¿Es tan difícil comprender que ciertos aspectos de la higiene básica para la vida en común de los españoles son inaplazables? No. Esto no es difícil de comprender; lo que resulta es difícil de aceptar y obrar en consecuencia.
Las sociedades, como las personas, pueden enfermar y pueden hacerlo por diversas causas. Muchas de ellas son los comportamientos aberrantes, las circunstancias que nos mantienen demasiado tiempo en la infelicidad, la frustración o el agravio y que, antes o después, acaban reflejándose en el cuerpo. Algo ha avanzado la medicina moderna en la comprensión de este aspecto de la generación y desarrollo de enfermedades en el ser humano. Así también en el plano colectivo.
Tanto ha sido y de manera tan vergonzosamente insultante lo que se ha defraudado y humillado a este pueblo, asustado por una parte, pero también adormilado y acomodado durante décadas de dictadura al "me lo dan todo hecho: puedo hacer esto (poco) y no puedo hacer esto (mucho)" que la cosa empieza a ponerse pelúa, como dicen popularmente.
Hubo un momento en el que fue posible establecer una cultura de pulcritud y responsabilidad públicas y de espíritu crítico en nuestra sociedad, auspiciados por la ilusión y energía renovadora de construir una democracia pero, por diversas razones, no acometimos realmente el trabajo que nos correspondía, así, en general, digo. Tras el primer período de tremenda zozobra, con Adolfo Suárez y todo el empeño democrático detrás, por los movimientos cuartelarios que amenazaban el proceso (y las vidas, no lo olvidemos) se abrió paso una posibilidad razonable con la llegada de los renovados en Suresnes que presentaron en sociedad un PSOE, con Felipe González y Alfonso Guerra como maestros de ceremonias. Eran competentes y tuvieron al país detrás de ellos. Incluso quienes no eran socialistas (no incluyo aquí a aquellos decididamente franquistas) les daban su respaldo, aunque no les hubieran dado su voto.
Foto Pedro Mari Sánchez.
Los jóvenes socialistas que llegaron al poder en cuanto pisaron las alfombras de un centímetro de pelo de los grandes despachos quedaron prendados y prendidos de su nueva imagen y, aunque es cierto que transformaron en parte a este país, se comportaron, con el tiempo, como nuevos ricos y empezaron a ver con holgura y relajo la burda colocación de amiguetes no preparados, a consentir desmanes de sus representantes en sus cargos (tal como se venía haciendo en el anterior régimen) bajo el manto protector del apoyo que la mayor parte del pueblo que les había prestado su voto para regenerar la vida pública española y convertirnos en un país civilizado, moderno y responsable, aunque alegre, que eso no estaba en cuestión.
Por otro lado, el pueblo se equivocó de medio a medio creyendo haber resuelto todos sus males al depositar en las urnas los nombres de sus representantes. Era la inercia de tantos años de dictadura. ¡Nos dejaban votar...! Y creímos que eso era todo. Con tremendo dolor estamos comprobando, ahora ya de manera insoslayable, cuánto estábamos equivocados. Una democracia se construye con mucho trabajo, mucha participación, por parte de los ciudadanos. Es mucho más incómoda (únicamente en ese sentido, aclaro) que una dictadura, donde todo te lo dan hecho, pero es que democracia es, precisamente, eso: el poder y el Gobierno del pueblo. No hay otra que participar día a día en ello.
Foto Pedro Mari Sánchez.
Siempre pensé que la gran carencia -amén de lo expuesto antes- del primer Gobierno socialista fue no iniciar un concepto de educación claro e integral en el que se acometiera la corresponsabilidad de los padres en el proceso educativo y de formación de la personalidad de los hijos. No se estableció, evidentemente, un marco en el que la educación y la cultura fueran intocables para cualquier Gobierno posterior; que fueran considerados un patrimonio común para todos los españoles, al margen de sus tendencias políticas. Cierto es, desde luego, que el otro partido grande, el Partido Popular, no ha tenido ni tiene, la menor intención de ayudar lo más mínimo en este asunto, pues cree firmemente que el liderazgo del país deben ejercerlo sus familias, los elegidos, a golpe de talonario, en la universidades privadas, y que la enseñanza pública no debe estar especialmente protegida.
La educación lo es todo para cualquier país. De ahí parte todo y, dependiendo del concepto que como sociedad tengamos de la educación, de la importancia que le demos para nuestras vidas, construiremos un país u otro. Y no hablo solamente de lo poderoso que pueda llegar a ser dicho país. Aquí seguimos a tortas entre los señoritos y los desharrapados, a estas alturas, creyendo que esto puede sostenerse un minuto más y no es así. Producto de nuestra debacle educativa, la del sistema y la de los hogares, es este creciente campo de batalla que los hijos han planteado a sus padres... y a la sociedad.
Nuestra sociedad está enferma. Las opiniones cambian como veletas según el último comentario que se oye, no se establece un determinado criterio en nada y acerca de nada.
Como la información de los atropellos que nuestros gobiernos, nuestras instituciones, empresas, o personajes de alta relevancia, llega, inevitablemente a nuestros ojos y oídos, el descontento, la frustración y la humillación que experimentamos son, lógicamente, muy grandes. Hay que corregir, de manera inexcusable e inaplazable, las faltas de esta sociedad y sus instituciones, que han generado tanta injusticia y desgracia. Y eso es algo que todos y cada uno de los partidos de este país pueden -y deben- acometer, al margen de su ubicación en el espectro de colores, porque estamos en un marco democrático y es obligado. Obligado, sin excusas.
El caldo de cultivo para los demagogos y populistas, por causa de tanto y tan justificado descontento, está ya preparado y en él nadamos desde hace tiempo. Ahora nos toca, sin costumbre, como ya he comentado ni la educación adecuada, discernir. Pero, ¿podemos?
