Hubo una época, siglos atrás, en que los designios de Holanda estaban en manos de España. Eran los tiempos de Felipe II, y la dinastía de los Habsburgo imponía su voluntad sobre las diecisiete provincias, una región algo más amplia que los actuales Países Bajos. La resistencia flamenca dio paso a una guerra de ochenta años, que culminó con la independencia bajo el liderazgo de Guillermo de Oranje, a la sazón Príncipe de Oranje. Sus glorias se recuerdan en el himno nacional holandés, el más antiguo del mundo, y en él hay un recuerdo para el rey de España.
Más de 350 años después, esa batalla volvería a escenificarse sobre un terreno muy diferente: una guerra de 32 selecciones en la que compiten unos contra otros en pequeños encuentros, cuyo resultado tiene un enorme impacto en los juegos posteriores.
Así, Holanda había sido derrotada en Sudáfrica tras una larga resistencia de 116 minutos, y un escenario muy distinto, el del trópico brasileño, le daba la ocasión de reeditar la historia de Guillermo de Oranje, derrotando a los españoles una vez más de la mano, de la cabeza y los pies de Arjen Robben.
A pesar de tener un palmarés impresionante, Arjen Robben sabe como nadie lo que es perder una final. Conoce, muy a su pesar, el inmenso dolor de no poder jugar por culpa de las lesiones, y el ser apartado una y otra vez de las dulces mieles de la gloria. Aquella noche de Sudáfrica dejó impreso en su memoria para siempre el mano a mano que le perdió a Casillas, y desde entonces ha quedado pendiente en su historial el saldar la cuenta con España.
La ocasión llegaba ayer. El sorteo de grupos, siempre caprichoso, quería repetir el emparejamiento de la última final, y España y Holanda llegaban al partido con un mismo objetivo, pero una motivación diferente. España, con la vista puesta en la segunda estrella y el pase a octavos como primera de grupo. Holanda, sacarse esa espina que aún todavía duele, para colocarse primera de grupo también y así poder evitar, según todas las quinielas, a la todopoderosa canarinha. Pero sobre todo, era la tarde en que Robben se veía las caras de nuevo con Casillas, y esta vez nunca sería igual.
Esta vez, la escuadra holandesa, arropada por una incansable afición, le daría la vuelta al partido, exhibiendo un espectacular juego de ataque a lomos de Van Persie y de Robben, que dejaron dos tantos cada uno e hicieron las delicias del público de Salvador de Bahía.
Esta vez, tocaba reescribir la historia, y bastaban noventa minutos para una batalla que se hizo casi insoportable para el conjunto español, que no llegó a encontrarse a sí mismo sobre el terreno de juego y para el que la maldición del viernes 13 pintaba una de las mayores derrotas en su haber.
Arjen se convertía, pues, en el Príncipe del Arena Fonte Nova, urdiendo una venganza tejida con eficacia, un gran estilo de juego y mucha clase. Un mazazo letal para el equipo de Vicente del Bosque, que aguardaba el envite naranja sin sospechar que el espíritu de Guillermo de Oranje ponía alas en las botas de los de Van Gaal.