La otra noche no podía dormir y me puse a contar ovejas (dándole un repaso a las fotos del móvil). Entonces llegué a una que hice el día después de dar a luz. Se me saltaron las lágrimas, y ahora explico el porqué.
Me acuerdo perfectamente de aquel día.
Seguía en el hospital. Mi marido y mi madre se habían vuelto a casa por la tarde para que el niño y yo pudiéramos descansar un poco. Era la primera vez que me quedaba a solas con mi nuevo y flamante bebé y estaba nerviosa. Me acuerdo de que no pude dormir. En su lugar, me quedé tumbada mirando con los ojos como platos cómo dormía el pequeño en su cunita de plástico del hospital.
No me podía creer que fuera mío. Un bebé de verdad que yo había creado. Tenía diez deditos en las manos y otros diez en los pies, dos orejas perfectas y una nariz respingona. No tenía palabras; solo podía sentir emoción y amor. No me podía imaginar lo que había hecho en los últimos nueve meses (por no hablar de las 24 a 36 horas previas) para traer a ese precioso hombrecito al mundo. Quería recordar ese momento para siempre.
Así que hice una foto.
Solo una.
Una foto directa desde donde yo estaba hasta su cuna. Estaba tumbado boca arriba, profundamente dormido. Yo le veía guapísimo. Perfecto.
Nadie sabe el significado que tiene para mí esta foto. Nadie sabe lo emocionada que estaba. Nadie sabe el amor incontenible que sentía en ese momento. Ese es el motivo por el que quise capturarlo.
El tiempo pasa muy rápido; mi hombrecito tiene ahora siete meses. Y he estado tan ocupada este tiempo como madre primeriza que prácticamente se me había olvidado lo que sentí ese día.
Claro está, hasta que vi la foto. Entonces volví a sentir toda esa emoción arrolladora.
Así que, hazte un favor a ti misma.
Cuando des a luz, y mires impresionada hacia su cuna, saca la cámara y haz una foto rápida. No te arrepentirás, y recordarás ese momento para siempre.
Este post se publicó originalmente en canberramummy.com.
Traducción de Marina Velasco Serrano
Me acuerdo perfectamente de aquel día.
Seguía en el hospital. Mi marido y mi madre se habían vuelto a casa por la tarde para que el niño y yo pudiéramos descansar un poco. Era la primera vez que me quedaba a solas con mi nuevo y flamante bebé y estaba nerviosa. Me acuerdo de que no pude dormir. En su lugar, me quedé tumbada mirando con los ojos como platos cómo dormía el pequeño en su cunita de plástico del hospital.
No me podía creer que fuera mío. Un bebé de verdad que yo había creado. Tenía diez deditos en las manos y otros diez en los pies, dos orejas perfectas y una nariz respingona. No tenía palabras; solo podía sentir emoción y amor. No me podía imaginar lo que había hecho en los últimos nueve meses (por no hablar de las 24 a 36 horas previas) para traer a ese precioso hombrecito al mundo. Quería recordar ese momento para siempre.
Así que hice una foto.
Solo una.
Una foto directa desde donde yo estaba hasta su cuna. Estaba tumbado boca arriba, profundamente dormido. Yo le veía guapísimo. Perfecto.
Nadie sabe el significado que tiene para mí esta foto. Nadie sabe lo emocionada que estaba. Nadie sabe el amor incontenible que sentía en ese momento. Ese es el motivo por el que quise capturarlo.
El tiempo pasa muy rápido; mi hombrecito tiene ahora siete meses. Y he estado tan ocupada este tiempo como madre primeriza que prácticamente se me había olvidado lo que sentí ese día.
Claro está, hasta que vi la foto. Entonces volví a sentir toda esa emoción arrolladora.
Así que, hazte un favor a ti misma.
Cuando des a luz, y mires impresionada hacia su cuna, saca la cámara y haz una foto rápida. No te arrepentirás, y recordarás ese momento para siempre.
Este post se publicó originalmente en canberramummy.com.
Traducción de Marina Velasco Serrano
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