Foto Pedro Mari Sánchez
Las sociedades, como las personas, pueden enfermar y pueden hacerlo por diversas causas. Muchas de ellas son los comportamientos aberrantes, las circunstancias que nos mantienen demasiado tiempo en la infelicidad, la frustración o el agravio y que, antes o después, acaban reflejándose en el cuerpo. Algo ha avanzado la medicina moderna en la comprensión de este aspecto de la generación y desarrollo de enfermedades en el ser humano. Así también en el plano colectivo.
Tanto ha sido y de manera tan vergonzosamente insultante lo que se ha defraudado y humillado a este pueblo, asustado por una parte, pero también adormilado y acomodado durante décadas de dictadura al "me lo dan todo hecho: puedo hacer esto (poco) y no puedo hacer esto (mucho)" que la cosa empieza a ponerse pelúa, como dicen popularmente.
Hubo un momento en el que fue posible establecer una cultura de pulcritud y responsabilidad públicas y de espíritu crítico en nuestra sociedad, auspiciados por la ilusión y energía renovadora de construir una democracia pero, por diversas razones, no acometimos realmente el trabajo que nos correspondía, así, en general, digo. Tras el primer período de tremenda zozobra, con Adolfo Suárez y todo el empeño democrático detrás, por los movimientos cuartelarios que amenazaban el proceso (y las vidas, no lo olvidemos) se abrió paso una posibilidad razonable con la llegada de los renovados en Suresnes que presentaron en sociedad un PSOE, con Felipe González y Alfonso Guerra como maestros de ceremonias. Eran competentes y tuvieron al país detrás de ellos. Incluso quienes no eran socialistas (no incluyo aquí a aquellos decididamente franquistas) les daban su respaldo, aunque no les hubieran dado su voto.
Foto Pedro Mari Sánchez.
Los jóvenes socialistas que llegaron al poder en cuanto pisaron las alfombras de un centímetro de pelo de los grandes despachos quedaron prendados y prendidos de su nueva imagen y, aunque es cierto que transformaron en parte a este país, se comportaron, con el tiempo, como nuevos ricos y empezaron a ver con holgura y relajo la burda colocación de amiguetes no preparados, a consentir desmanes de sus representantes en sus cargos (tal como se venía haciendo en el anterior régimen) bajo el manto protector del apoyo que la mayor parte del pueblo que les había prestado su voto para regenerar la vida pública española y convertirnos en un país civilizado, moderno y responsable, aunque alegre, que eso no estaba en cuestión.
Por otro lado, el pueblo se equivocó de medio a medio creyendo haber resuelto todos sus males al depositar en las urnas los nombres de sus representantes. Era la inercia de tantos años de dictadura. ¡Nos dejaban votar...! Y creímos que eso era todo. Con tremendo dolor estamos comprobando, ahora ya de manera insoslayable, cuánto estábamos equivocados. Una democracia se construye con mucho trabajo, mucha participación, por parte de los ciudadanos. Es mucho más incómoda (únicamente en ese sentido, aclaro) que una dictadura, donde todo te lo dan hecho, pero es que democracia es, precisamente, eso: el poder y el Gobierno del pueblo. No hay otra que participar día a día en ello.
Foto Pedro Mari Sánchez.
Siempre pensé que la gran carencia -amén de lo expuesto antes- del primer Gobierno socialista fue no iniciar un concepto de educación claro e integral en el que se acometiera la corresponsabilidad de los padres en el proceso educativo y de formación de la personalidad de los hijos. No se estableció, evidentemente, un marco en el que la educación y la cultura fueran intocables para cualquier Gobierno posterior; que fueran considerados un patrimonio común para todos los españoles, al margen de sus tendencias políticas. Cierto es, desde luego, que el otro partido grande, el Partido Popular, no ha tenido ni tiene, la menor intención de ayudar lo más mínimo en este asunto, pues cree firmemente que el liderazgo del país deben ejercerlo sus familias, los elegidos, a golpe de talonario, en la universidades privadas, y que la enseñanza pública no debe estar especialmente protegida.
La educación lo es todo para cualquier país. De ahí parte todo y, dependiendo del concepto que como sociedad tengamos de la educación, de la importancia que le demos para nuestras vidas, construiremos un país u otro. Y no hablo solamente de lo poderoso que pueda llegar a ser dicho país. Aquí seguimos a tortas entre los señoritos y los desharrapados, a estas alturas, creyendo que esto puede sostenerse un minuto más y no es así. Producto de nuestra debacle educativa, la del sistema y la de los hogares, es este creciente campo de batalla que los hijos han planteado a sus padres... y a la sociedad.
Nuestra sociedad está enferma. Las opiniones cambian como veletas según el último comentario que se oye, no se establece un determinado criterio en nada y acerca de nada.
Como la información de los atropellos que nuestros gobiernos, nuestras instituciones, empresas, o personajes de alta relevancia, llega, inevitablemente a nuestros ojos y oídos, el descontento, la frustración y la humillación que experimentamos son, lógicamente, muy grandes. Hay que corregir, de manera inexcusable e inaplazable, las faltas de esta sociedad y sus instituciones, que han generado tanta injusticia y desgracia. Y eso es algo que todos y cada uno de los partidos de este país pueden -y deben- acometer, al margen de su ubicación en el espectro de colores, porque estamos en un marco democrático y es obligado. Obligado, sin excusas.
El caldo de cultivo para los demagogos y populistas, por causa de tanto y tan justificado descontento, está ya preparado y en él nadamos desde hace tiempo. Ahora nos toca, sin costumbre, como ya he comentado ni la educación adecuada, discernir. Pero, ¿podemos?
Foto Pedro Mari Sánchez