¿Es posible que una película estrenada hace casi medio siglo nos ayude a entender hoy el yihadismo de los últimos veinte años, las dudas de Obama con respecto a posibles intervenciones en Oriente Medio o el resultado de las elecciones europeas en Francia?
A quienes lo duden les recomiendo que vean La Batalla de Argel de Gillo Pontecorvo, ganadora del León de Oro en Venecia en 1966, y que opinen después.
La batalla de Argel está basada en hechos reales pero no es un documental. Detrás del Coronel Mathieu, un espécimen ejemplar de la École polytechnique que es un buen representante del cartesianismo francés llevado a sus últimas consecuencias -magistralmente interpretado por Jean Martin-, algunos ven al General Massu (si bien éste estudió en Saint-Cyr) y otros a su secuaz, el Coronel Godard. Un detalle sin demasiada importancia en todo caso ya que el filme refleja muy bien el Argel de 1957, en el que el poder colonial declaró la ley marcial empujado por la campaña de atentados del Frente de Liberación Nacional (FLN).
Durante todo aquel año la 10ª División de Paracaidistas convirtió Argel en un pequeño Estado policial, haciendo frente a la brutalidad del FLN con una dosis de brutalidad aún mayor y recurriendo a la tortura como arma policial lícita. El encarnizamiento de Francia en Argel puede resultar hoy difícil de entender, pero cabe recordar que muchos franceses consideraban Argel, Orán y Constantina provincias francesas de pleno derecho como para nosotros puedan serlo Canarias, Ceuta o Melilla. Argelia, pese a todo, no fue nunca completamente asimilada: el sur del país tuvo siempre un estatus colonial y en Argel se vivía una especie de régimen de apartheid entre la Casba y los barrios europeos que se aprecia muy bien en la película e incluso en El extranjero de Camus, en la que el antihéroe protagonista mata a un árabe.
Jean-Marie Le Pen fue uno de aquellos paracaidistas franceses que tomaron Argel en 1957. Parece evidente que participó personalmente en el secuestro, tortura y posterior asesinato de Ahmed Mulay, dirigente del FLN, ya que su hijo Mohamed conservó el puñal que Le Pen extravió durante la detención clandestina de su padre hasta 2003, año en el que se lo entregó al diario Le Monde poco tiempo después de que Le Pen accediera a la segunda vuelta de las presidenciales, una machada que su hija Marine está en posición de repetir dentro de tres años.
Cabe recordar que la batalla de Argel logró en efecto descabezar al FLN y en su momento fue considerada una victoria para los franceses, pero hoy en día constituye un ejemplo claro de una victoria táctica que facilitó a la larga una derrota estratégica, ya que no solamente sumió a Francia en una grave crisis moral sino que casi le costó la democracia: algunos militares fascistoides reticentes a abandonar Argel fundaron un grupo terrorista de extrema derecha muy activo (la OAS) con De Gaulle en su punto de mira, y con la connivencia directa de nuestro país, por cierto, ya que algunos de sus dirigentes como el general golpista Raoul Salan se exiliaron en España.
Cuando en julio de 1962 se consumó la independencia argelina, que De Gaulle entendió como la única salida razonable al conflicto, cientos de miles de ciudadanos de origen europeo (conocidos como Pieds-Noirs), entre los cuales muchos eran de origen español, se refugiaron en Francia, principalmente en el sureste del país. Al principio fueron recibidos con hostilidad, pero acabaron integrándose rápidamente. La posterior inmigración magrebí no fue mejor recibida, y Jean-Marie Le Pen, líder desde 1972 de un partido que reúne a todos los neofascistas, hizo de ella su principal caballo de batalla.
Le Pen logró los primeros éxitos electorales en el sureste, en donde vive el grueso de la comunidad de los Pieds-Noirs, entre los que muchos ven en los nuevos inmigrantes al antiguo enemigo, al igual que el propio Le Pen. La ralentización del crecimiento en Francia desde 1980, y cierto oportunismo político de la izquierda de Mitterrand entonces gobernante que vió en Le Pen un captador de votos de la derecha tradicional hicieron el resto, y la familia Le Pen (ya van por la tercera generación) no ha dejado de prosperar en Francia.
Muchos exvotantes de izquierdas votan hoy al Frente Nacional. No es fácil de entender, pero al ser el FN el mayor partido sin apenas responsabilidades de Gobierno muchos electores entienden que votar a ese partido es la forma más eficaz de castigar a las élites, concepto que se maneja en Francia desde hace un tiempo con un resentimiento similar a las connotaciones que la casta está adquiriendo en el nuestro. La crisis económica hace que cundan otros mensajes: el reflejo nacionalista está bien arraigado en Francia y la inoperancia de Europa y la crisis del euro, al que los Le Pen siempre se han opuesto ferozmente, ayudan y mucho.
Marine Le Pen es más peligrosa que el padre. Si aquél parecía contentarse con copar el interés de los medios e influir sobre la escena política, la hija parece decidida a gobernar, y solamente aquellas polémicas que la acerquen a su objetivo son bienvenidas. Las bravatas racistas del padre para captar la atención ya no hacen gracia: molestan.
Después de la Noche de los cristales rotos muchos de los dirigentes nazis menos estúpidos se dieron cuenta de que la violencia desatada contra los judíos de forma primaria entusiasmaba a los más fieles pero les desacreditaban a ojos de la mayoría. Se decidió en consecuencia que sin hacer ninguna concesión sobre el fondo, el antisemitismo tomaría en adelante formas más científicas y los alardes de violencia contra los judíos se harían fuera del ojo público.
Retirar el blog del padre de la web del partido mientras que sigue éste de presidente de honor del Frente Nacional es la forma en la que Marine Le Pen nos deja a todos claro que si bien las formas van a seguir cambiando, el fondo seguirá siendo leal con las ideas del padre fundador.
