Si alguien me pregunta quién me ha hecho reír más en esta vida siempre pienso, entre otros pocos, en El Gran Wyoming. Lo hizo desde el primer día, en Casa Emilio, en los años 80, en medio de una de aquellas tertulias que Plácido Serrano organizaba en la radio. El Gran Wyoming, Chechu, había venido a Zaragoza con Moncho Alpuente y El Reverendo para actuar en el Teatro del Mercado. Era muy gracioso en el teatro pero, fuera de él, aún lo era más. Su descaro mental y su capacidad para improvisar ocurrencias insospechadas y desternillantes son, a estas alturas, de dominio público. Es un genio del arte de hacer reír, una de las artes más admirables que existen. La risa ya no puede ser más hermosa, ni más saludable, ni más necesaria. El Gran Wyoming es un fuera de serie de la risa. Pero es muchas cosas más.
Nació en el barrio de la Prosperidad, la Prospe, a mediados de los 50, cuando ese lugar era un pueblecito pegado a Madrid. Su padre funcionario era de Monreal del Campo (Teruel) y su madre había abierto en los años 40 la primera farmacia de la Prosperidad. En el barrio era conocido como "el de la farmacia". A los 17 años viajó a Ámsterdam con una obsesión: perder la virginidad, algo que en España se le había puesto imposible. Lo consiguió con la enfermera de un psiquiátrico, en la habitación que la chica ocupaba en el centro. Fue uno de esos españoles que eligió estudiar Medicina al ver en la tele series como Marcus Welby, doctor en medicina y Centro médico. Ejerció como médico en Buitrago del Lozoya, en la sierra norte de Madrid. Su hermano Seju le contagió su pasión por la música y la guitarra y le presentó a una persona clave en su vida, El Reverendo, que le invitó a formar parte del grupo de rock Paracelso. De lunes a viernes pasaba consulta y los fines de semana se lucía en las discotecas de la periferia. Era la segunda mitad de los 70, en el fulgor de la Transición. En la Prospe, muy cerca de su casa, había un local en el que se foguearon algunos de los conjuntos musicales pioneros de la movida madrileña. Chechu se empapó de aquel ambiente. Él y El Reverendo fueron algunos de los grandes animadores de los bares de Madrid, sobre todo de uno, La Aurora, en el que actuaron durante ocho años. Un día Fernando Trueba me comentó que El Gran Wyoming iba a ser el guionista de un argumento que Mariano Gistaín y yo habíamos escrito para la serie La mujer de tu vida. La historia se titulaba La mujer de blanco y arrancaba cuando el camarero de una boda se enamoraba de la novia. La serie se suspendió antes de rodar ese episodio pero, al menos, puedo contarlo.
La tele le hizo muy popular: La noche se mueve en Telemadrid, El peor programa de la semana en TVE y, sobre todo, Caiga quien caiga en Tele 5. De TVE y de Tele 5 salió antes de lo que él hubiese querido: en TVE fue víctima de ejecutivos socialistas y en Tele 5 de las presiones del Gobierno del PP. Ahora, desde hace ocho años, presenta en la Sexta El Intermedio y, de nuevo, mucha gente brindaría con champán si se lo cargaran. Pero mientras la audiencia le avale, por puro sentido del negocio, no es fácil que lo hagan.
Acaba de publicar un libro, No estamos locos, en el que descubre otro de los lados de su arrebatadora personalidad. El libro es un ensayo de 300 páginas donde arroja su particular mirada sobre la vida de España y en el que indaga en las claves que explican por qué estamos cómo estamos, cómo hemos llegado hasta el fondo del pozo. No estamos locos no es un panfleto. Es un relato lleno de enjundia en el que Chechu vuelca su manera de entender el funcionamiento del mundo. Escribe de historia, de economía, de finanzas, de justicia, de moral o de política con total dominio de la información, conceptos e ideas que maneja. El Gran Wyoming traza un retrato de nuestro país que no tiene desperdicio y desnuda sus debilidades con una avalancha de datos bastante incontestable. El libro es uno de los fenómenos editoriales de los últimos tiempos. El otro día tuve el placer de presentarlo en la Universidad de Málaga en un auditorio repleto y rendido a las palabras de Chechu. Afuera, unas 200 personas se quedaron con las ganas. La mentira, el fraude y la impostura se han apoderado de tal forma de nuestro paisaje que nada nos resulta más revolucionario y seductor que un ser humano que parece decir, exactamente, lo que piensa, sin maquillajes.
