"Vosotros, socialistas, arruinasteis el país". "Vosotros, la derecha, lo estáis arruinando ahora con vuestros recortes".
Este es el resumen en un tuit del debate anoche entre Miguel Arias Cañete y Elena Valenciano. El ex ministro hizo una exhaustiva labor de oposición al gobierno de Zapatero, y la vicesecretaria socialista, al ejecutivo de Rajoy. Europa era la excusa, y acabó en víctima: no escuchamos de los dos candidatos ni una palabra, ni una idea, ni un argumento para devolver a los españoles la confianza perdida en la construcción europea.
Si la noche no fue buena para Europa, desde luego fue pésima para Miguel Arias Cañete. Sin despegarse de los papeles, que leyó incluso al pedir el voto para el PP, tiró de gráficos simplistas para justificar la IHR (la Insoportable Herencia Recibida, el genial término acuñado por Miguel Ángel Aguilar), añoró los tiempos en los que España era considerada "la Alemania del Sur", culpó del desastre bancario español al anterior gobernador del Banco de España ("un socialista de carné, Miguel Ángel Fernández Ordóñez"), calificó de "maravillosas" las condiciones del rescate, lanzó puyas contra Joaquín Almunia y Magdalena Álvarez y ligó la incipiente recuperación económica a un triunfo del PP en Europa. Su idea fuerza fue que los populares son más hábiles que los socialistas a la hora de sacarle perras a la UE, pero en su apelación directa a los votantes parecía más bien regañarles que pedir su confianza.
Elena Valenciano, que empezó visiblemente nerviosa, acabó demostrando un mayor dominio de la escena, esquivó bien los ataques al punto débil de los socialistas -sí, la herencia- y desestabilizó a su oponente con algún golpe inesperado (¿los regadíos son como las mujeres, Cañete?). Mencionó Suiza como destino favorito de las cuentas populares -sin ir más allá- y resultó eficaz en su defensa de los más débiles de una sociedad exhausta tras los recortes. Provocó incluso un momento surrealista: cuando Arias Cañete dijo algo así como: "¿Aborto? ¿De qué me habla? No hay ninguna ley sobre el aborto en el parlamento" (lo que es técnicamente cierto, pero demuestra el barullo que hay en las filas populares con el anteproyecto de Gallardón). Sus irritantes apostillas a todo lo que decía Arias Cañete provocaron que la moderadora, María Casado, le llamara la atención y recordara a ambos que ellos mismos habían impuesto las encorsetadas normas del debate. Valenciano pidió el voto para emprender la "reconquista" de una Europa social, y en general estuvo más fina que su oponente en los escasos momentos en los que se hicieron propuestas europeas para abordar problemas nacionales.
Teniendo en cuenta que en los próximos cinco años el grupo popular y el socialista votarán igual en 7 de cada diez votaciones en el Parlamento Europeo, la animadversión que mostraron anoche Valenciano y Arias Cañete producía una cierta melancolía.
Pero sí había otro debate posible sobre Europa.
Imagínense, por ejemplo, que Valenciano y Cañete se hubieran enzarzado al responder a cuestiones como éstas: ¿Qué hará para devolver el futuro a los 5 millones de jóvenes sin empleo? ¿Está la medicina de la austeridad matando al paciente? ¿Hay que regular más los bancos? ¿Qué harían ahora diferente en la gestión que Europa ha hecho de la crisis? ¿Qué razones darían a los europeos desilusionados para convencerles de que Europa merece la pena? ¿Cómo está Europa respondiendo a la crisis de Ucrania? Si Escocia o Cataluña fueran independientes, ¿deberían convertirse automáticamente en miembros de la UE? ¿Es la inmigración un problema de los Estados o de la UE? ¿Deben permitirse los símbolos religiosos en los lugares públicos? ¿Y aceptar que las mujeres lleven velo? ¿Cómo abordar el problema de la abstención? ¿Hasta donde hay que llegar para luchar contra la corrupción? ¿Son los lobbies parte de este problema?
Son las preguntas -obviamente pactadas- a las que sí respondieron los cinco candidatos a presidir la Comisión Europea: el socialdemócrata alemán Martin Schulz, el conservador luxemburgués Jean-Claude Juncker, el liberal belga Guy Verhofstadt, el candidato griego de Izquierda Alexis Tsipras -era su estreno en estos debates- y la Verde alemana Ska Keller. La última pregunta tenía su miga: ¿realmente será uno de ustedes el presidente de la Comisión? (es una duda razonable). Se celebró hora y media antes del debate en TVE, en un parlamento europeo convertido en gigantesco plató de televisión. Un minuto de respuesta de cada candidato, tres comodines para usar como réplicas -lo que dio agilidad al debate, y la oportunidad de incluir otros temas-, además de la consabida declaración inicial y conclusiones. Hubo algunos momentos confusos con los turnos, algún candidato se pasó de tiempo y la moderadora, Monica Maggioni, tuvo que cortarle; pero en general, resultó un debate ágil, interesante, mirando al futuro sin obviar los errores del pasado, con carga crítica y con propuestas. Sin papeles, por cierto.
Salvando todas las diferencias entre un debate de candidatos a presidir la Comisión y un debate entre cabezas de lista nacionales, qué bien harían Cañete, Valenciano y el resto de los candidatos en verlo con calma y aplicarse el espíritu. Europa se merece más de lo que vimos anoche.
