¿Qué es? Pues depende de a quién le preguntemos.
Un policía quizá diría que se trata de una mente que se caracteriza por una tendencia persistente a vulnerar la ley. Una persona religiosa diría que es una mente opuesta a principios morales y éticos. Un neurólogo señalaría tal vez las anomalías existentes en la configuración cerebral que a menudo caracterizan las conductas patológicas. Un psiquiatra destacaría posiblemente los criterios diagnósticos que definen el trastorno de la personalidad antisocial, en concreto, la actuación al margen de la ley, la mentira, la manipulación, la agresividad y la ausencia de arrepentimiento, en definitiva, el desprecio en general a los derechos y a la integridad de los demás, que tantos estragos causa en el mundo.
No cabe duda de que la abundante literatura médica, psicológica, criminológica y religiosa puede aportar muchos y diversos retratos de sujetos con un comportamiento enfermizo, inadaptado, depredador o simplemente malvado.
¿Qué podría aportar yo a todos estos conocimientos?
Quizá tan solo un ligerísimo cambio de perspectiva. Como autor de novela negra, yo creo el corazón y la mente de los personajes que pueblan mis libros. La única manera que tengo de crear personajes válidos es crearlos desde el interior hacia el exterior. La conducta de los malos de mis novelas es solo la capa externa. Para que dicha conducta resulte creíble, para aportarle la energía vital y el sostén que requiere, he de construir antes una estructura interna.
A mi modo de ver, esa criminalidad que viola las leyes es la punta del iceberg cuya masa oculta está compuesta por una serie de actitudes egocéntricas, de justificación de uno mismo, un conjunto de creencias y sentimientos que permiten y alientan las conductas destructivas.
Como autor, y por motivos que expondré a continuación, me resulta útil articular dichas actitudes desde el punto de vista de la primera persona. Por ejemplo:
Podría añadir más frases a esta lista de creencias, pero seguro que ha comprendido lo que trato de decir. En el corazón de la mente criminal, al menos tal como yo la plasmo en mis novelas, hay un profundo egocentrismo, sentimiento de superioridad y fatuidad.
Expresé en primera persona las actitudes disfuncionales por una razón muy sencilla. A pesar de su componente de locura, el hecho es que yo mismo he mantenido prácticamente todas ellas en algún momento, y expresarlas estrictamente en tercera persona crearía la impresión de que hay una distancia demasiado grande entre mí mismo y los defectos subyacentes de mis villanos de ficción. Y, en términos más generales, eso daría a entender también una diferencia demasiado clara entre la mente criminal y la mente no criminal.
En mis novelas las mismas actitudes que motivan la peor vulneración imaginable de las leyes imaginable por parte de mis malos de ficción aparecen en grados menores de toxicidad en todos mis personajes, incluso en los buenos. Estas actitudes defectuosas, lejos de ser los únicos factores de definen al villano, se presentan como una parte de la humanidad común a todas las personas. El vicio y la virtud son para mí dos posiciones relativas dentro de un largo continuum, un continuum que existe dentro de cada uno de nosotros.
Cuando pienso en la denominada mente criminal, no puedo evitar ver una pizquita en todos nosotros, algo más que una pizca en algunos de nosotros, y probablemente la peor de las dosis en aquellos de nosotros que aseguramos carecer por completo de ella.
Traducción de Inés Belaustegui Trías.
Roca Editorial publica en exclusiva en España No confíes en Peter Pan, de John Verdon.
Un policía quizá diría que se trata de una mente que se caracteriza por una tendencia persistente a vulnerar la ley. Una persona religiosa diría que es una mente opuesta a principios morales y éticos. Un neurólogo señalaría tal vez las anomalías existentes en la configuración cerebral que a menudo caracterizan las conductas patológicas. Un psiquiatra destacaría posiblemente los criterios diagnósticos que definen el trastorno de la personalidad antisocial, en concreto, la actuación al margen de la ley, la mentira, la manipulación, la agresividad y la ausencia de arrepentimiento, en definitiva, el desprecio en general a los derechos y a la integridad de los demás, que tantos estragos causa en el mundo.
