Entre las muchas cosas que Latinoamérica ha hecho bien durante la última década está la de haber comunicado efectivamente sus logros.
No cabe duda de que en la conversación global sobre la región, los prescriptores reconocen cuánto se avanzó en lo social y económico: por un lado, su gran ampliación de la clase media, y por otro, un crecimiento económico sostenido que contribuyó a lo anterior.
Sin embargo, se está intentando sembrar una sombra de duda sobre esos bien documentados logros latinoamericanos. Se cuestiona esencialmente si se hizo lo necesario durante el boom de la última década. Se preguntan si el alto crecimiento regional se debió a la suerte del super ciclo de las commodities y que ahora se acabó la fiesta. Varios datos económicos atizan este argumento: la caída en el precio de las materias primas minerales y agrícolas, y la contracción de su demanda global, principalmente por una desaceleración del crecimiento de China.
Yo pertenezco al bando de quienes no comulgan con la tesis de que la pasada fue una década perdida. Los datos concretos respaldan igualmente mi posición: 80 millones de latinoamericanos dejaron la pobreza en los últimos años y hoy en día hay más personas que pertenecen a la clase media que a los pobres, incluso en países tan significativos como Brasil.
Creo que cuando se habla de que se desaprovechó una oportunidad histórica, la afirmación suena distante del sentir de las grandes mayorías, quienes perciben que su situación realmente mejoró, según relatan numerosos estudios y encuestas.
Un aforismo de nuestra industria es que comunicar sobre el pasado es siempre menos relevante para la gente, que hacerlo sobre el presente y el futuro. Los seres humanos siempre tratan de seguir mejorando su calidad de vida, no al revés. En ese sentido, es más fácil comunicar más de lo mismo o, más de lo mismo pero mejor, que suena evidentemente más alentador que la historia de la oportunidad perdida.
Quienes se inclinan por esta última opción, caen en una línea regional clásica: la de mirar hacia atrás, no para aprender lecciones que nos puedan preparar mejor para el futuro sino para una suerte de ajuste de cuentas con el pasado -por ejemplo, con quienes tuvieron una responsabilidad de gestión en la última década.
El argumento que esgrimen es que alguien tiene que dar los mensajes duros de escuchar, pero correctos.
Pero éstos van a contrapelo del sentir mayoritario. No es casualidad que el consenso regional siga firmemente afincado en la necesidad de crecer económicamente, de impulsar la actividad privada y la competitividad pero con un Estado regulador que garantice la igualdad de oportunidades.
Distanciarse de esto que podríamos caracterizar como el centro regional -es decir, políticamente neutro- ha de tener implicaciones para quienes quieren colocarse cerca del sentir regional.
Creo que los países han tratado de aprovechar al máximo el boom, en lo social y económico, diversificando renglones exportables y mercados. ¿Suerte? ¿O políticas justas? Es más realista posicionar lo segundo que lo primero.
Más de lo mismo pero mejor equivale a decir que para seguir impulsando la agenda social será necesario profundizar en la competitividad de los sectores tradicionales, exportadores, ajustar la educación a la realidad global y de los países para reforzar sus puntos de éxito, modernizar la infraestructura y así disminuir la vulnerabilidad. Para muestra un botón de los retos: los costes logísticos son cuatro veces mayores en Latinoamérica que en la OECD; en educación, desde el siglo pasado no producimos la suficiente cantidad de ingenieros para competir bien en esta nueva realidad interconectada.
Esa es la agenda del presente y del futuro. El síndrome de la oportunidad perdida es del pasado.
No cabe duda de que en la conversación global sobre la región, los prescriptores reconocen cuánto se avanzó en lo social y económico: por un lado, su gran ampliación de la clase media, y por otro, un crecimiento económico sostenido que contribuyó a lo anterior.
Sin embargo, se está intentando sembrar una sombra de duda sobre esos bien documentados logros latinoamericanos. Se cuestiona esencialmente si se hizo lo necesario durante el boom de la última década. Se preguntan si el alto crecimiento regional se debió a la suerte del super ciclo de las commodities y que ahora se acabó la fiesta. Varios datos económicos atizan este argumento: la caída en el precio de las materias primas minerales y agrícolas, y la contracción de su demanda global, principalmente por una desaceleración del crecimiento de China.
Yo pertenezco al bando de quienes no comulgan con la tesis de que la pasada fue una década perdida. Los datos concretos respaldan igualmente mi posición: 80 millones de latinoamericanos dejaron la pobreza en los últimos años y hoy en día hay más personas que pertenecen a la clase media que a los pobres, incluso en países tan significativos como Brasil.
Creo que cuando se habla de que se desaprovechó una oportunidad histórica, la afirmación suena distante del sentir de las grandes mayorías, quienes perciben que su situación realmente mejoró, según relatan numerosos estudios y encuestas.
Un aforismo de nuestra industria es que comunicar sobre el pasado es siempre menos relevante para la gente, que hacerlo sobre el presente y el futuro. Los seres humanos siempre tratan de seguir mejorando su calidad de vida, no al revés. En ese sentido, es más fácil comunicar más de lo mismo o, más de lo mismo pero mejor, que suena evidentemente más alentador que la historia de la oportunidad perdida.
Quienes se inclinan por esta última opción, caen en una línea regional clásica: la de mirar hacia atrás, no para aprender lecciones que nos puedan preparar mejor para el futuro sino para una suerte de ajuste de cuentas con el pasado -por ejemplo, con quienes tuvieron una responsabilidad de gestión en la última década.
El argumento que esgrimen es que alguien tiene que dar los mensajes duros de escuchar, pero correctos.
Pero éstos van a contrapelo del sentir mayoritario. No es casualidad que el consenso regional siga firmemente afincado en la necesidad de crecer económicamente, de impulsar la actividad privada y la competitividad pero con un Estado regulador que garantice la igualdad de oportunidades.
Distanciarse de esto que podríamos caracterizar como el centro regional -es decir, políticamente neutro- ha de tener implicaciones para quienes quieren colocarse cerca del sentir regional.
Creo que los países han tratado de aprovechar al máximo el boom, en lo social y económico, diversificando renglones exportables y mercados. ¿Suerte? ¿O políticas justas? Es más realista posicionar lo segundo que lo primero.
Más de lo mismo pero mejor equivale a decir que para seguir impulsando la agenda social será necesario profundizar en la competitividad de los sectores tradicionales, exportadores, ajustar la educación a la realidad global y de los países para reforzar sus puntos de éxito, modernizar la infraestructura y así disminuir la vulnerabilidad. Para muestra un botón de los retos: los costes logísticos son cuatro veces mayores en Latinoamérica que en la OECD; en educación, desde el siglo pasado no producimos la suficiente cantidad de ingenieros para competir bien en esta nueva realidad interconectada.
Esa es la agenda del presente y del futuro. El síndrome de la oportunidad perdida es del pasado.