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Un curso de formación (unas sesiones informativas, una charla...) sobre tabaquismo, sexualidad, alcoholismo, etc. tiene todas las de perder frente el mensaje (o el masaje) de un anuncio publicitario. El primero apela al cerebro, a la razón; el segundo, a las emociones; con suerte, porque a veces va directo al vientre, al bajo vientre, a las más bajas pasiones.
Las multinacionales tienen perfectamente medido que cuando un anuncio es escandaloso ganan dinero a espuertas. Incluso deben haber calculado que, aunque lo hagan retirar, aunque tengan que pagar una multa, hacen negocio con él puesto que ya ha conseguido su objetivo; dicho más crudamente: el daño ya está hecho. La marca de ropa que ha presentado a la joven revienta condones debe estar, pues, muy satisfecha con el alboroto que ha ocasionado su campaña, relamiéndose los bigotes por las críticas que ha suscitado. No importa que presente a una descerebrada; que haga trampas con el derecho a tomar decisiones; que frivolice y promueva conductas afectivo-sexuales de riesgo; que banalice hasta lo ridículo la decisión de lanzarse a una singladura tan importante como la de preñarse, gestar, parir y subir a una criatura; que, por una vez que una mujer es protagonista, presente una negociación repleta de engaño y manipulación a la hora de acordar la procreación y, para más inri, tenga la caradura de relacionarla con la libertad femenina...
No entiendo, sin embargo, por qué las mismas voces no fueron un clamor al ver un anuncio en el que una modelo animaba a las mujeres a irse desnudando mientras bajaba unas escaleras, salía de casa y entraba en un coche de marca alemana para publicitarlo. Extraño mensaje, no creo que sea muy seguro ni tan sólo legal conducir un coche en cueros vivos y quizá sin zapatos. No sé por qué no braman cuando ven el cartel de un anuncio de una película recién estrenada que presenta a un hombre que tiene ambos pies sólidamente plantados en el suelo y cómodamente calzados con zapatos planos (ni siquiera lleva unos medio talones), mientras la mujer intenta, muy sonriente (ya tiene mérito, ya, sonreír siempre, pase lo que pase, sea bueno o malo), a cazar unos granos de uva con los dientes (con las manos no puede porque las tiene ocupadas abrazando amorosamente al hombre), al tiempo que se sostiene, es un decir, en un solo pie; ni que decir que lleva unos tacones de aguja que impiden entender que ninguna de las asociaciones médico-profesionales dedicadas a los huesos no lo haya denunciado, dado que hay evidencia científica de que lesionan los pies (el otro, lo tiene graciosamente levantado hacia atrás como si pretendiera tocarse el culo con el talón; se ve que es una postura que erotiza y chifla a más de uno, aunque no a las que la practican). No sé por qué no se han escuchado miles de voces cada vez que un anuncio envía el mensaje de que el mundo está poblado de amas de casa simples como cestos que deben ser aleccionadas o sermoneadas por paternales y sabiondos profesionales. Ni tampoco que no se manifiesten cuando ven que las mujeres mayores sólo anuncian productos para remediar desgracias de lo más variadas: diversos y humillantes accidentes dentarios, primeras pérdidas -de las que los hombres parecen estar milagrosamente exentos-, episodios graves y prolongados de diferentes y escabrosos tipos de estreñimiento. Aunque hay que decir que, en un alarde de gran liberalidad, para estos últimos utilizan mujeres de todas las edades.
¿Es que en todos estos casos se confía en el buen criterio de las mujeres para diferenciar entre propaganda y realidad, en su inteligencia y sentido común, y en el primero no?
Un curso de formación (unas sesiones informativas, una charla...) sobre tabaquismo, sexualidad, alcoholismo, etc. tiene todas las de perder frente el mensaje (o el masaje) de un anuncio publicitario. El primero apela al cerebro, a la razón; el segundo, a las emociones; con suerte, porque a veces va directo al vientre, al bajo vientre, a las más bajas pasiones.
Las multinacionales tienen perfectamente medido que cuando un anuncio es escandaloso ganan dinero a espuertas. Incluso deben haber calculado que, aunque lo hagan retirar, aunque tengan que pagar una multa, hacen negocio con él puesto que ya ha conseguido su objetivo; dicho más crudamente: el daño ya está hecho. La marca de ropa que ha presentado a la joven revienta condones debe estar, pues, muy satisfecha con el alboroto que ha ocasionado su campaña, relamiéndose los bigotes por las críticas que ha suscitado. No importa que presente a una descerebrada; que haga trampas con el derecho a tomar decisiones; que frivolice y promueva conductas afectivo-sexuales de riesgo; que banalice hasta lo ridículo la decisión de lanzarse a una singladura tan importante como la de preñarse, gestar, parir y subir a una criatura; que, por una vez que una mujer es protagonista, presente una negociación repleta de engaño y manipulación a la hora de acordar la procreación y, para más inri, tenga la caradura de relacionarla con la libertad femenina...
No entiendo, sin embargo, por qué las mismas voces no fueron un clamor al ver un anuncio en el que una modelo animaba a las mujeres a irse desnudando mientras bajaba unas escaleras, salía de casa y entraba en un coche de marca alemana para publicitarlo. Extraño mensaje, no creo que sea muy seguro ni tan sólo legal conducir un coche en cueros vivos y quizá sin zapatos. No sé por qué no braman cuando ven el cartel de un anuncio de una película recién estrenada que presenta a un hombre que tiene ambos pies sólidamente plantados en el suelo y cómodamente calzados con zapatos planos (ni siquiera lleva unos medio talones), mientras la mujer intenta, muy sonriente (ya tiene mérito, ya, sonreír siempre, pase lo que pase, sea bueno o malo), a cazar unos granos de uva con los dientes (con las manos no puede porque las tiene ocupadas abrazando amorosamente al hombre), al tiempo que se sostiene, es un decir, en un solo pie; ni que decir que lleva unos tacones de aguja que impiden entender que ninguna de las asociaciones médico-profesionales dedicadas a los huesos no lo haya denunciado, dado que hay evidencia científica de que lesionan los pies (el otro, lo tiene graciosamente levantado hacia atrás como si pretendiera tocarse el culo con el talón; se ve que es una postura que erotiza y chifla a más de uno, aunque no a las que la practican). No sé por qué no se han escuchado miles de voces cada vez que un anuncio envía el mensaje de que el mundo está poblado de amas de casa simples como cestos que deben ser aleccionadas o sermoneadas por paternales y sabiondos profesionales. Ni tampoco que no se manifiesten cuando ven que las mujeres mayores sólo anuncian productos para remediar desgracias de lo más variadas: diversos y humillantes accidentes dentarios, primeras pérdidas -de las que los hombres parecen estar milagrosamente exentos-, episodios graves y prolongados de diferentes y escabrosos tipos de estreñimiento. Aunque hay que decir que, en un alarde de gran liberalidad, para estos últimos utilizan mujeres de todas las edades.
¿Es que en todos estos casos se confía en el buen criterio de las mujeres para diferenciar entre propaganda y realidad, en su inteligencia y sentido común, y en el primero no?
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