Recuerdo claramente mi primera clase de historia en el colegio, hace ya una eternidad. La profesora preguntaba a una compañera: ¿por qué crees que esta asignatura es tan importante? La niña, en un ataque de sinceridad inaudito para la mayoría de nosotros, contestaba: no creo que estudiar el pasado sea tan importante, lo realmente importante es pensar en el presente y en el futuro. Años más tarde, me acuerdo de aquella niña, sobre todo cuando leo la palabra innovación. Es precisamente en este contexto, el del presente y el del futuro, donde el término innovación encuentra para nosotros su máximo espacio de expresión.
Si preguntamos al ciudadano de a pie cuáles han sido las innovaciones tecnológicas más importantes de los últimos 15 años, sin duda muchos de ellos nombrarán internet o facebook. Si ahora nos preguntamos cuáles van a ser las innovaciones tecnológicas del futuro seguro que a más de uno se nos escapará el nombre de alguna multinacional que desarrolla dispositivos electrónicos.
Sin embargo, Israel Ruiz, el vicepresidente del Massachusetts Institute of Technology (MIT), mencionaba recientemente en una entrevista cuáles son los tres pilares sobre los que se basa la inversión en innovación del MIT para el futuro: el e-learning, la nanotecnología y la medicina. Ruiz forma parte del equipo que lidera edX, la plataforma de la Universidad de Harvard y el MIT para impulsar cursos gratuitos online a nivel universitario (España es el cuarto país del mundo de usuarios de edX). Tengo que reconocer que, en ese momento, yo mismo me sorprendía al leer sobre la apuesta del MIT por el e-learning y que incluso me mostraba algo escéptico. Algunas semanas más tarde, una de mis estudiantes me comentaba que había conseguido purificar su compuesto químico gracias a un tutorial online del MIT.
Algo menos me sorprendía la apuesta del MIT por la nanotecnología y la medicina. En 2013 el proyecto europeo Graphene Flagship recibía un billón de euros de financiación para estudiar el grafeno. Este hecho está considerado por algunos como la mayor contribución económica de la historia para una investigación de excelencia. Un año antes, yo mismo escribía un alegato en favor de invertir en ciencia y ponía al grafeno como ejemplo.
Puede ser que las apuestas del MIT, y las de muchos otros, no sean acertadas. También es posible, por el contrario, que apostar por e-learning, la nanotecnología y la medicina signifique una revolución a nivel mundial. Apropiándome de las palabras de Ruiz: al final, las apuestas arriesgadas son las que definen el futuro y las que permiten hacerlo nuestro.
Nota del autor: infinitos agradecimientos para Laia Prat, Aleix Falqués y Esther Eroles por leer, corregir y comentar mis artículos antes de la edición. También dirijo mis más sinceros agradecimientos al equipo de "El Huffington Post" y en especial a Gloria Rodríguez-Pina por su apoyo constante y dedicación.