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El hámster catalán

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Hace poco tuve ocasión de visitar Barcelona para promocionar mi último libro, Madrid Confidencial, y aproveché para informarme, por boca de un puñado de catalanes con criterio, de qué pasa realmente con lo que en Madrid se ha dado en llamar El desafío soberanista de Artur Mas.

De lo primero que me enteré al llegar a la Ciudad Condal es que allí lo llaman El Procés y que se pronuncia distinto a cómo se escribe: Al Prusés

Nada de

El órdago secesionista
El reto independentista
El ultimátum separatista


No. Allí es un todo en uno y ese uno tiene un nombre: El Procés.

Desde hace meses, por no decir años, en Cataluña, pongas la radio que pongas, abras el diario que abras, o sintonices la tele que sintonices, sólo se habla, desde que sale el sol hasta que se pone, del Procés.
Augusto Monterroso lo habría resumido en un microrrelato:

Cuando despertó, el Procés todavía estaba allí.


Me consta que muchos catalanes desearían abordar otros temas de conversación a lo largo del día, como por ejemplo, cual va a ser la secuela de Ocho Apellidos Vascos o por qué Felipe VI, con 46 castañas ya cumplidas, sigue soltando tantos pollos como un adolescente de Verano Azul.
Les resulta imposible.
Del mismo modo que a los personajes de El Ángel Exterminador de Luis Buñuel, una fuerza maligna e invisible les impedía salir de la habitación, los catalanes se ven constreñidos, noche y día, a hablar u oír hablar del Procés.
¿Quién o qué les obliga a ello?
No se sabe.
Pero una característica intrínseca y misteriosa del Procés es que es obsesivo, omnipresente y monotemático.
¿A qué se debe la naturaleza estéril e interminable del Procés?
Eso sí se sabe. Lo explicaré dentro de unas líneas

Lo cierto es que tanto en Cataluña como fuera de ella, tenemos la sensación de estar subidos a una gigantesca e invisible rueda de hámster, en la que por más que hagamos, digamos, advirtamos, valoremos, pensemos, expongamos, ponderemos, neguemos o concedamos, siempre estamos en el mismo sitio.
No es que volvamos al mismo lugar, como cuando uno se extravía, buscando en vano la salida del laberinto.
Es más cruel y más ridículo que eso: al igual que el hámster, nunca nos movemos del sitio. Lo que se mueve es la rueda.
Nosotros movemos la rueda (con entrevistas, debates, mesas redondas, reportajes, telediarios, blogs) pero la rueda está suspendida en el aire, atravesada por un eje, que impide su contacto con la tierra.

La Wikipedia nos jura y perjura que para los hámsters, correr en la rueda es muy gratificante. Algunos se hacen 10 kilómetros al día.
Los españoles (catalanes o no) no somos hámsters -por mucho que la cara del presentador de El Gato Al Agua nos haga pensar lo contrario.
Correr en una rueda no nos produce placer alguno y si alguien no detiene pronto este ejercicio absurdo de jogging político, acabaremos todos internados en un cotolengo.

El Procés es interminable y estéril porque Rajoy y Mas así lo han pactado entre ellos.
A ninguno le interesa que el Procés se resuelva a favor del otro, pero tampoco tienen ningún deseo de que termine algún día el tira y afloja.
Rajoy lidera un partido nacionalista español.
El nacionalismo español es de los llamados centrípetos o integradores. En teoría, pretende la unificación nacional de las poblaciones con características comunes que habitan en distintas zonas del país.
Mas, en cambio, lidera el nacionalismo catalán, que es centrífugo o desintegrador. Pretende la secesión de un territorio, habitado por una población con características diferentes al grupo considerado mayoritario.
Ni Rajoy es totalmente centralista ni Mas completamente independentista.
Rajoy necesita alimentar el nacionalismo centrífugo para que éste, con sus reivindicaciones, justifique la represión centrípeta.

Yo soy necesario en Moncloa porque la fuerza secesionista es de tal intensidad que sólo un partido centrípeto puede compensarla.

Mas necesita alimentar el nacionalismo centrípeto para que éste, con su represión, justifique la rebelión centrífuga.

