Tengo la misma edad que el príncipe Felipe, vaya, la edad exacta de nuestro futuro rey, lo que de entrada, y con la lógica diferencia entre nuestros respectivos estatus, nos ha permitido vivir y compartir en esta España los mismos acontecimientos, las mismas modas, dramas, penas y alegrías.
He tenido la suerte de coincidir como pequeño empresario, como joven o como cocinero a lo largo de mi carrera con él y la princesa varias veces, y siempre, su cercanía, su conocimiento de la sociedad, de nuestros problemas e ilusiones, me ha dejado más que gratamente sorprendido.
La última vez que coincidí con el príncipe durante el cambio de mando del presidente Piñera a la presidenta Bachelet en Santiago de Chile, me preguntó jocoso al verme en el hall del hotel si pensaba dejar de tatuarme, a lo que yo respondí: "Señor, no creo, mientras tenga momentos especiales que plasmar sobre mi piel".
Más tarde, ya en el aeropuerto esperando mi vuelo, veía en un monitor la llegada de los distintos mandatarios invitados al evento, y debo reconocer que me sentí profundamente orgulloso cuando le enfocaron en mitad del corrillo de dirigentes. Me sentí orgulloso del respeto que le profesan en Chile, así como del porte que transmitía a través de las cámaras de televisión chilena. Me pareció la mejor embajada, la mejor imagen que un país emprendedor, valiente y sin complejos como España debe transmitir siempre, pero especialmente en tiempos como estos, al exterior.
Por ello, creo firmemente -hasta que alguien me demuestre lo contrario- que nuestra monarquía parlamentaria es un excelente modelo de representación nacional: para mí, en conciencia, el mejor. Ojo, que hablo de representación nacional, no de Gobierno, ya que un rey en un sistema como el nuestro no gobierna, de eso se encargan los políticos de un lado u otro del arco ideológico.
Me he criado en una monarquía parlamentaria, he viajado por todo el mundo por mi trabajo y tengo sellos en mi pasaporte de repúblicas, monarquías, monarquías parlamentarias, democracias a la venezolana, y he visto miseria y desigualdad en grandes repúblicas tanto como en monarquías de distinta fórmula... Desgraciadamente la lucha contra las grandes desigualdades es transversal y no entiende en absoluto de modelos de Estado, al igual que el otro gran reto de nuestra generación: el deterioro medioambiental y la escasez de recursos.
Pretender, como hemos escuchado y leído en las últimas horas a políticos, en teoría serios, que una república es la solución a nuestros problemas territoriales, al paro, a la corrupción a la crisis, es hacerle un flaco favor a una república que no comparto. Es tan sencillo como observar en qué estado están, a nuestro alrededor, las repúblicas portuguesa, italiana, griega, francesa...
Pretender que una presidencia de la república es más dinámica y realista para el día a día de una nación es tergiversar la realidad, ya que si el Parlamento o el Congreso no avala o sencillamente veta un proyecto del presidente, por honroso y necesario que sea para el país (como la reforma sanitaria de Obama) el proyecto se queda en nada.
Pretender que una república es barata (con la honrosa excepción del presidente Mújica de Uruguay) es una soberana idiotez, y si no que se lo pregunten a franceses, norteamericanos o especialmente a los italianos.
Pretender que la república es más progresista o más moderna es otro contrasentido si analizamos todas las monarquías parlamentarias de nuestro continente: Holanda, Dinamarca, Suecia... Eso sin tener en cuenta que en monarquías como las de Oriente Próximo, que nos gusten o no son mercados de primerísima importancia para nuestros productos, un presidente de la república española no sería recibido ni por la secretaria del más paria de los ministros. Salvo que esa pretendida república española contara con una V Flota permanentemente en el horizonte de las playas del emirato de turno, algo que de entrada no nos podríamos permitir.
