La ciencia, hasta donde ha llegado, dice que lloramos por pura supervivencia. Que el llanto es uno de los productos, quizá el más significativo por misterioso, de diversos paquetes de reacciones más o menos elementales que promueven la pervivencia de un organismo por encima de los ataques externos o internos que recibe. Tales dispositivos con que los organismos cuentan para perpetuarse se llaman, de otro modo, emociones.
Ya habíamos vivido algunas emociones cuando las burbujas empezaron a subir desde el fondo de las copas aflautadas en las que nos habían servido el champagne en el mediodía brumoso de la ciudad castellana. El patio del Colegio de Santa Cruz exhalaba frescor; la piedra de que está construido este elegante palacio renacentista en Valladolid parecía recién labrada y recordaba a las rocas lavadas por la erosión del agua corriente que se despeña incansablemente sobre ellas.
Los invitados a la entrega de los Premios de la Fundación Cristóbal Gabarrón eran multitud. Poco antes, durante la ceremonia de entrega en el Aula Triste del palacio, un cuarto grimoso y depresivo que cuadraba con mi estado de ánimo, se había producido, por la aglomeración, casi un pequeño tumulto impropio de gente tan educada. A la salida, mientras respirábamos por fin y bebíamos para refrescarnos, me dirigí al neurobiólogo luso americano Antonio Damasio, cuya elegante figura no se descomponía por los sudores.
-Es curioso que siendo, como es usted, un especialista en lágrimas, le hayan entregado este premio en un salón que tiene el nombre de Aula Triste -hice un esfuerzo por sonreír.
Damasio se giró como sobre un eje y, sin mover ni uno de los músculos de su cara, negó mi aseveración.
-En realidad soy un experto en emociones -ahora sí inició una sonrisa-. Ya sabe, esos resortes que tenemos para promover nuestro afán de seguir viviendo, algo así como la tramoya que regula nuestro organismo para perpetuarnos en la existencia. Las lágrimas son sólo una manifestación física de las emociones, una prueba visible de las mismas.
Su puntualización era atinada. Yo había leído algunos de sus libros en los que clasifica las emociones en tres tipos. Emociones de fondo, como esos telones negros de los escenarios teatrales; emociones primarias, como la pena o la felicidad; y emociones sociales, como la vergüenza o el orgullo. Lo increíble de todo es que las lágrimas están asociadas a cualquier emoción, no importa de qué tipo sea. Según Damasio, el genoma humano posee toda la información para que estos dispositivos que constituyen "la regulación automatizada de la vida" (la alegría, el miedo, la simpatía, la culpabilidad, etc.) se activen al nacer, junto "al paquete de reacciones que constituyen llorar y sollozar", que también está listo desde el primer momento de la existencia, sin que haya necesidad de aprenderlo, al contrario de lo que ocurre con otras reacciones, como la risa. Tal vez por esa razón, podemos llorar por todo, pero no todo nos hace gracia.
Las investigaciones de Damasio, que es un médico, están basadas en la teoría del conatus de Spinoza, es decir, el esfuerzo de cada cual por perseverar en su ser, tal como aparece explicada en la Ética, y que el mismo Damasio trataba ahora de resumirme en el claustro del Palacio de Santa Cruz mientras nos recuperábamos de la recepción de nuestros premios. Las emociones son, pues, los procesos del propio organismo para proporcionarse un estado vital benéfico para su continuidad como organismo. Él mismo ha descrito ciertas regiones del cerebro donde se desencadenan emociones. Al parecer, una vez que el cuerpo evalúa los estímulos que se le presentan, se producen descargas electroquímicas en esas zonas cerebrales que actúan como llaves que abren cerraduras emplazadas en otros lugares del cerebro donde finalmente se ejecuta la emoción. Entonces se origina un despliegue corporal que no siempre es visible, pues puede localizarse en las vísceras o en el sistema músculoesquelético. El llanto sería una respuesta visible.
-¿Pero sabemos exactamente "dónde" lloramos? -pregunté con la ingenuidad de quien ya había leído sus contribuciones sobre el tema.
-Naturalmente, conocemos la secuencia de actividades que son necesarias para llorar y sollozar, en las que se incluyen toda la gestualidad de la musculatura facial, los movimientos de la boca, de la faringe y la laringe, y del diafragma, así como las acciones fisiológicas que resultan de la producción y eliminación de lágrimas. Si me pregunta en qué partes del cuerpo lloramos, está claro: en los ojos, en la cara, en el pecho. Si lo que quiere saber es en qué zona específica del cerebro se dispara el llanto, sólo puedo ofrecerle conjeturas: en la región prefrontal mediana y ventral y en núcleos del bulbo raquídeo sin determinar.
