar su juego en su capacidad anotadora, sino en saber atraer a rivales, facilitar espacios a compañeros y asistirles, como demostró en el gol de Iniesta o en el penalti sobre Neymar. Messi ya no es solo una máquina de hacer goles; es un producto global.
Su impacto en los terrenos de juego tocó su cénit la temporada pasada, en el momento que entró medio lesionado para resolver la eliminatoria en la vuelta de cuartos de Champions ante el PSG. Mermado y lastrado, su presencia empequeñeció al hasta entonces poderoso equipo de Ancelotti, que se disolvió ante la figura del crack.
En esta temporada, ruidosa y abrupta a nivel social y personal, Messi sigue progresando como un jugador más completo y total. Cuando el físico no dio más de sí, el argentino supo potenciar su faceta asociativa; y cuando la cabeza le pidió una pausa, aceptó parar para fortalecerse y volver con aquella famosa "mirada asesina". Con todo, parece llegar más fresco al tramo decisivo de temporada, algo que su Barcelona, y sobretodo Argentina, agradecerán.
A falta de nueve partidos para la conclusión del campeonato y habiéndose perdido siete encuentros, Messi ya ha conseguido su tercera mejor marca como asistente en Liga y ya es tercero en la lucha para el hace dos semanas utópico Pichichi. Sin la brillantez de antaño, la grandeza del rosarino seguirá inalterable. Bienvenidos al mundo Messi 2.0. La evolución de un genio.
Se habló de un partido a "liga o nada", un concepto que el mismo Martino había reconocido la previa del encuentro. Sin victoria azulgrana, los catalanes podían olvidarse del título doméstico. Ni la presencia de Neymar ni los tres goles de Messi ante Osasuna hacían presagiar favoritismo alguno para un equipo inconstante y frágil atrás, tan desequilibrado en la retaguardia como superlativo en ataque.
Para tal reto, el asalto solo se preveía posible con la mejor versión del diez azulgrana, algo que durante la temporada se ha echado en falta demasiado a menudo. Ya sea por las lesiones, falta de ritmo o por guardarse para el Mundial, la realidad es que a Lio se le ha visto apagado durante largas etapas. Opaco, sin chispa y, en ocasiones, sin actitud.
El aficionado del Barcelona tiende a valorar el rendimiento del argentino según la ecuación de la suma de regates, eslálones y dríblings por partido, multiplicado por sus goles. Como si La Pulga debiera resolver los partidos con un par de sus carreras marca de la casa. El problema es que hace tiempo que Messi evolucionó a un grado superior de control, personal y colectivo, que le aleja de aquellas actuaciones individuales mágicas.
Nada queda del joven que tenía que reivindicarse desde el extremo, y poco hay del Balón de Oro que debía confirmar su reinado. El argentino hace demasiado que vence en todo y arrasa con todos. Uno pude hasta cansarse de sí mismo. Su legado es eterno, y únicamente él mismo puede extender su propio mito. Conocedor de su estatus intocable y de la necesidad de cuidar su cuerpo para exprimirlo en Brasil, Messi se ha custodiado sin dejar de ser exclusivo.
Así, el Camp Nou ha sospechado como nunca antes de su desatención defensiva y de su troteo inconstante, desentendido; pero nunca podrá negar que en los momentos de necesidad el argentino no haya aparecido. Distinto, pero presente.
El juego de Messi ha madurado hasta el punto de no solo basar su juego en su capacidad anotadora, sino en saber atraer a rivales, facilitar espacios a compañeros y asistirles, como demostró en el gol de Iniesta o en el penalti sobre Neymar. Messi ya no es solo una máquina de hacer goles; es un producto global.
Su impacto en los terrenos de juego tocó su cénit la temporada pasada, en el momento que entró medio lesionado para resolver la eliminatoria en la vuelta de cuartos de Champions ante el PSG. Mermado y lastrado, su presencia empequeñeció al hasta entonces poderoso equipo de Ancelotti, que se disolvió ante la figura del crack.
En esta temporada, ruidosa y abrupta a nivel social y personal, Messi sigue progresando como un jugador más completo y total. Cuando el físico no dio más de sí, el argentino supo potenciar su faceta asociativa; y cuando la cabeza le pidió una pausa, aceptó parar para fortalecerse y volver con aquella famosa "mirada asesina". Con todo, parece llegar más fresco al tramo decisivo de temporada, algo que su Barcelona, y sobretodo Argentina, agradecerán.
A falta de nueve partidos para la conclusión del campeonato y habiéndose perdido siete encuentros, Messi ya ha conseguido su tercera mejor marca como asistente en Liga y ya es tercero en la lucha para el hace dos semanas utópico Pichichi. Sin la brillantez de antaño, la grandeza del rosarino seguirá inalterable. Bienvenidos al mundo Messi 2.0. La evolución de un genio.