"Es la economía, estúpido". La célebre frase de James Carville, asesor del demócrata Bill Clinton en la campaña que en 1992 le impulsó desde el sillón de gobernador de Arkansas hasta el Despacho Oval, tras descolocar a un George Bush imbuido en los éxitos de su política exterior y ajeno a los problemas cotidianos, ya tiene versión española en estas elecciones europeas. Porque no fue el debate, ni la telegenia, ni los recortes, ni el paro, ni el guión arriolista lo que han dejado al candidato popular Miguel Arias Cañete al descubierto. Al fin y al cabo el duelo lo vieron 1.836.000 personas de los más de 36 millones de españoles con derecho a voto. Lo peor, con todo, ha sido la lapidaria frase con la que justificó implícitamente al día siguiente su derrota: "Si haces abuso de superioridad intelectual parece que eres un machista que está acorralando a una mujer indefensa". El adversario está en condiciones, pues, de clamar, y sin necesidad de pagar a un Carville: "Es el machismo, estúpido".
Quizá, como Bush padre, Cañete se sintiera imbatible. Y no lo es tanto. En el PP, tiemblan temerosos de que la sonora declaración rompa el empate técnico que pronostican todas las encuestas en favor del PSOE. De momento, admiten que el patinazo de su candidato ha estimulado a los socialistas y aupado a Elena Valenciano entre los suyos. No es poca cosa para una contienda que va de movilizar a los propios. Así que Arias Cañete ha conseguido el efecto contrario al deseado: el despertar de una lánguida y desmotivada militancia socialista.
Todo esto después de entrar desconcertado y salir más desconcertado aún de su duelo con Elena Valenciano. Tanto le hicieron creer que partía con evidente ventaja y que su única preocupación debía ser el guión, que la noche de San Isidro se llevó una desagradable e inesperada sorpresa al terminar el primer y único cara a cara televisado de esta anodina campaña que entra ya en su recta final. Los espectadores asistieron a un cara a cara entre un candidato que acudió confiado en su talento natural y otra, disciplinada y entrenada que llegó al plató con la lección aprendida. Es probable que el hasta hace dos días ministro de Agricultura saliera por los pasillos de los estudios Buñuel pensando lo mismo que Felipe González en 1993 cuando se midió con José María Aznar en el primer duelo televisado de la democracia: "Este tío aguanta un debate". Fue lo que confesó el otrora presidente ante Manuel Campo Vidal tras verse disminuido delante de las cámaras y de media España.
González despreció entonces a Aznar como Cañete subestimó el jueves a Valenciano. Nada que no hubiera detectado el Comité Electoral de los socialistas desde el minuto cero de esta campaña. Había dudas de si la infravaloración del popular respecto a su adversaria tenía que ver con las siglas o con el género. Pero el campechano de Cañete resolvió la vacilación al confesarse públicamente superior e incapaz de acorralar a una "mujer indefensa". ¡Tela marinera!
El debate había ido mal para los populares, sin embargo el comité de estrategia quitó importancia al duelo por aquello de que no hay ciencia exacta que pruebe la influencia en el voto de los debates. Pero cuando escucharon las declaraciones de su candidato a Susana Griso en Antena 3, trinaban. Para entonces ya habían olvidado la imagen de un Cañete, de manos temblorosas y ojos cerrados que leía y leía trabucándose, transmitía desgana y se le caía la baba ante las cámaras. Los arriolistas le habían adiestrado con la única consigna de seguir su propio guión y no entrar en la provocación ajena. Y, pese a todas las carencias telegénicas del exministro, confiaban en la solidez de sus argumentos y la contundencia de las cifras que llevaba escritas y fue incapaz de memorizar.
