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Thomas Piketty (y 2): Las relaciones espurias y las revoluciones científicas

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Hace unas semanas tuve el privilegio de entrevistar a Thomas Piketty en París gracias a mi buena estrella y a El Huffington Post. Apenas tres días después de que le hiciéramos la entrevista, el Financial Times (que anteriormente había realizado una crítica de su libro El capital en el siglo XXI tirando a elogiosa) publicó un ataque en toda regla a las tesis que el profesor parisino expone en su libro por unos supuestos errores hallados en una hoja de cálculo, lo que les recordó a muchos lo ocurrido el pasado año con uno de los estudios más citados para defender las políticas de austeridad.

Recordemos que dicho estudio simplemente correlacionaba deuda pública y crecimiento, y los autores llegaban a la conclusión de que era casi imposible crecer si la deuda superaba un umbral determinado (el 90%). El análisis de la hoja de cálculo de Excel utilizada por parte de un alumno del MIT puso de relieve groseros errores en el uso de los datos, de forma que el umbral del 90% era indefendible, pero es que además una correlación no permite establecer el sentido en el que la causalidad opera: ¿realmente la deuda impide el crecimiento? ¿o es la falta de crecimiento la que alimenta la deuda?

Curiosamente, un colaborador habitual del Financial Times publicó recientemente un tuit que ilustraba esta idea dando una clara correlación entre consumo de chocolate per cápita de un país respecto al número relativo de ganadores del premio Nobel, y concluía irónicamente que para producir galardonados era necesario consumir mucho chocolate:




Es fácil dar ejemplos similares al anterior. Se puede encontrar una relación estadísticamente significativa entre la evolución del número de muertos de cáncer en Estados Unidos y el número de forfaits de esquí vendidos en el mismo país durante los últimos veinticinco años (no es broma), lo que no implica causalidad alguna, ya que ambas cifras están obviamente relacionadas con la variable 'población', que es lo que se conoce como la variable escondida.

Un ejemplo muy similar a la correlación entre consumo de chocolate y producción de premios Nobel lo encontramos la semana pasada en un post de El Huffington Post en el que su autor comparaba indicadores de renta y la forma de jefatura de Estado de diversos países, llegando a la conclusión (creo que sin ironía alguna) de que la monarquía aporta 7.000 millones de euros al año a nuestra economía, es decir un 0,7% del PIB.

Podría hasta cuestionarse que un estado como Malasia (una federación cuya jefatura de Estado es rotatoria) sea una monarquía y que un estado como Corea del Norte, donde detenta el poder absoluto una satrapía dinástica que va ya por la tercera generación, no lo sea (ambos casos son explícitamente citados como ejemplos respectivos de monarquía y república por el autor del post), pero resulta obvio que el hecho de que las monarquías tengan una renta media superior a las repúblicas (y que las repúblicas tengan una mayor esperanza de vida) es bastante irrelevante y probablemente se deba exclusivamente a que casi todos los países descolonizados (o los países del este tras la caída del muro) se hayan constituido como repúblicas (lo que resulta poco sorprendente) en vez de como monarquías, después de recuperar su independencia tras muchos siglos de saqueo, demasiado a menudo por las propias monarquías (la nuestra incluida).

En un análisis estadístico, la probabilidad de establecer relaciones espurias como las anteriores aumenta con el número de variables que se utilizan (alrededor de una decena, en el post sobre la monarquía), lo que constituye una barrera importante al desarrollo de soluciones en tecnología big data de las que he hablado con anterioridad.

Afortunadamente para sus futuros lectores, Thomas Piketty usa los datos con más criterio y logra, gracias a los mismos, desmontar la muy influyente curva de Kuznets según la cual la desigualdad económica se incrementa a lo largo del tiempo mientras un país está en desarrollo pero tras cierto tiempo crítico la desigualdad comienza a decrecer. Piketty demuestra en El capital en el siglo XXI que la tesis de Kuznets no supera el principio de falsabilidad y la economía como ciencia no puede aspirar a mucho más que a eso. Y si yo sostuviera que las repúblicas producen niveles de bienestar notablemente superiores a los de las monarquías, los datos del post antes mencionado serían relevantes para probar que mi afirmación no es científica, de la misma forma que la existencia de un cisne negro permite negar la cientificidad de la afirmación todos los cisnes son blancos pero no prueba que todos los cisnes sean o blancos o negros.

En lo que respecta a los supuestos errores en la manipulación de datos denunciada por el Financial Times, he intentado contactar con posteriormente con Piketty para hacerle nuevas preguntas pero está demasiado ocupado defendiendo sus tesis y viajando como para atenderme de nuevo personalmente. Por lo tanto, la editora de blogs de El Huffington Post decidió con gran acierto publicar la entrevista este 1 de junio, con links tanto al artículo del Financial Times como a la defensa del propio Piketty, publicada por la versión americana de este diario.

