Crece la cultura del odio. Frente a la revuelta hippy de los años sesenta proclamando el amor, hoy, cincuenta años después, la crisis, la corrupción, la banalidad del espectáculo y, sobre todo, las redes sociales, han desatado una ira similar a uno de esos encabronamientos celestiales del Antiguo Testamento.
Internet, Twitter o Facebook están plagados de haters (odiadotes). Gente que, escudada en el anonimato de los nicks, arremete contra Angela Merkel o Lady Gaga, contra Skyler White (personaje de Breaking Bad) o contra su vecino de enfrente, tanto en la vida real como en la propia red. A finales de los años noventa se popularizó la Ley de Godwin: "A medida que una discusión online se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis tiende a uno". Asistimos cada día a la violenta discusión en cualquier tipo de foro, no importa si versa sobre fútbol, cómics manga o cupcakes. Muchas personas en Internet sufren ese extraño síntoma que se apodera también de los conductores de los coches: irascibilidad suprema, vehemencia y furia injustificada.
Quizá por búsqueda de atención, de nuevas sensaciones o simplemente por frustración, aumenta la comunidad de haters, también llamados trols o flamers (incendiadotes). Es cierto que la infamia de muchos políticos y banqueros ha llevado a la crispación. Gran parte de la población se ha poseído de resentimiento contra el sistema, contra los famosos que alardean de vidas vacuas y fáciles, contra cualquiera que le lleve la contraria en el mundo, virtual o no. Odiadores haciéndose fuertes al juntarse. La página de Facebook International Association of Haters (IAOH) tiene más de doscientos cincuenta mil seguidores, al margen del éxito de su página web www.haterspage.com, un compendio de vídeos, noticias y posts que van desde la mofa al escarnio.
El reciente ataque a Montoro en Vilanova i la Geltrú es una muestra más de la creciente intoxicación de inquina por parte de la sociedad. La política enerva de manera especial. La ineptitud y la delincuencia de ciertos políticos ha pasado de convertirse en motivo de burla a suscitar indignación. Internet es una ventana donde gritar pero muchos ciudadanos no alivian su bilis en la pantalla y acaban saliendo a la calle a manifestar su rabia.
Son numerosas las demandas en la web pidiendo que Facebook instaure un botón de No me gusta al lado de actual Me gusta. Hasta que llegue el momento de criticar con un click los selfies, los "por fin es viernes", las fotos de la comida, o cualquier cursilería maleni, existe un app gratuita: Haters. A través de esta aplicación podrás "compartir las cosas que odias con la gente que quieres" como asegura su eslogan. Vituperios a celebridades, políticos, compañeros de clase... Todos contra todos, uno contra todos, no importan los bandos, lo significativo es que cada vez hay más armas a nuestra disposición para vociferar la antipatía, para potenciar el escupitajo verbal.
Un reciente estudio de Pew Internet, un think tank estadounidense que analiza problemáticas, actitudes y tendencias en el mundo, aseguraba que el tinte negativo apreciado en Internet no se corresponde con las opiniones vertidas en la calle. Es decir, las opiniones de las encuestas personalizadas no están contaminadas de la saña y la acritud de las proferidas online. Como hemos mencionado, el anonimato de la red desinhibe, anula las censuras, los tabúes, la educación, la corrección política. Aunque hace dos años un tribunal de Castilla La Mancha condenó a un trol por injurias contra el presidente del Tribunal Superior de Justicia de esa comunidad y contra el Fiscal Decano de Talavera de la Reina. Y no sólo pagó el hater, sino que el administrador del foro tuvo que apoquinar 12.000 euros por permitir esos ataques.
El fútbol es un terreno perfecto para la confrontación. Fue la etapa de Mourinho en el Real Madrid cuando se perdieron las formas y el encono del portugués contra árbitros, organismos deportivos y rivales contagió a una buena sección del madridismo contra la que, a su vez, se vertió una animadversión casi aún mayor. El odio contagiando el juego. Aunque ahora también se lleva jugar a odiar. Paramount Comedy (ahora Comedy Central) estrenó a mediados de mayo el programa El Roast de Santiago Segura (algo así como Santiago Segura a la parrilla), un espectáculo grabado en un teatro de Madrid consistente en freír al creador de Torrente. Amigos suyos como Álex de la Iglesia, Jorge Sanz, El Gran Wyoming, Kiko Rivera, Carlos Areces o Anna Simon, subían a un estrado para despellejar al invitado y, de paso, dar puñaladas al resto del personal presente en el escenario. Finalmente Segura aprovechaba su derecho a réplica para soltar su látigo verbal. Todo en tono jocoso, evidentemente, pero llama la atención esta ubicua tendencia a la crítica.