Nadie en el PP creyó que al plató de TVE entrara un político bregado en mil batallas, de dilatado curriculum y amplia experiencia comunitaria, y saliera un candidato atenazado por los nervios y amilanado por la mirada fija y el relato cercano de una Elena Valenciano serena y segura que marcó las lindes del debate hasta llevarlo a su terreno. Por si fuera poco, la soberbia de creerse superior y el desprecio por el 52 por ciento de la población española.
Todo un regalo para los gurús de Ferraz, donde sí creen que en tiempos de hastío político, alta abstención y encuestas ajustadas, los debates y la polémica que les sucede sirven para movilizar y reforzar el voto de los simpatizantes más fieles. La respuesta: el domingo 25.
Quizá, como Bush padre, Cañete se sintiera imbatible. Y no lo es tanto. En el PP, tiemblan temerosos de que la sonora declaración rompa el empate técnico que pronostican todas las encuestas en favor del PSOE. De momento, admiten que el patinazo de su candidato ha estimulado a los socialistas y aupado a Elena Valenciano entre los suyos. No es poca cosa para una contienda que va de movilizar a los propios. Así que Arias Cañete ha conseguido el efecto contrario al deseado: el despertar de una lánguida y desmotivada militancia socialista.
Todo esto después de entrar desconcertado y salir más desconcertado aún de su duelo con Elena Valenciano. Tanto le hicieron creer que partía con evidente ventaja y que su única preocupación debía ser el guión, que la noche de San Isidro se llevó una desagradable e inesperada sorpresa al terminar el primer y único cara a cara televisado de esta anodina campaña que entra ya en su recta final. Los espectadores asistieron a un cara a cara entre un candidato que acudió confiado en su talento natural y otra, disciplinada y entrenada que llegó al plató con la lección aprendida. Es probable que el hasta hace dos días ministro de Agricultura saliera por los pasillos de los estudios Buñuel pensando lo mismo que Felipe González en 1993 cuando se midió con José María Aznar en el primer duelo televisado de la democracia: "Este tío aguanta un debate". Fue lo que confesó el otrora presidente ante Manuel Campo Vidal tras verse disminuido delante de las cámaras y de media España.
González despreció entonces a Aznar como Cañete subestimó el jueves a Valenciano. Nada que no hubiera detectado el Comité Electoral de los socialistas desde el minuto cero de esta campaña. Había dudas de si la infravaloración del popular respecto a su adversaria tenía que ver con las siglas o con el género. Pero el campechano de Cañete resolvió la vacilación al confesarse públicamente superior e incapaz de acorralar a una "mujer indefensa". ¡Tela marinera!
El debate había ido mal para los populares, sin embargo el comité de estrategia quitó importancia al duelo por aquello de que no hay ciencia exacta que pruebe la influencia en el voto de los debates. Pero cuando escucharon las declaraciones de su candidato a Susana Griso en Antena 3, trinaban. Para entonces ya habían olvidado la imagen de un Cañete, de manos temblorosas y ojos cerrados que leía y leía trabucándose, transmitía desgana y se le caía la baba ante las cámaras. Los arriolistas le habían adiestrado con la única consigna de seguir su propio guión y no entrar en la provocación ajena. Y, pese a todas las carencias telegénicas del exministro, confiaban en la solidez de sus argumentos y la contundencia de las cifras que llevaba escritas y fue incapaz de memorizar.
Nadie en el PP creyó que al plató de TVE entrara un político bregado en mil batallas, de dilatado curriculum y amplia experiencia comunitaria, y saliera un candidato atenazado por los nervios y amilanado por la mirada fija y el relato cercano de una Elena Valenciano serena y segura que marcó las lindes del debate hasta llevarlo a su terreno. Por si fuera poco, la soberbia de creerse superior y el desprecio por el 52 por ciento de la población española.
Todo un regalo para los gurús de Ferraz, donde sí creen que en tiempos de hastío político, alta abstención y encuestas ajustadas, los debates y la polémica que les sucede sirven para movilizar y reforzar el voto de los simpatizantes más fieles. La respuesta: el domingo 25.