Los sábados de la emigración y el matrimonio se parecen a los domingos de resaca de cuando era soltero y vivía en otras casas más destartaladas. Cuando no salimos a visitar algún rincón ecuatoriano, nos pegamos el día juntando los jirones del traje de trabajo un poco automático que nos enfundamos sin pensar durante la semana. A veces cae algún skype con la familia. O alguna comida con la comunidad migrante. Pero casi siempre nos pegamos como locos a las lecturas a medias, a las pantallas con periódicos españoles, a las películas, a alguna conversación sobre cualquier tema que quedaba pendiente. O a recordar, con una melancolía que alimenta, los baños y las tardes en la playa.
Pero hay veces que llueven regalos revueltos, como el sábado pasado, cuando vi el maravilloso discurso que dio hace días la escritora y periodista mexicana Elena Poniatowska durante la última entrega de los premios Cervantes, en la Universidad de Alcalá. Como casi siempre ocurre con las cosas importantes, Vanessa ya lo había escuchado. Y como casi siempre ocurre con las cosas bellas, Vanessa, que vivió un año en México D.F, volvió otra vez a él para compartirlo conmigo. Y volvió también a aquel acento, a aquel traje precioso que llevaba Poniatowska, a aquellas historias que nos voltearon el cuerpo, apartaron ya los libros y nos dejaron mirando al techo, pensando en casi todas las cosas juntas, casi todas al mismo tiempo.
Habló de su llegada a México, de su infancia, de canciones, algunas terribles, con las que aprendió el castellano. Habló de colonialismo, de pobreza, de la lucha de las mujeres indígenas por la dignidad de su vida y de sus cuerpos. Habló de los que se atreven a convertirse en escuderos de un quijote para defender las causas justas y los motivos nobles. Y lo dijo como si no sobrara ni una sola de sus palabras. Ninguna sonó vacía, hueca.
Pensé de repente que Poniatowska seguramente había dedicado mucho tiempo a mirar de frente a la pobreza. Pensé en la empatía, en la cercanía, en si hubo tardes robadas deliberadamente a obligaciones más formales para dedicarlas a escuchar a gente con problemas. Y pensé si Poniatowska encontraría trabajo haciendo lo mismo en un periódico de hoy en día. Si no son pocos los lugares donde se sabe contar bien el latido duro y feo de la miseria.
Me dijeron que el discurso dejó descolocado a parte del público del paraninfo universitario. ¿Qué sentirían Rajoy, Wert e Ignacio González junto a aquella mujer que representaba todo lo contrario que ellos? Pensé que ninguno, nunca, jamás, se atrevería a darle una entrevista a una periodista como Poniatowska: el que da voz a los sin voz asusta, por lo que te muestra.
Ilustración: Jennifer Tapias