Yo soy necesario en el Palau de la Generalitat porque si no Madrid nos absorbería hacia el centro con la fuerza de un agujero negro.

Si una de las dos fuerzas decae, deja sin justificación al que ejerce la contraria.
Es como Churchill cuando acabó la 2ª Guerra Mundial:

- ¿Para qué es Vd. necesario?
- Para oponerme a los nazis.
- ¡Pero si ya no hay nazis, ¡váyase a su casa!
Y a su casa se tuvo que ir el heroico Sir Winston.

La manera de alimentar el nacionalismo centrífugo es ejercer la fuerza centrípeta de la manera más prepotente posible.
No se trata de seducir a la comunidad que tiende a irse (porque se siente diferente) sino de avasallarla, para provocar rechazo hacia la comunidad que trata de integrarla. De vez en cuando, hay que darle un latigazo al tigre para que siga rugiendo.
De ahí las frases de Wert en el sentido de que hay que españolizar niños catalanes, como si fueran aborígenes antillanos a los que hay que someter a los dogmas de la Fe Católica, haciéndoles olvidar para siempre a sus dioses paganos.
El supuesto esfuerzo integrador se hace con la deliberada intención de que fracase.
Una Cataluña verdaderamente integrada en el resto del Estado privaría de legitimación política al Régimen Marianista.

La manera de mantener vivo el nacionalismo centrípeto es exactamente la misma.
Mas hace llegar a Rajoy las preguntas del referéndum en forma chulesca y prepotente: vienen ya redactadas de Barcelona y le comunica al presidente del Gobierno una fecha-ultimátum para la consulta.
Sabe que esa es la manera de sabotear el referéndum, porque conoce el nacionalismo español y es consciente de que al rugido, responderá con el látigo.
La reivindicación secesionista también se hace con la intención de que fracase.
Hasta ahora ese juego de fuerzas de signo contrario había funcionado tan razonablemente bien como el bipartidismo.

Igual que había bipartidismo teníamos binacionalismo.

Si las cosas se han salido de madre a estas alturas es porque los catalanes -no los dirigentes, sino los ciudadanos- se han hartado ya del eterno juego del tira y afloja.
Han recibido demasiadas humillaciones. Humillaciones de quien cabía esperarlas -del nacionalismo centrípeto- pero también de quien no cabía, el socialismo, vamos a llamarlo, ¿federalista?
Los catalanes ya no tienen en quién confiar y esta vez quieren irse de verdad.
Tanto para Mas como para Rajoy, el escenario que empieza a desplegarse ante ellos es literalmente dantesco.
Todo el mundo sabe -en Cataluña y en la China Popular, que diría Carod Rovira- que Mas nunca ha sido independentista, sino nacionalista centrífugo.
La perspectiva de una Cataluña independiente es para él una pesadilla tan grande como para Rajoy.
Su presencia en Sant Jaume sería tan innecesaria como la de Churchill en Downing Street al acabar la Segunda Gran Guerra.

-¿Ya has vencido a los PePeros? Vete a tu casa.

Rajoy podría perfectamente autorizar y ganar el Referéndum, pero eso le dejaría tan fuera de juego como perderlo.
Si los catalanes votaran a favor de quedarse en España, el nacionalismo centrífugo perdería tanta intensidad (como ha ocurrido, por ejemplo, en Quebec) que su presencia en Moncloa sería difícilmente justificable.
A Mas y a Rajoy les da miedo la consulta porque salga lo que salga, ellos quedan fuera de combate.
Por tanto, todo es postureo.
Uno juega a que exige la consulta pero intenta sabotearla y el otro se niega a autorizarla mientras finge que no desea que se la exijan.
Los de a pie tenemos dos salidas.
Hacer fuerza entre todos para liberar la rueda del eje y que el hámster vaya por fin a alguna parte o aprender a disfrutar como él: diez kilómetros al día de paseo interminable y estéril, que nos llenará de endorfinas sin habernos movido de casa.


P.D.
ACREDITADO: Mariano Rajoy corre todas las mañanas, desde hace años, sobre una cinta mecánica.
Ha recorrido ya tantas millas que él cree haber doblado ya el Cabo de Hornos.

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