Por ultimo, en esta declinación de pretensiones de los partidarios de la república, siempre me ha chocado la presunción de que una república tendría que ser casi por obligación, progresista y de izquierdas... Como si Sarkozy, Chirac, Reagan, Bush, Putin, etc... fueran un faro del progresismo y los derechos sociales. Recuerdo algo que viví de joven en mi Barcelona natal: cuando se aprobó el relevo de la Policía Nacional por parte del cuerpo de Mossos d'Escuadra, a mediados de los ochenta, mis amigos más nacionalistas estaban exultantes: creían ingenuamente que los Mossos serían una especie de cuerpo de Boy Scouts, versión catalana, una especie de amiguetes consentidos... Al final, como es lógico, los Mossos son un cuerpo de policía, que actúa como un cuerpo de policía, protege como un cuerpo de policía, multa en carretera como un cuerpo de policía... aunque te puedas dirigir a ellos en catalán.
Y algo más: me duelen los comentarios, bromas y chistes que leo respecto a la figura y la dimensión histórica del rey, muchos de ellos groseros cuando no, sencillamente, patéticos. Honestamente, me produce cansancio esa libertad aparente que nos ofrecen las redes sociales, libertad que a la postre se acaba convirtiendo en una enorme jaula de grillos, bulos y rumores, cuando no un medio para la impunidad desde el anonimato. En demasiadas ocasiones vomitan y ofenden, prescinden del debate ideológico y ningunean las instituciones. Las confunden con quien -mejor o peor- las representan, hacen un batiburrillo con el descrédito y arrastran el todo resultante por el lodazal virtual de internet. Lo digo consciente de que mis palabras despertarán de estos mismos hooligans.com toda clase de improperios, comentarios y disparates respecto a mí, y mi opinión.
Que nuestro futuro rey Felipe VI sea un buen rey, queridos compatriotas, depende tanto de él y de las decisiones que tome en conciencia, como de nosotros, todos y cada uno de sus "súbditos". Acordémonos de aquello que dijo al mismo tiempo que nuestra generación venía a este mundo un presidente (demócrata) de una república, J.F. Kennedy: dejemos de preguntarnos qué puede hacer nuestro país por nosotros, para plantearnos más allá de nuestro ombligo, qué podemos hacer nosotros por nuestro país.
He tenido la suerte de coincidir como pequeño empresario, como joven o como cocinero a lo largo de mi carrera con él y la princesa varias veces, y siempre, su cercanía, su conocimiento de la sociedad, de nuestros problemas e ilusiones, me ha dejado más que gratamente sorprendido.
La última vez que coincidí con el príncipe durante el cambio de mando del presidente Piñera a la presidenta Bachelet en Santiago de Chile, me preguntó jocoso al verme en el hall del hotel si pensaba dejar de tatuarme, a lo que yo respondí: "Señor, no creo, mientras tenga momentos especiales que plasmar sobre mi piel".
Más tarde, ya en el aeropuerto esperando mi vuelo, veía en un monitor la llegada de los distintos mandatarios invitados al evento, y debo reconocer que me sentí profundamente orgulloso cuando le enfocaron en mitad del corrillo de dirigentes. Me sentí orgulloso del respeto que le profesan en Chile, así como del porte que transmitía a través de las cámaras de televisión chilena. Me pareció la mejor embajada, la mejor imagen que un país emprendedor, valiente y sin complejos como España debe transmitir siempre, pero especialmente en tiempos como estos, al exterior.
Por ello, creo firmemente -hasta que alguien me demuestre lo contrario- que nuestra monarquía parlamentaria es un excelente modelo de representación nacional: para mí, en conciencia, el mejor. Ojo, que hablo de representación nacional, no de Gobierno, ya que un rey en un sistema como el nuestro no gobierna, de eso se encargan los políticos de un lado u otro del arco ideológico.
Me he criado en una monarquía parlamentaria, he viajado por todo el mundo por mi trabajo y tengo sellos en mi pasaporte de repúblicas, monarquías, monarquías parlamentarias, democracias a la venezolana, y he visto miseria y desigualdad en grandes repúblicas tanto como en monarquías de distinta fórmula... Desgraciadamente la lucha contra las grandes desigualdades es transversal y no entiende en absoluto de modelos de Estado, al igual que el otro gran reto de nuestra generación: el deterioro medioambiental y la escasez de recursos.
