Como bien saben los lectores de este blog, los hispanos nunca pasan de moda para la Fundación Carolina. En realidad, son y continuarán siendo tendencia. Mientras EEUU sigue liderando el mundo libre (ahora con su ayuda) e Iberoamérica se afirma como región al alza en el tablero diplomático global. Y es que, mientras el planeta gira, no hay mes en el que, por una u otra razón, no sean noticia: hace poco hemos visto que se han convertido en el grupo más numeroso de California (octava economía del mundo) superando, con su 39% de población, a la de blancos no hispanos y situándose muy por encima del 14% de asiáticos y del 7% de afro-americanos. Una preponderancia que ya se producía en Nuevo México y está previsto que pronto se dé en Texas. Otro hecho relevante ha sido el de la justa concesión del Oscar al mejor director a Alfonso Cuarón, por la hipnótica y desasosegante Gravity. Junto con González Iñárritu (21 gramos, Babel) y Guillermo del Toro (Pacific Rim, guionista de El hobbit) conforma el trío de ases hispanos en la industria creativa hollywoodiense. Por su inmensa carga simbólica, además de económica (Hollywood es la primera fábrica exportadora del país), merece la pena revisar sucintamente la evolución que ha experimentado lo latino en este sector, ya que nos puede decir mucho del lugar que los hispanos ocupan más allá de los números.
Sin olvidar el perenne cliché del latin lover que estableció Rodolfo Valentino, actualizado por nuestro gran embajador Antonio Banderas, lo cierto es que antiguamente la imagen de los hispanos no salía muy bien parada, si es que aparecían alguna vez. El romance intercultural de West Side Story no dejaba de presentarnos a una banda barriobajera de puertorriqueños, cuyo carácter criminal llevará al paroxismo el cubano Tony Montana (Al Pacino) en Scarface. Esta asociación a la delincuencia (que encuentra su arquetipo en el bandolerismo) se repetía con frecuencia en la serie de los ochenta Corrupción en Miami, donde paradójicamente el Teniente Martin Castillo (interpretado por Edward James Olmos) era el jefe de la Brigada antivicio. Por cierto, James Olmos -quien también hizo de acompañante de Harrison Ford en Blade Runner- ha estado siempre muy involucrado en el movimiento chicano y llegó a dirigir y protagonizar en el 92 una película sobre mafia mexicana, American Me.
Ahora bien, es precisamente en los noventa cuando puede decirse que las cosas empiezan a cambiar, en parte gracias al estilo provocador, paródico y excesivo (tarantinesco) de Robert Rodríguez, a quien debemos El mariachi y Desperado y ya mucho más tarde, Machete (protagonizada por ese otro rostro malencarado inolvidable, el de Danny Trejo). Posiblemente no sea casualidad que en esa década se iniciara también el desembarco español en Hollywood, ni que eclosionara el cine de Almodóvar. Lo cierto es que desde entonces la presencia hispana ha sido una constante y es difícil no toparse con una película o serie estadounidense en la que no despunte su particular sello, bien en clave de caricatura (la sexy e histriónica Sofia Vergara en Modern Family, la frívola Eva Longoria de Mujeres Desesperadas o los narcos en Weeds y Breaking Bad, que transcurren en California y Nuevo México); bien como símbolos del nuevo poder político, como ilustran el flamante senador Matt Santos (Jimmy Smits) en El ala oeste de la Casa Blanca o la jefa de Gabinete del presidente en la elegante House of Cards protagonizada Kevin Spacey (en papeles inéditos hace bien poco, hoy ya totalmente verosímiles).
