Trabajo en una universidad de los Estados Unidos. Pública para más señas. Hasta ahora los profesores de esta universidad recibíamos nuestro salario a lo largo de los nueve meses que dura el curso académico. Esta circunstancia ocasionaba un alto nivel de ansiedad entre los profesores que, aunque recibían el salario íntegramente en menos tiempo, veían como sus cuentas corrientes menguaban sustancialmente durante el verano al no percibir ningún ingreso.
Recientemente se les ha dado a los profesores la opción de ser pagados en 12 mensualidades. Esta modalidad supondrá que aquellos que se acogan a ella percibirán un importe mensual sustancialmente inferior al año anterior. La medida ha sido, sin embargo, recibida con inusitado alborozo, casi como si se tratara de una subida de sueldo. Pero no, el sueldo seguirá siendo exactamente el mismo.
¿Por qué se alegra tanto la gente entonces? ¿No habíamos quedado desde hace décadas que donde mejor está el dinero es en los bolsillos del asalariado, contribuyente, ciudadano, etc., y otras categorías afines? Para más inri los americanos siempre se nos aparecen como el parangón de la responsabilidad individual, el ejemplo a seguir para el resto del mundo por su tenaz oposición a que sean otros quienes tomen decisiones acerca de qué hacer con su dinero.
La experiencia que estoy viviendo demuestra que esto no es así. Un número elevado de bien educados ciudadanos norteamericanos con doctorados prefieren ser pagados en doce mensualidades en lugar de nueve. La causa es muy sencilla. Simplemente no se consideran capaces de administrar sus finanzas personales por ellos mismos y prefieren que lo haga alguien más por mandato legal.
Así que, contra todo pronóstico, en España, donde las pagas extras de junio y de diciembre siguen siendo una institución en la empresa pública y privada, teníamos razón y no lo sabíamos. De hecho, Franco, bajo cuyo mandato se instituyeron las pagas extras de verano y navidad, conocía mejor la naturaleza humana que los políticos modernos de derechas empeñados, al menos en teoría, en que el ciudadano administre sus recursos por si mismo.
No, no era cierto. Si es de humanos dejarnos arrastrar por las pasiones, por ejemplo la del gasto, también lo es domeñarlas y buscar quien desde fuera lo haga por nosotros.
Por eso a la gente le gusta que haya un estado al que se dota de racionalidad y legitimidad para que tomen decisiones que a nosotros individualmente no nos gusta tomar como mantener el control de las fronteras, defender el territorio en caso de conflicto u obligarnos a pagar impuestos. Cosas feas, pero necesarias.
No, no es cierto que al hombre le guíen los principios de la libertad, la responsabilidad individual y otras zarandajas liberales. Al ser humano le motiva que le den o le quiten, que le feliciten o que le reprendan, que le amen o que le odien, que alguien, a poder ser lo más impersonal posible, se incaute de tu dinero y lo redistribuya.
Si estaba en lo cierto Baltasar Gracián en su Oráculo (véase aforismo 236) al aconsejar al hombre de estado o al líder hacer favores a priori en lugar de simplemente recompensar el mérito a posteriori para ganarse el aplauso de la gente de ley (como por ejemplo pagar el salario por adelantado en lugar de dilatarlo a través de pagas extras) entonces, visto lo visto, es que quizás la mayoría de las gentes no seamos tan de ley como le gustaría al gran pensador del siglo de oro español.
Recientemente se les ha dado a los profesores la opción de ser pagados en 12 mensualidades. Esta modalidad supondrá que aquellos que se acogan a ella percibirán un importe mensual sustancialmente inferior al año anterior. La medida ha sido, sin embargo, recibida con inusitado alborozo, casi como si se tratara de una subida de sueldo. Pero no, el sueldo seguirá siendo exactamente el mismo.
¿Por qué se alegra tanto la gente entonces? ¿No habíamos quedado desde hace décadas que donde mejor está el dinero es en los bolsillos del asalariado, contribuyente, ciudadano, etc., y otras categorías afines? Para más inri los americanos siempre se nos aparecen como el parangón de la responsabilidad individual, el ejemplo a seguir para el resto del mundo por su tenaz oposición a que sean otros quienes tomen decisiones acerca de qué hacer con su dinero.
La experiencia que estoy viviendo demuestra que esto no es así. Un número elevado de bien educados ciudadanos norteamericanos con doctorados prefieren ser pagados en doce mensualidades en lugar de nueve. La causa es muy sencilla. Simplemente no se consideran capaces de administrar sus finanzas personales por ellos mismos y prefieren que lo haga alguien más por mandato legal.
Así que, contra todo pronóstico, en España, donde las pagas extras de junio y de diciembre siguen siendo una institución en la empresa pública y privada, teníamos razón y no lo sabíamos. De hecho, Franco, bajo cuyo mandato se instituyeron las pagas extras de verano y navidad, conocía mejor la naturaleza humana que los políticos modernos de derechas empeñados, al menos en teoría, en que el ciudadano administre sus recursos por si mismo.
No, no era cierto. Si es de humanos dejarnos arrastrar por las pasiones, por ejemplo la del gasto, también lo es domeñarlas y buscar quien desde fuera lo haga por nosotros.
Por eso a la gente le gusta que haya un estado al que se dota de racionalidad y legitimidad para que tomen decisiones que a nosotros individualmente no nos gusta tomar como mantener el control de las fronteras, defender el territorio en caso de conflicto u obligarnos a pagar impuestos. Cosas feas, pero necesarias.
No, no es cierto que al hombre le guíen los principios de la libertad, la responsabilidad individual y otras zarandajas liberales. Al ser humano le motiva que le den o le quiten, que le feliciten o que le reprendan, que le amen o que le odien, que alguien, a poder ser lo más impersonal posible, se incaute de tu dinero y lo redistribuya.
Si estaba en lo cierto Baltasar Gracián en su Oráculo (véase aforismo 236) al aconsejar al hombre de estado o al líder hacer favores a priori en lugar de simplemente recompensar el mérito a posteriori para ganarse el aplauso de la gente de ley (como por ejemplo pagar el salario por adelantado en lugar de dilatarlo a través de pagas extras) entonces, visto lo visto, es que quizás la mayoría de las gentes no seamos tan de ley como le gustaría al gran pensador del siglo de oro español.