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Una felicidad que intriga

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Acaban de salir los resultados del barómetro del mes de marzo del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). La estabilidad en la distribución de las respuestas a las preguntas que constituyen su núcleo mensual es la tónica general: paro como principal problema de los españoles, muy destacado del resto; corrupción y fraude, como segundo; y la categoría genérica sobre los problemas económicos, como tercero. Un pódium que, como ocurre con la Fórmula 1, parece siempre el mismo, como si fuera siempre la misma carrera.

Como si fuera el mismo barómetro. Uno llega a pensar que, en lugar de las variaciones en las opiniones, lo que se recoge es un efecto del propio instrumento, del barómetro. Como si se intentara medir la temperatura corporal de alguien, en sucesivas ocasiones, con un termómetro que tiene pintado el mercurio hasta los 37 grados. Siempre con fiebre. Así es como parece estar la opinión pública española desde hace más de un lustro, detenida en la fiebre emocional del paro. Por otro lado ¿qué otra cosa podría preocuparnos más como ciudadanos?

Ahora bien, como todos los barómetros mensuales, el de este mes de marzo trae otras informaciones sobre la opinión pública española. El grueso del mismo se dedica a las relaciones entre géneros en el espacio doméstico, con especial hincapié en el reparto de tareas. Pero tal vez la pregunta más llamativa es la relativa a la felicidad. Se pregunta a los seleccionados si, en términos generales, se consideran personas felices o infelices, debiendo de situarse en una escala que va desde el cero, para los que se consideran completamente infelices, al 10, para los que se consideran completamente felices. Una pregunta que, con diversos formatos, se viene incluyendo en los estudios del instituto demoscópico público con cierta periodicidad; incluida en muy variados cuestionarios, según su temática, con mayor o menor fortuna según los casos. Aquí, se puede sospechar que la proximidad del día dedicado a la felicidad ha tenido algo que ver en la inclusión.

Desconozco si los analistas la utilizarán como variable independiente o como variable dependiente. Sin entrar en lenguaje oscuro y, por lo tanto, en no-lenguaje, con ello se quiere decir si se quiere estudiar el grado de felicidad de los españoles para explicar sus opiniones sobre los distintos asuntos públicos, o, al contrario, se quiere explicar la felicidad a partir de lo que son, hacen y opinan los españoles. ¿El grado de felicidad lleva a votar más al Partido Popular o al Partido Socialista? ¿Qué partido político lleva a los máximos grados de felicidad? Parece que esta pregunta sí que es impertinente.

Muchos señalarán que esto de la felicidad no puede medirse. Otros, que serán los menos los encuestados dispuestos a mostrarse como infelices ante los demás, ya que culturalmente el infeliz espanta hasta las moscas. Incluso habrá quienes se cuestionen sobre la inclusión de una pregunta con estos contenidos en unos cuestionarios tan serios. Pero la felicidad es seria. Y tal vez un fin colectivo. No hace falta recordar que está recogida en la Constitución estadounidense. Por lo tanto, se podría concluir que debiera preguntarse todos los meses por nuestro grado de felicidad. Es más, que los poderes públicos cobraran o dejaran de cobrar una parte sustancial de su sueldo según la escala de felicidad colectiva fuese al alza o a la baja. Sin embargo, la distribución de las respuestas a la pregunta sobre la felicidad en los cuestionarios se comporta con una rigidez extrema. De manera casi constante, tres de cada cuatro encuestados tiende a mostrarse como feliz. Son los que han optado por el siete o más en la escala referida.

Prácticamente da igual que caigan chuzos de punta o que luzca el sol, el porcentaje de españoles felices se mantiene. ¿Por qué? ¿Idiosincrasia ibérica tendente a tres cuartos de kilo de felicidad? ¿Se está midiendo más la cultura de mostrarse feliz ante los demás que realmente el estado de felicidad de una sociedad? Tal vez. Aunque desde aquí invito a que se indague sobre qué categorías sociales son más felices. Y, sobre todo, a que se expliquen las razones de tal felicidad. Lo primero no es tan difícil. Basta con echar un vistazo a las distintas tablas que nos ofrece el CIS. Lo segundo... es ya harina de otro costal y una llamada -desesperada- a la imaginación.

Lo más misterioso de todo es el 13% de españoles mayores de dieciocho años que dice sentirse completamente feliz. Hay mayor probabilidad de encontrar a estos dichosos seres entre los más jóvenes, que entre los de más edad; entre los que tienen menos estudios, que entre los que tienen estudios universitarios; entre los de extrema izquierda y extrema derecha, que entre los moderados y centristas. Hay que subrayar que las diferencias, en términos estadísticos, son escasas. Pero tal vez estén indicando algo. La interpretación la dejo a su parecer.

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