No obstante, la mejor prueba de la plena incorporación de los hispanos a la industria la revela su ubicación ajena a cualquier tipo de encasillamiento y así no resulta extraño ver a García Bernal, Jessica Alba o Penélope Cruz representando personajes sin toque étnico alguno: una normalización que conecta con los años dorados de Hollywood, cuando pocos asociaban a Rita Hayworth (hija de sevillano) con lo hispano, si bien también hizo de latina cuando todavía era Rita Cansino. Pero si algo singular está aportando la nueva generación hispana -la de Cuarón y la de innumerables guionistas, modistas, especialistas de efectos, etc.- no radica en ningún elemento exótico o militante, sino en una creatividad y frescura totalmente ceñida a la destreza técnica y artística que implica la esfera audiovisual, producto único de su talento y esfuerzo. El mismo tesón que caracteriza a la nueva delegación de jóvenes hispanos estadounidenses (la decimoquinta promoción) que visita España invitada por la Carolina. ¡Ojalá que su ejemplo inspire también a los jóvenes de nuestra sociedad!
Sin olvidar el perenne cliché del latin lover que estableció Rodolfo Valentino, actualizado por nuestro gran embajador Antonio Banderas, lo cierto es que antiguamente la imagen de los hispanos no salía muy bien parada, si es que aparecían alguna vez. El romance intercultural de West Side Story no dejaba de presentarnos a una banda barriobajera de puertorriqueños, cuyo carácter criminal llevará al paroxismo el cubano Tony Montana (Al Pacino) en Scarface. Esta asociación a la delincuencia (que encuentra su arquetipo en el bandolerismo) se repetía con frecuencia en la serie de los ochenta Corrupción en Miami, donde paradójicamente el Teniente Martin Castillo (interpretado por Edward James Olmos) era el jefe de la Brigada antivicio. Por cierto, James Olmos -quien también hizo de acompañante de Harrison Ford en Blade Runner- ha estado siempre muy involucrado en el movimiento chicano y llegó a dirigir y protagonizar en el 92 una película sobre mafia mexicana, American Me.
Ahora bien, es precisamente en los noventa cuando puede decirse que las cosas empiezan a cambiar, en parte gracias al estilo provocador, paródico y excesivo (tarantinesco) de Robert Rodríguez, a quien debemos El mariachi y Desperado y ya mucho más tarde, Machete (protagonizada por ese otro rostro malencarado inolvidable, el de Danny Trejo). Posiblemente no sea casualidad que en esa década se iniciara también el desembarco español en Hollywood, ni que eclosionara el cine de Almodóvar. Lo cierto es que desde entonces la presencia hispana ha sido una constante y es difícil no toparse con una película o serie estadounidense en la que no despunte su particular sello, bien en clave de caricatura (la sexy e histriónica Sofia Vergara en Modern Family, la frívola Eva Longoria de Mujeres Desesperadas o los narcos en Weeds y Breaking Bad, que transcurren en California y Nuevo México); bien como símbolos del nuevo poder político, como ilustran el flamante senador Matt Santos (Jimmy Smits) en El ala oeste de la Casa Blanca o la jefa de Gabinete del presidente en la elegante House of Cards protagonizada Kevin Spacey (en papeles inéditos hace bien poco, hoy ya totalmente verosímiles).
No obstante, la mejor prueba de la plena incorporación de los hispanos a la industria la revela su ubicación ajena a cualquier tipo de encasillamiento y así no resulta extraño ver a García Bernal, Jessica Alba o Penélope Cruz representando personajes sin toque étnico alguno: una normalización que conecta con los años dorados de Hollywood, cuando pocos asociaban a Rita Hayworth (hija de sevillano) con lo hispano, si bien también hizo de latina cuando todavía era Rita Cansino. Pero si algo singular está aportando la nueva generación hispana -la de Cuarón y la de innumerables guionistas, modistas, especialistas de efectos, etc.- no radica en ningún elemento exótico o militante, sino en una creatividad y frescura totalmente ceñida a la destreza técnica y artística que implica la esfera audiovisual, producto único de su talento y esfuerzo. El mismo tesón que caracteriza a la nueva delegación de jóvenes hispanos estadounidenses (la decimoquinta promoción) que visita España invitada por la Carolina. ¡Ojalá que su ejemplo inspire también a los jóvenes de nuestra sociedad!