La mayoría de las personas ya no cazan ni recolectan para satisfacer sus necesidades nutricionales básicas. Durante miles de años, los rigores de la caza y la recolección mantuvieron a la población humana bajo control. Pero el dominio gradual de la agricultura y la ganadería en los últimos siglos nos permitió crecer de manera exponencial.
Sin embargo, cuando hablamos de recursos oceánicos, básicamente seguimos utilizando los mismos métodos de nuestros antepasados cazadores recolectores, con una diferencia sustancial. Los cazadores recolectores oceánicos de hoy en día utilizan sofisticadas técnicas para aspirar secciones enteras del océano, absorbiendo recursos a tasas que en muchos casos exceden la capacidad de los ecosistemas marinos de reponer las poblaciones de peces, crustáceos y demás vida marina.
La creciente población humana, junto al poder adquisitivo en alza de los países de ingreso medio de rápido crecimiento, aumenta la demanda en un momento en que las zonas de pesca del mundo alcanzaron su máximo potencial o comienzan a declinar. Cerca del 90% de todos los bancos pesqueros han sido explotados al máximo o sobreexplotados y muchas veces el daño es permanente.
La pesca le proporciona a 3.000 millones de personas el 20% de su ingesta de proteínas animales, de acuerdo a la FAO. En los países en desarrollo, 116 millones de puestos de trabajo. La reducción en los rendimientos afecta de manera desproporcionada a los pobres, tanto en la mesa como en el bolsillo.
Más aún, cuando el suministro de pescado disminuye en la costa de África Occidental, también se observan caídas abruptas en la población de fauna terrestre. A medida que el impacto de la pesca no sostenible llega a la costa, promueve la caza de animales silvestres para el consumo humano, causando estragos a nivel ecológico y magnificando aún más el riesgo de seguridad alimentaria en aquellas poblaciones que ya son vulnerables.
Medidas prometedoras
Las causas principales de la sobrepesca en su mayoría no han cambiado. Lo incierto del sistema de gobernanza y los derechos de acceso a los bancos de pesca impiden una gestión correcta. Las autoridades pesqueras suelen enfocarse en ampliar la capacidad en lugar de gestionar adecuadamente los recursos marinos. Los subsidios públicos agravan la situación, promoviendo el exceso de capacidad en las flotas pesqueras y ocultando los beneficios económicos cada vez más bajos derivados de la pesca no sostenible. Las pérdidas anuales a nivel mundial de la pesca no sostenible aumentaron hasta llegar a unos 50.000 millones de dólares estadounidenses.
Sin embargo, se están implementando medidas prometedoras en torno al sector de la pesca a pequeña escala. Hasta cierto punto ignorado en el conjunto de actividades oceánicas, este sector emplea al 90% de todos los pescadores y es responsable del 50% de la captura por volumen. La gestión de la pesca a pequeña escala se basa en evidencia científica que indica que los peces y la demás vida marina representan un grupo muy tenaz. Si uno los trata adecuadamente por un período corto de tiempo, las poblaciones pueden volver a un estado saludable, siempre y cuando los ecosistemas no hayan sido empujados hacia un punto de no retorno por abusos a la biodiversidad o hábitats marinos.
Los proyectos piloto por lo tanto han adoptado un enfoque de gestión comunitaria, adaptado a las necesidades de los peces, a la hora de implementar sistemas de gobernanza. Las Áreas Marinas Protegidas (AMP) y zonas de exclusión pesquera han tenido resultados positivos como herramientas de gestión pesquera; se descubrió que las AMP efectivas albergan el doble de especies grandes de peces, cinco veces más biomasa y catorce veces más biomasa de tiburón que las zonas sometidas a la pesca.
Estos logros se extienden a áreas en donde la pesca puede tener lugar de una manera más sostenible.
La mayor concientización en torno a la difícil situación de los océanos nos brinda una oportunidad de cambiar nuestros hábitos. El Banco Mundial, el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM), la FAO y un abanico de organizaciones no tradicionales están prestando una renovada atención a la importancia de las áreas de pesca.
Asimismo, la coalición 50in10 está reuniendo a socios públicos y privados para una campaña destinada a restaurar el 50% de las zonas de pesca del mundo en 10 años. Mientras, Bloomberg Philanthropies aportó 53 millones de dólares a la Iniciativa Océanos Vibrantes, a través de la cual Rare, Oceana y EKO Asset Management centrarán sus esfuerzos en restaurar la sostenibilidad de los caladeros en las Filipinas y Brasil. Otra iniciativa, Fish Forever, dirigida por Rare y socios, está ampliando un probado sistema de cogestión de zonas de pesca para comunidades litoraleñas de pesca artesanal en cinco países en desarrollo tropicales.
Lo que ocurre en alta mar tiene un impacto significativo en los medios de vida de miles de millones de personas en tierra firme. A medida que nos concientizamos respecto a esto, la comunidad mundial por fin se une para asegurar los recursos financieros y generar la voluntad política necesarios para la adopción, difusión y ampliación de estas prácticas sostenibles. Por último, la meta mundialmente acordada de que, "para el 2020 todos los peces, invertebrados y plantas acuáticas sean gestionados y cosechados de manera sostenible, legal y siguiendo un enfoque ecosistémico", tiene un atisbo de esperanza de ser alcanzada.
Movilicémonos para que se haga realidad.