Este es el resumen en un tuit del debate anoche entre Miguel Arias Cañete y Elena Valenciano. El ex ministro hizo una exhaustiva labor de oposición al gobierno de Zapatero, y la vicesecretaria socialista, al ejecutivo de Rajoy. Europa era la excusa, y acabó en víctima: no escuchamos de los dos candidatos ni una palabra, ni una idea, ni un argumento para devolver a los españoles la confianza perdida en la construcción europea.
Si la noche no fue buena para Europa, desde luego fue pésima para Miguel Arias Cañete. Sin despegarse de los papeles, que leyó incluso al pedir el voto para el PP, tiró de gráficos simplistas para justificar la IHR (la Insoportable Herencia Recibida, el genial término acuñado por Miguel Ángel Aguilar), añoró los tiempos en los que España era considerada "la Alemania del Sur", culpó del desastre bancario español al anterior gobernador del Banco de España ("un socialista de carné, Miguel Ángel Fernández Ordóñez"), calificó de "maravillosas" las condiciones del rescate, lanzó puyas contra Joaquín Almunia y Magdalena Álvarez y ligó la incipiente recuperación económica a un triunfo del PP en Europa. Su idea fuerza fue que los populares son más hábiles que los socialistas a la hora de sacarle perras a la UE, pero en su apelación directa a los votantes parecía más bien regañarles que pedir su confianza.
Elena Valenciano, que empezó visiblemente nerviosa, acabó demostrando un mayor dominio de la escena, esquivó bien los ataques al punto débil de los socialistas -sí, la herencia- y desestabilizó a su oponente con algún golpe inesperado (¿los regadíos son como las mujeres, Cañete?). Mencionó Suiza como destino favorito de las cuentas populares -sin ir más allá- y resultó eficaz en su defensa de los más débiles de una sociedad exhausta tras los recortes. Provocó incluso un momento surrealista: cuando Arias Cañete dijo algo así como: "¿Aborto? ¿De qué me habla? No hay ninguna ley sobre el aborto en el parlamento" (lo que es técnicamente cierto, pero demuestra el barullo que hay en las filas populares con el anteproyecto de Gallardón). Sus irritantes apostillas a todo lo que decía Arias Cañete provocaron que la moderadora, María Casado, le llamara la atención y recordara a ambos que ellos mismos habían impuesto las encorsetadas normas del debate. Valenciano pidió el voto para emprender la "reconquista" de una Europa social, y en general estuvo más fina que su oponente en los escasos momentos en los que se hicieron propuestas europeas para abordar problemas nacionales.
Teniendo en cuenta que en los próximos cinco años el grupo popular y el socialista votarán igual en 7 de cada diez votaciones en el Parlamento Europeo, la animadversión que mostraron anoche Valenciano y Arias Cañete producía una cierta melancolía.
Pero sí había otro debate posible sobre Europa.
Imagínense, por ejemplo, que Valenciano y Cañete se hubieran enzarzado al responder a cuestiones como éstas: ¿Qué hará para devolver el futuro a los 5 millones de jóvenes sin empleo? ¿Está la medicina de la austeridad matando al paciente? ¿Hay que regular más los bancos? ¿Qué harían ahora diferente en la gestión que Europa ha hecho de la crisis? ¿Qué razones darían a los europeos desilusionados para convencerles de que Europa merece la pena? ¿Cómo está Europa respondiendo a la crisis de Ucrania? Si Escocia o Cataluña fueran independientes, ¿deberían convertirse automáticamente en miembros de la UE? ¿Es la inmigración un problema de los Estados o de la UE? ¿Deben permitirse los símbolos religiosos en los lugares públicos? ¿Y aceptar que las mujeres lleven velo? ¿Cómo abordar el problema de la abstención? ¿Hasta donde hay que llegar para luchar contra la corrupción? ¿Son los lobbies parte de este problema?
Son las preguntas -obviamente pactadas- a las que sí respondieron los cinco candidatos a presidir la Comisión Europea: el socialdemócrata alemán Martin Schulz, el conservador luxemburgués Jean-Claude Juncker, el liberal belga Guy Verhofstadt, el candidato griego de Izquierda Alexis Tsipras -era su estreno en estos debates- y la Verde alemana Ska Keller. La última pregunta tenía su miga: ¿realmente será uno de ustedes el presidente de la Comisión? (es una duda razonable). Se celebró hora y media antes del debate en TVE, en un parlamento europeo convertido en gigantesco plató de televisión. Un minuto de respuesta de cada candidato, tres comodines para usar como réplicas -lo que dio agilidad al debate, y la oportunidad de incluir otros temas-, además de la consabida declaración inicial y conclusiones. Hubo algunos momentos confusos con los turnos, algún candidato se pasó de tiempo y la moderadora, Monica Maggioni, tuvo que cortarle; pero en general, resultó un debate ágil, interesante, mirando al futuro sin obviar los errores del pasado, con carga crítica y con propuestas. Sin papeles, por cierto.
Salvando todas las diferencias entre un debate de candidatos a presidir la Comisión y un debate entre cabezas de lista nacionales, qué bien harían Cañete, Valenciano y el resto de los candidatos en verlo con calma y aplicarse el espíritu. Europa se merece más de lo que vimos anoche.