Pretender, como hemos escuchado y leído en las últimas horas a políticos, en teoría serios, que una república es la solución a nuestros problemas territoriales, al paro, a la corrupción a la crisis, es hacerle un flaco favor a una república que no comparto. Es tan sencillo como observar en qué estado están, a nuestro alrededor, las repúblicas portuguesa, italiana, griega, francesa...
Pretender que una presidencia de la república es más dinámica y realista para el día a día de una nación es tergiversar la realidad, ya que si el Parlamento o el Congreso no avala o sencillamente veta un proyecto del presidente, por honroso y necesario que sea para el país (como la reforma sanitaria de Obama) el proyecto se queda en nada.
Pretender que una república es barata (con la honrosa excepción del presidente Mújica de Uruguay) es una soberana idiotez, y si no que se lo pregunten a franceses, norteamericanos o especialmente a los italianos.
Pretender que la república es más progresista o más moderna es otro contrasentido si analizamos todas las monarquías parlamentarias de nuestro continente: Holanda, Dinamarca, Suecia... Eso sin tener en cuenta que en monarquías como las de Oriente Próximo, que nos gusten o no son mercados de primerísima importancia para nuestros productos, un presidente de la república española no sería recibido ni por la secretaria del más paria de los ministros. Salvo que esa pretendida república española contara con una V Flota permanentemente en el horizonte de las playas del emirato de turno, algo que de entrada no nos podríamos permitir.
Por ultimo, en esta declinación de pretensiones de los partidarios de la república, siempre me ha chocado la presunción de que una república tendría que ser casi por obligación, progresista y de izquierdas... Como si Sarkozy, Chirac, Reagan, Bush, Putin, etc... fueran un faro del progresismo y los derechos sociales. Recuerdo algo que viví de joven en mi Barcelona natal: cuando se aprobó el relevo de la Policía Nacional por parte del cuerpo de Mossos d'Escuadra, a mediados de los ochenta, mis amigos más nacionalistas estaban exultantes: creían ingenuamente que los Mossos serían una especie de cuerpo de Boy Scouts, versión catalana, una especie de amiguetes consentidos... Al final, como es lógico, los Mossos son un cuerpo de policía, que actúa como un cuerpo de policía, protege como un cuerpo de policía, multa en carretera como un cuerpo de policía... aunque te puedas dirigir a ellos en catalán.
Y algo más: me duelen los comentarios, bromas y chistes que leo respecto a la figura y la dimensión histórica del rey, muchos de ellos groseros cuando no, sencillamente, patéticos. Honestamente, me produce cansancio esa libertad aparente que nos ofrecen las redes sociales, libertad que a la postre se acaba convirtiendo en una enorme jaula de grillos, bulos y rumores, cuando no un medio para la impunidad desde el anonimato. En demasiadas ocasiones vomitan y ofenden, prescinden del debate ideológico y ningunean las instituciones. Las confunden con quien -mejor o peor- las representan, hacen un batiburrillo con el descrédito y arrastran el todo resultante por el lodazal virtual de internet. Lo digo consciente de que mis palabras despertarán de estos mismos hooligans.com toda clase de improperios, comentarios y disparates respecto a mí, y mi opinión.
Que nuestro futuro rey Felipe VI sea un buen rey, queridos compatriotas, depende tanto de él y de las decisiones que tome en conciencia, como de nosotros, todos y cada uno de sus "súbditos". Acordémonos de aquello que dijo al mismo tiempo que nuestra generación venía a este mundo un presidente (demócrata) de una república, J.F. Kennedy: dejemos de preguntarnos qué puede hacer nuestro país por nosotros, para plantearnos más allá de nuestro ombligo, qué podemos hacer nosotros por nuestro país.