Ya habíamos vivido algunas emociones cuando las burbujas empezaron a subir desde el fondo de las copas aflautadas en las que nos habían servido el champagne en el mediodía brumoso de la ciudad castellana. El patio del Colegio de Santa Cruz exhalaba frescor; la piedra de que está construido este elegante palacio renacentista en Valladolid parecía recién labrada y recordaba a las rocas lavadas por la erosión del agua corriente que se despeña incansablemente sobre ellas.
Los invitados a la entrega de los Premios de la Fundación Cristóbal Gabarrón eran multitud. Poco antes, durante la ceremonia de entrega en el Aula Triste del palacio, un cuarto grimoso y depresivo que cuadraba con mi estado de ánimo, se había producido, por la aglomeración, casi un pequeño tumulto impropio de gente tan educada. A la salida, mientras respirábamos por fin y bebíamos para refrescarnos, me dirigí al neurobiólogo luso americano Antonio Damasio, cuya elegante figura no se descomponía por los sudores.
-Es curioso que siendo, como es usted, un especialista en lágrimas, le hayan entregado este premio en un salón que tiene el nombre de Aula Triste -hice un esfuerzo por sonreír.
Damasio se giró como sobre un eje y, sin mover ni uno de los músculos de su cara, negó mi aseveración.
-En realidad soy un experto en emociones -ahora sí inició una sonrisa-. Ya sabe, esos resortes que tenemos para promover nuestro afán de seguir viviendo, algo así como la tramoya que regula nuestro organismo para perpetuarnos en la existencia. Las lágrimas son sólo una manifestación física de las emociones, una prueba visible de las mismas.
Su puntualización era atinada. Yo había leído algunos de sus libros en los que clasifica las emociones en tres tipos. Emociones de fondo, como esos telones negros de los escenarios teatrales; emociones primarias, como la pena o la felicidad; y emociones sociales, como la vergüenza o el orgullo. Lo increíble de todo es que las lágrimas están asociadas a cualquier emoción, no importa de qué tipo sea. Según Damasio, el genoma humano posee toda la información para que estos dispositivos que constituyen "la regulación automatizada de la vida" (la alegría, el miedo, la simpatía, la culpabilidad, etc.) se activen al nacer, junto "al paquete de reacciones que constituyen llorar y sollozar", que también está listo desde el primer momento de la existencia, sin que haya necesidad de aprenderlo, al contrario de lo que ocurre con otras reacciones, como la risa. Tal vez por esa razón, podemos llorar por todo, pero no todo nos hace gracia.
Las investigaciones de Damasio, que es un médico, están basadas en la teoría del conatus de Spinoza, es decir, el esfuerzo de cada cual por perseverar en su ser, tal como aparece explicada en la Ética, y que el mismo Damasio trataba ahora de resumirme en el claustro del Palacio de Santa Cruz mientras nos recuperábamos de la recepción de nuestros premios. Las emociones son, pues, los procesos del propio organismo para proporcionarse un estado vital benéfico para su continuidad como organismo. Él mismo ha descrito ciertas regiones del cerebro donde se desencadenan emociones. Al parecer, una vez que el cuerpo evalúa los estímulos que se le presentan, se producen descargas electroquímicas en esas zonas cerebrales que actúan como llaves que abren cerraduras emplazadas en otros lugares del cerebro donde finalmente se ejecuta la emoción. Entonces se origina un despliegue corporal que no siempre es visible, pues puede localizarse en las vísceras o en el sistema músculoesquelético. El llanto sería una respuesta visible.
-¿Pero sabemos exactamente "dónde" lloramos? -pregunté con la ingenuidad de quien ya había leído sus contribuciones sobre el tema.
-Naturalmente, conocemos la secuencia de actividades que son necesarias para llorar y sollozar, en las que se incluyen toda la gestualidad de la musculatura facial, los movimientos de la boca, de la faringe y la laringe, y del diafragma, así como las acciones fisiológicas que resultan de la producción y eliminación de lágrimas. Si me pregunta en qué partes del cuerpo lloramos, está claro: en los ojos, en la cara, en el pecho. Si lo que quiere saber es en qué zona específica del cerebro se dispara el llanto, sólo puedo ofrecerle conjeturas: en la región prefrontal mediana y ventral y en núcleos del bulbo raquídeo sin determinar.