No cabe duda de que la abundante literatura médica, psicológica, criminológica y religiosa puede aportar muchos y diversos retratos de sujetos con un comportamiento enfermizo, inadaptado, depredador o simplemente malvado.
¿Qué podría aportar yo a todos estos conocimientos?
Quizá tan solo un ligerísimo cambio de perspectiva. Como autor de novela negra, yo creo el corazón y la mente de los personajes que pueblan mis libros. La única manera que tengo de crear personajes válidos es crearlos desde el interior hacia el exterior. La conducta de los malos de mis novelas es solo la capa externa. Para que dicha conducta resulte creíble, para aportarle la energía vital y el sostén que requiere, he de construir antes una estructura interna.
A mi modo de ver, esa criminalidad que viola las leyes es la punta del iceberg cuya masa oculta está compuesta por una serie de actitudes egocéntricas, de justificación de uno mismo, un conjunto de creencias y sentimientos que permiten y alientan las conductas destructivas.
Como autor, y por motivos que expondré a continuación, me resulta útil articular dichas actitudes desde el punto de vista de la primera persona. Por ejemplo:
- La fuente de la felicidad es conseguir lo que yo quiero.
- Quiero lo que quiero, y lo quiero ya. Me importa un pito lo que eso pueda costarle a los demás.
- Si todo el mundo hiciera lo que yo digo, las cosas nos irían mucho mejor a todos.
- Yo veo las cosas exactamente tal como son.
- La mayoría de la gente es codiciosa, egoísta y estúpida.
- Cada cual va a lo suyo, y cada cual ve las cosas a su manera.
- La verdad es para críos y para imbéciles.
- El mundo es una gran jungla. Come o te comerán.
- Los demás son la causa de todos mis problemas.
- Conozco a alguna gente que merece morir.
- Hago lo que debo hacer.
- La justicia no puede tomarse en serio.
- O eres un ganador o eres un perdedor, no hay medias tintas.
- El único sentimiento que realmente cuenta es cómo te sientas respecto a mí.
- O estás conmigo o contra mí.
- Yo sé lo que te conviene.
Podría añadir más frases a esta lista de creencias, pero seguro que ha comprendido lo que trato de decir. En el corazón de la mente criminal, al menos tal como yo la plasmo en mis novelas, hay un profundo egocentrismo, sentimiento de superioridad y fatuidad.
Expresé en primera persona las actitudes disfuncionales por una razón muy sencilla. A pesar de su componente de locura, el hecho es que yo mismo he mantenido prácticamente todas ellas en algún momento, y expresarlas estrictamente en tercera persona crearía la impresión de que hay una distancia demasiado grande entre mí mismo y los defectos subyacentes de mis villanos de ficción. Y, en términos más generales, eso daría a entender también una diferencia demasiado clara entre la mente criminal y la mente no criminal.
En mis novelas las mismas actitudes que motivan la peor vulneración imaginable de las leyes imaginable por parte de mis malos de ficción aparecen en grados menores de toxicidad en todos mis personajes, incluso en los buenos. Estas actitudes defectuosas, lejos de ser los únicos factores de definen al villano, se presentan como una parte de la humanidad común a todas las personas. El vicio y la virtud son para mí dos posiciones relativas dentro de un largo continuum, un continuum que existe dentro de cada uno de nosotros.
Cuando pienso en la denominada mente criminal, no puedo evitar ver una pizquita en todos nosotros, algo más que una pizca en algunos de nosotros, y probablemente la peor de las dosis en aquellos de nosotros que aseguramos carecer por completo de ella.
Traducción de Inés Belaustegui Trías.
Roca Editorial publica en exclusiva en España No confíes en Peter Pan, de John Verdon.