Los hippies fracasaron en su intento de transformar el mundo en un campo de margaritas, cánticos y besos. Parece que ahora le toca el turno a los haters con sus piedras, sus gritos y sus emoticonos con el pulgar hacia abajo. Dentro de cincuenta años, cuando levanten el empedrado, encontrarán las flores.
Internet, Twitter o Facebook están plagados de haters (odiadotes). Gente que, escudada en el anonimato de los nicks, arremete contra Angela Merkel o Lady Gaga, contra Skyler White (personaje de Breaking Bad) o contra su vecino de enfrente, tanto en la vida real como en la propia red. A finales de los años noventa se popularizó la Ley de Godwin: "A medida que una discusión online se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis tiende a uno". Asistimos cada día a la violenta discusión en cualquier tipo de foro, no importa si versa sobre fútbol, cómics manga o cupcakes. Muchas personas en Internet sufren ese extraño síntoma que se apodera también de los conductores de los coches: irascibilidad suprema, vehemencia y furia injustificada.
Quizá por búsqueda de atención, de nuevas sensaciones o simplemente por frustración, aumenta la comunidad de haters, también llamados trols o flamers (incendiadotes). Es cierto que la infamia de muchos políticos y banqueros ha llevado a la crispación. Gran parte de la población se ha poseído de resentimiento contra el sistema, contra los famosos que alardean de vidas vacuas y fáciles, contra cualquiera que le lleve la contraria en el mundo, virtual o no. Odiadores haciéndose fuertes al juntarse. La página de Facebook International Association of Haters (IAOH) tiene más de doscientos cincuenta mil seguidores, al margen del éxito de su página web www.haterspage.com, un compendio de vídeos, noticias y posts que van desde la mofa al escarnio.
El reciente ataque a Montoro en Vilanova i la Geltrú es una muestra más de la creciente intoxicación de inquina por parte de la sociedad. La política enerva de manera especial. La ineptitud y la delincuencia de ciertos políticos ha pasado de convertirse en motivo de burla a suscitar indignación. Internet es una ventana donde gritar pero muchos ciudadanos no alivian su bilis en la pantalla y acaban saliendo a la calle a manifestar su rabia.
Son numerosas las demandas en la web pidiendo que Facebook instaure un botón de No me gusta al lado de actual Me gusta. Hasta que llegue el momento de criticar con un click los selfies, los "por fin es viernes", las fotos de la comida, o cualquier cursilería maleni, existe un app gratuita: Haters. A través de esta aplicación podrás "compartir las cosas que odias con la gente que quieres" como asegura su eslogan. Vituperios a celebridades, políticos, compañeros de clase... Todos contra todos, uno contra todos, no importan los bandos, lo significativo es que cada vez hay más armas a nuestra disposición para vociferar la antipatía, para potenciar el escupitajo verbal.
Un reciente estudio de Pew Internet, un think tank estadounidense que analiza problemáticas, actitudes y tendencias en el mundo, aseguraba que el tinte negativo apreciado en Internet no se corresponde con las opiniones vertidas en la calle. Es decir, las opiniones de las encuestas personalizadas no están contaminadas de la saña y la acritud de las proferidas online. Como hemos mencionado, el anonimato de la red desinhibe, anula las censuras, los tabúes, la educación, la corrección política. Aunque hace dos años un tribunal de Castilla La Mancha condenó a un trol por injurias contra el presidente del Tribunal Superior de Justicia de esa comunidad y contra el Fiscal Decano de Talavera de la Reina. Y no sólo pagó el hater, sino que el administrador del foro tuvo que apoquinar 12.000 euros por permitir esos ataques.
El fútbol es un terreno perfecto para la confrontación. Fue la etapa de Mourinho en el Real Madrid cuando se perdieron las formas y el encono del portugués contra árbitros, organismos deportivos y rivales contagió a una buena sección del madridismo contra la que, a su vez, se vertió una animadversión casi aún mayor. El odio contagiando el juego. Aunque ahora también se lleva jugar a odiar. Paramount Comedy (ahora Comedy Central) estrenó a mediados de mayo el programa El Roast de Santiago Segura (algo así como Santiago Segura a la parrilla), un espectáculo grabado en un teatro de Madrid consistente en freír al creador de Torrente. Amigos suyos como Álex de la Iglesia, Jorge Sanz, El Gran Wyoming, Kiko Rivera, Carlos Areces o Anna Simon, subían a un estrado para despellejar al invitado y, de paso, dar puñaladas al resto del personal presente en el escenario. Finalmente Segura aprovechaba su derecho a réplica para soltar su látigo verbal. Todo en tono jocoso, evidentemente, pero llama la atención esta ubicua tendencia a la crítica.
Los hippies fracasaron en su intento de transformar el mundo en un campo de margaritas, cánticos y besos. Parece que ahora le toca el turno a los haters con sus piedras, sus gritos y sus emoticonos con el pulgar hacia abajo. Dentro de cincuenta años, cuando levanten el empedrado, encontrarán las flores.