Aunque carezco de la competencia y, sobretodo, del tiempo necesarios para entrar a evaluar los datos expuestos por Piketty y por su detractor (el columnista Chris Giles), me gustaría recalcar que desde el principio el ataque del Financial Times me pareció desproporcionado y probablemente motivado ideológicamente, puesto que cuestionando los datos relativos al capítulo 10 de los 16 con que cuenta El capital en el siglo XXI se pretende invalidar todas sus conclusiones. Dicho capítulo trata sobre las desigualdades de riqueza, cuya medición presenta dificultades particulares, alguna de las cuales ya expliqué en un post anterior. Sobre las desigualdades de rentas no parece haber ningún tipo de discusión y es difícil defender que diferencias de renta crecientes no se traduzcan en diferencias de riqueza

La ética de Piketty como investigador está completamente certificada. Su base de datos es accesible online, mientras que a Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, autores del estudio ya mencionado antes hubo que pedirles en reiteradas ocasiones que facilitaran la hoja de cálculo de Excel en la que se basaba su estudio. En su blog, Paul Krugman explicaba recientemente que las estimaciones de riqueza de Giles son, si acaso, peores que las de Piketty, ya que ambos usan encuestas y datos fiscales para estimar las desigualdades de riqueza pero Piketty se apoya más en los últimos. Y, con todo, las diferencias entre ambas estimaciones está lejos de ser tan importantes como da a entender Giles.

Por otro lado, la polémica viene de rebote a dar la razón a Piketty en su defensa del establecimiento de una tasa al capital, ya que la tasa actuaría como una suerte de censo de las fortunas existentes y dejaría de ser necesario estimarlas. Por cierto, leyendo a Piketty he aprendido que el mayor defensor de la tasa al capital fue el profesor Maurice Allais, quien puso de relieve el valor 'incitativo' de una tasa de este tipo para poner el capital a trabajar, un argumento no muy distinto del que usamos los que defendemos la supresión del efectivo para poder aplicar tipos de interés negativos.

El debate en torno a El capital en el siglo XXI es, en todo caso, fascinante, y el escritor George Cooper considera que podemos estar ante lo que otro Thomas, el sociólogo Thomas Kuhn, denominó como cambio de paradigma en su libro La estructura de las revoluciones científicas. En la historia de la ciencia, ningún avance científico de relevancia ha suscitado de entrada la unanimidad de la comunidad investigadora; sin ir muy lejos, Einstein y su relatividad general fueron cuestionados por el propio Maurice Allais (que observó lo que se ha dado en llamar el efecto Allais) antes de que Einstein ganase la batalla y sus teorías generaran un consenso indiscutido entre los físicos.

Evidentemente, para ser de la opinión de que potencialmente estamos ante una revolución científica hay que partir del principio discutible de que la economía es una ciencia. Paul Krugman lo cree firmemente y ya ha tomado partido de manera clara por Piketty, al considerar El capital en el siglo XXI como una teoría del campo unificado de la desigualdad y del estancamiento secular, dejando claro que la contribución de Piketty es de las más importantes de los últimos años. Joseph Stiglitz, Robert Shiller y Robert Solow se han pronunciado también públicamente como admiradores del trabajo del profesor francés.

Los críticos de Piketty tienen en general menor talla intelectual. El mencionado Chris Giles, Nicolas Baverez en Francia, Sala-i-Martin en nuestro país. He leído comentarios de Nassim Taleb particularmente injustos: parece que apenas ha leído el libro, sostiene que no hay razonamiento teórico de peso sino solamente datos detrás del mismo (y eso que Piketty se atreve ni más ni menos que a enunciar dos leyes que él denomina leyes fundamentales del capitalismo) y parece dar por bueno el cuestionamiento de Giles a los datos de Piketty. En mi opinión, la fuerza de divergencia r > g expuesta por Piketty en su libro tiene mucho más valor que las vacías correlaciones de las que he hablado arriba o las que se pueden leer regularmente en blogs como el de Freakonomics, pero el tiempo dirá. El escenario central de Piketty prevé que la desigualdad aumentará, pero pone de relieve igualmente ciertos mecanismos que permitirían impedirlo: crecimiento, más impuestos progresivos y más Estado del Bienestar.

Aunque la Academia Sueca suele ser más generosa con los economistas de derechas que con los de izquierdas, me aventuro a adelantar que cuando la batalla del consenso científico se incline del lado de Piketty se le premiará con un Nobel. Desgraciadamente ello no se traduciría necesariamente en la aceptación de sus propuestas políticas: si el comisario europeo Olli Rehn es capaz de pasarse a Keynes por el forro, nada invita a pensar que pueda hacer otra cosa distinta con Piketty.

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