Muchos sostienen que El Gran Wyoming es venerado por la España progresista y detestado por la conservadora. Me resisto a creerlo. Es obvio que Chechu desata los bajos instintos de la España ultrarrancia, sobre todo esa que se refugia en ciertos medios de comunicación y en el anonimato miserable de Internet y las redes sociales. Esa España no soporta que un tipo tan gracioso e inteligente la desenmascare. Pero me apetece pensar que esa España es muy minoritaria y que lo que sucede es que, al ser terriblemente agresiva y estridente, provoca una imagen desvirtuada de la derecha española. Cualquier persona decente que lea No estamos locos puede sintonizar con buena parte de las observaciones y reflexiones que se incluyen en el libro de un librepensador que denuncia la codicia, la corrupción, la injusticia, la escandalosa desigualdad, la obscena tiranía del dinero, el abuso sobre los débiles, las estrategias de los poderosos para engordar su poder, la demolición del Estado del Bienestar, la degradación de nuestra época o la pervivencia más o menos camuflada de franquismo casi 40 años después de la muerte de Franco. La decencia, por descontado, no es patrimonio de la izquierda. La decencia es patrimonio de los decentes.
Es muy revelador que esa España talibán a la que saca de quicio y que tantas ganas le tiene, no haya desmontado ninguno de los argumentos que utiliza en No estamos locos. El reproche más repetido que le disparan desde la caverna es ridículo: El Gran Wyoming es rico. Esa España nunca ha digerido que los ricos no sean de los suyos. Chechu es de izquierdas desde crío, y eso que su padre, al que adoraba, era del Opus Dei. Como él insinúa, lo que sería absurdo e incoherente es que su ideología hubiera cambiado a medida que se inflaba su cuenta corriente. Aunque a su patrimonio y a su propio brillo profesional les viene fenomenal que gobierne la derecha, él desea con todas sus fuerzas que lo haga la izquierda. Esa es su coherencia.
Ahora, El Gran Wyoming rumia una idea de lo más estimulante: subirse al escenario de un teatro y representar un monólogo inspirado en las cosas que pasan. Mientras tanto, como en los días en los que atendía a los pacientes de Buitrago del Lozoya, emplea los fines de semana en viajar por toda España con una banda, Los insolventes, con la que versiona clásicos del rock de los 60 y 70. Eso, coger una guitarra, ir por ahí, cantar y entretener a la gente es algo que siempre le ha hecho sentirse completamente libre y feliz. Gran, enorme, Chechu.
Este artículo se publicó originalmente en el diario Heraldo de Aragón.
Nació en el barrio de la Prosperidad, la Prospe, a mediados de los 50, cuando ese lugar era un pueblecito pegado a Madrid. Su padre funcionario era de Monreal del Campo (Teruel) y su madre había abierto en los años 40 la primera farmacia de la Prosperidad. En el barrio era conocido como "el de la farmacia". A los 17 años viajó a Ámsterdam con una obsesión: perder la virginidad, algo que en España se le había puesto imposible. Lo consiguió con la enfermera de un psiquiátrico, en la habitación que la chica ocupaba en el centro. Fue uno de esos españoles que eligió estudiar Medicina al ver en la tele series como Marcus Welby, doctor en medicina y Centro médico. Ejerció como médico en Buitrago del Lozoya, en la sierra norte de Madrid. Su hermano Seju le contagió su pasión por la música y la guitarra y le presentó a una persona clave en su vida, El Reverendo, que le invitó a formar parte del grupo de rock Paracelso. De lunes a viernes pasaba consulta y los fines de semana se lucía en las discotecas de la periferia. Era la segunda mitad de los 70, en el fulgor de la Transición. En la Prospe, muy cerca de su casa, había un local en el que se foguearon algunos de los conjuntos musicales pioneros de la movida madrileña. Chechu se empapó de aquel ambiente. Él y El Reverendo fueron algunos de los grandes animadores de los bares de Madrid, sobre todo de uno, La Aurora, en el que actuaron durante ocho años. Un día Fernando Trueba me comentó que El Gran Wyoming iba a ser el guionista de un argumento que Mariano Gistaín y yo habíamos escrito para la serie La mujer de tu vida. La historia se titulaba La mujer de blanco y arrancaba cuando el camarero de una boda se enamoraba de la novia. La serie se suspendió antes de rodar ese episodio pero, al menos, puedo contarlo.
