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Pablo Iglesias, el de la triste figura

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Pablo Iglesias genera debate. Después de haber aupado a Podemos hasta el Parlamento Europeo en cuatro meses, el personaje despierta en la gente diversas sensaciones. En un continuum entre la desconfianza total y la entrega absoluta algunos lo aceptan, muchos le tienen simpatía, y otros ironizan sobre su figura.

La Voz del Poder analiza la voz de Podemos en busca de las claves fonéticas del recelo con que muchos ciudadanos ven aún a Pablo Iglesias, y del ardor que lleva a tantos otros a entregarse de una manera casi mística a un modelo de político aún por conocer.

Conciencia




Noche electoral. El resultado es arrollador. Un tertuliano de televisión se hace con un millón y medio de votos. Espectacular, impresionante, lo nunca visto. Pero él no está satisfecho. Se dirige a todas esas personas enfervorecidas que le han apoyado y le vemos ajustar la distancia de los micrófonos del atril, agachar la cabeza y leer su discurso. No sonríe. Habla de duelo y del camino que hay que recorrer hasta llegar al objetivo. Y no sonríe. No quiere complacencia ni celebraciones grotescas de victoria. ¿Es un pesimista atrabiliario incapaz de sentir ni una pizca de la ilusión de la que tanto habla, o es una pose de solemnidad afectada para dar empaque al personaje? No, es el líder de la conciencia social, no de la emoción social.

Su discurso tiene la entonación y el ritmo de la arenga: enunciados cortos, todos con la misma cadencia, mismo tono, misma intensidad. Es monótono porque prima el contenido frente al acto de comunicación. No tiene en cuenta al receptor del mensaje porque no le llama a la acción, sino que solo explica la necesidad de la acción. Es un discurso en el que el yo está más presente que el , y que podría empezar: "A quien corresponda".

Cerebro
Pablo Iglesias sabe lo que dice porque habla de lo que sabe. Sus respuestas en las entrevistas son largas, de hasta 92 segundos de duración, pero la excelente construcción sintáctica de los enunciados las hace fáciles de entender y de seguir.

Su agilidad mental se traduce en la fluidez de su discurso: en sus frases apenas escuchamos esos rellenos "mire usted" tan frecuentes en la entrevista y el debate políticos. Introduce con facilidad las consignas y los mensajes políticos que al final resultan casi tan ubicuos como su imagen.

Pablo Iglesias es perfeccionista: su lengua presiona el paladar mientras está en silencio, por eso produce un chasquido cuando empieza a hablar.

Además, es capaz de hablar rápido -casi 600 sílabas por minuto- y aun así mantener inalterable su dicción. Tan solo se cuela de vez en cuando una ligera aspiración de 's' en posición final de sílaba [audio], tal vez como un recuerdo barra homenaje al barrio madrileño donde se crió.

Al contrario, la 's' que usa de forma habitual es hiperarticulada y tensa: mientras que en español estándar la duración es de unos 8 o 10 milisegundos, su sonido 's' llega a durar 16 milisegundos. Para que la lengua se mantenga en posición durante esos 16 milisegundos es necesaria hacer fuerza para resistir la presión de la corriente aérea. La 's' demasiado prolongada genera la impresión de que el hablante hace fuerza para convencer al oyente. Dado que el señor Iglesias no eleva la intensidad de su voz, esta fuerza se percibe como intelectual, no física.

Cerebral, la idea frente a la acción, el "sé hacerlo" frente al "lo hago".

Cuerpo
Una idea es una construcción abstracta, no tiene cuerpo. Como su voz. Es una voz ligera con un toque de nasalidad que en la distancia corta se percibe como asertiva, educada y nada crispada, pero que en el discurso público se siente débil, floja, sin materia, como si saliera solo de una cabeza.

Le falta aire, diafragma, pulmones, tripas. Vísceras.

También llaman la atención la frecuencia y sonoridad de sus inspiraciones. Toma aire interrumpiendo la frase en cualquier lugar, como si no prestara atención a la necesidad fisiológica de respirar. Lo que cuenta es el mensaje, el cuerpo ¿a quién le importa?

Las inspiraciones son cortas, superficiales, y hacen demasiado ruido porque son precipitadas. Tiene tanta urgencia por seguir hablando que los pliegues vocales no tienen el tiempo suficiente de abrirse y dejar que entre una cantidad de aire necesaria. Pero no es una urgencia emocional, arrebatada. Sus pausas no aportan dramatismo ni énfasis a su discurso, tan solo interrumpen el flujo intelectual para esa tarea latosa de respirar. Sus pausas, tan cortas, parecen reflejar que las palabras que pronuncia no hacen mella en él, que su emoción no está implicada en el discurso, solo su intelecto.

El señor Iglesias considera inteligentes a los oyentes, y eso es de agradecer, pero para llegar a todos los que podrían ser receptivos a su mensaje, más allá de las consignas, sería bueno que equilibrara el cuerpo y la mente en su comunicación. Cambios en el color y en la cualidad de su voz -a la Obama, por ejemplo-, matices, quiebros o fallos son detalles que revelan que quien habla es humano.

Por el contrario, un habla tan hierática hace referencia a un estilo de liderazgo vertical, en el que el "timonel" dirige, porque es el que "sabe", y los demás reman. El liderazgo horizontal requiere remar y salpicarse igual que los demás. No lidera el que más sabe sino el que tiene garra y fuerza para motivar.

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