A quienes lo duden les recomiendo que vean La Batalla de Argel de Gillo Pontecorvo, ganadora del León de Oro en Venecia en 1966, y que opinen después.
La batalla de Argel está basada en hechos reales pero no es un documental. Detrás del Coronel Mathieu, un espécimen ejemplar de la École polytechnique que es un buen representante del cartesianismo francés llevado a sus últimas consecuencias -magistralmente interpretado por Jean Martin-, algunos ven al General Massu (si bien éste estudió en Saint-Cyr) y otros a su secuaz, el Coronel Godard. Un detalle sin demasiada importancia en todo caso ya que el filme refleja muy bien el Argel de 1957, en el que el poder colonial declaró la ley marcial empujado por la campaña de atentados del Frente de Liberación Nacional (FLN).
Durante todo aquel año la 10ª División de Paracaidistas convirtió Argel en un pequeño Estado policial, haciendo frente a la brutalidad del FLN con una dosis de brutalidad aún mayor y recurriendo a la tortura como arma policial lícita. El encarnizamiento de Francia en Argel puede resultar hoy difícil de entender, pero cabe recordar que muchos franceses consideraban Argel, Orán y Constantina provincias francesas de pleno derecho como para nosotros puedan serlo Canarias, Ceuta o Melilla. Argelia, pese a todo, no fue nunca completamente asimilada: el sur del país tuvo siempre un estatus colonial y en Argel se vivía una especie de régimen de apartheid entre la Casba y los barrios europeos que se aprecia muy bien en la película e incluso en El extranjero de Camus, en la que el antihéroe protagonista mata a un árabe.
Jean-Marie Le Pen fue uno de aquellos paracaidistas franceses que tomaron Argel en 1957. Parece evidente que participó personalmente en el secuestro, tortura y posterior asesinato de Ahmed Mulay, dirigente del FLN, ya que su hijo Mohamed conservó el puñal que Le Pen extravió durante la detención clandestina de su padre hasta 2003, año en el que se lo entregó al diario Le Monde poco tiempo después de que Le Pen accediera a la segunda vuelta de las presidenciales, una machada que su hija Marine está en posición de repetir dentro de tres años.
Cabe recordar que la batalla de Argel logró en efecto descabezar al FLN y en su momento fue considerada una victoria para los franceses, pero hoy en día constituye un ejemplo claro de una victoria táctica que facilitó a la larga una derrota estratégica, ya que no solamente sumió a Francia en una grave crisis moral sino que casi le costó la democracia: algunos militares fascistoides reticentes a abandonar Argel fundaron un grupo terrorista de extrema derecha muy activo (la OAS) con De Gaulle en su punto de mira, y con la connivencia directa de nuestro país, por cierto, ya que algunos de sus dirigentes como el general golpista Raoul Salan se exiliaron en España.
Cuando en julio de 1962 se consumó la independencia argelina, que De Gaulle entendió como la única salida razonable al conflicto, cientos de miles de ciudadanos de origen europeo (conocidos como Pieds-Noirs), entre los cuales muchos eran de origen español, se refugiaron en Francia, principalmente en el sureste del país. Al principio fueron recibidos con hostilidad, pero acabaron integrándose rápidamente. La posterior inmigración magrebí no fue mejor recibida, y Jean-Marie Le Pen, líder desde 1972 de un partido que reúne a todos los neofascistas, hizo de ella su principal caballo de batalla.
Le Pen logró los primeros éxitos electorales en el sureste, en donde vive el grueso de la comunidad de los Pieds-Noirs, entre los que muchos ven en los nuevos inmigrantes al antiguo enemigo, al igual que el propio Le Pen. La ralentización del crecimiento en Francia desde 1980, y cierto oportunismo político de la izquierda de Mitterrand entonces gobernante que vió en Le Pen un captador de votos de la derecha tradicional hicieron el resto, y la familia Le Pen (ya van por la tercera generación) no ha dejado de prosperar en Francia.
Muchos exvotantes de izquierdas votan hoy al Frente Nacional. No es fácil de entender, pero al ser el FN el mayor partido sin apenas responsabilidades de Gobierno muchos electores entienden que votar a ese partido es la forma más eficaz de castigar a las élites, concepto que se maneja en Francia desde hace un tiempo con un resentimiento similar a las connotaciones que la casta está adquiriendo en el nuestro. La crisis económica hace que cundan otros mensajes: el reflejo nacionalista está bien arraigado en Francia y la inoperancia de Europa y la crisis del euro, al que los Le Pen siempre se han opuesto ferozmente, ayudan y mucho.
Marine Le Pen es más peligrosa que el padre. Si aquél parecía contentarse con copar el interés de los medios e influir sobre la escena política, la hija parece decidida a gobernar, y solamente aquellas polémicas que la acerquen a su objetivo son bienvenidas. Las bravatas racistas del padre para captar la atención ya no hacen gracia: molestan.
Después de la Noche de los cristales rotos muchos de los dirigentes nazis menos estúpidos se dieron cuenta de que la violencia desatada contra los judíos de forma primaria entusiasmaba a los más fieles pero les desacreditaban a ojos de la mayoría. Se decidió en consecuencia que sin hacer ninguna concesión sobre el fondo, el antisemitismo tomaría en adelante formas más científicas y los alardes de violencia contra los judíos se harían fuera del ojo público.
Retirar el blog del padre de la web del partido mientras que sigue éste de presidente de honor del Frente Nacional es la forma en la que Marine Le Pen nos deja a todos claro que si bien las formas van a seguir cambiando, el fondo seguirá siendo leal con las ideas del padre fundador.