La tele le hizo muy popular: La noche se mueve en Telemadrid, El peor programa de la semana en TVE y, sobre todo, Caiga quien caiga en Tele 5. De TVE y de Tele 5 salió antes de lo que él hubiese querido: en TVE fue víctima de ejecutivos socialistas y en Tele 5 de las presiones del Gobierno del PP. Ahora, desde hace ocho años, presenta en la Sexta El Intermedio y, de nuevo, mucha gente brindaría con champán si se lo cargaran. Pero mientras la audiencia le avale, por puro sentido del negocio, no es fácil que lo hagan.
Acaba de publicar un libro, No estamos locos, en el que descubre otro de los lados de su arrebatadora personalidad. El libro es un ensayo de 300 páginas donde arroja su particular mirada sobre la vida de España y en el que indaga en las claves que explican por qué estamos cómo estamos, cómo hemos llegado hasta el fondo del pozo. No estamos locos no es un panfleto. Es un relato lleno de enjundia en el que Chechu vuelca su manera de entender el funcionamiento del mundo. Escribe de historia, de economía, de finanzas, de justicia, de moral o de política con total dominio de la información, conceptos e ideas que maneja. El Gran Wyoming traza un retrato de nuestro país que no tiene desperdicio y desnuda sus debilidades con una avalancha de datos bastante incontestable. El libro es uno de los fenómenos editoriales de los últimos tiempos. El otro día tuve el placer de presentarlo en la Universidad de Málaga en un auditorio repleto y rendido a las palabras de Chechu. Afuera, unas 200 personas se quedaron con las ganas. La mentira, el fraude y la impostura se han apoderado de tal forma de nuestro paisaje que nada nos resulta más revolucionario y seductor que un ser humano que parece decir, exactamente, lo que piensa, sin maquillajes.
Muchos sostienen que El Gran Wyoming es venerado por la España progresista y detestado por la conservadora. Me resisto a creerlo. Es obvio que Chechu desata los bajos instintos de la España ultrarrancia, sobre todo esa que se refugia en ciertos medios de comunicación y en el anonimato miserable de Internet y las redes sociales. Esa España no soporta que un tipo tan gracioso e inteligente la desenmascare. Pero me apetece pensar que esa España es muy minoritaria y que lo que sucede es que, al ser terriblemente agresiva y estridente, provoca una imagen desvirtuada de la derecha española. Cualquier persona decente que lea No estamos locos puede sintonizar con buena parte de las observaciones y reflexiones que se incluyen en el libro de un librepensador que denuncia la codicia, la corrupción, la injusticia, la escandalosa desigualdad, la obscena tiranía del dinero, el abuso sobre los débiles, las estrategias de los poderosos para engordar su poder, la demolición del Estado del Bienestar, la degradación de nuestra época o la pervivencia más o menos camuflada de franquismo casi 40 años después de la muerte de Franco. La decencia, por descontado, no es patrimonio de la izquierda. La decencia es patrimonio de los decentes.
Es muy revelador que esa España talibán a la que saca de quicio y que tantas ganas le tiene, no haya desmontado ninguno de los argumentos que utiliza en No estamos locos. El reproche más repetido que le disparan desde la caverna es ridículo: El Gran Wyoming es rico. Esa España nunca ha digerido que los ricos no sean de los suyos. Chechu es de izquierdas desde crío, y eso que su padre, al que adoraba, era del Opus Dei. Como él insinúa, lo que sería absurdo e incoherente es que su ideología hubiera cambiado a medida que se inflaba su cuenta corriente. Aunque a su patrimonio y a su propio brillo profesional les viene fenomenal que gobierne la derecha, él desea con todas sus fuerzas que lo haga la izquierda. Esa es su coherencia.
Ahora, El Gran Wyoming rumia una idea de lo más estimulante: subirse al escenario de un teatro y representar un monólogo inspirado en las cosas que pasan. Mientras tanto, como en los días en los que atendía a los pacientes de Buitrago del Lozoya, emplea los fines de semana en viajar por toda España con una banda, Los insolventes, con la que versiona clásicos del rock de los 60 y 70. Eso, coger una guitarra, ir por ahí, cantar y entretener a la gente es algo que siempre le ha hecho sentirse completamente libre y feliz. Gran, enorme, Chechu.
Este artículo se publicó originalmente en el diario Heraldo de Aragón.