Habitualmente, los programas de liderazgo están asociados a cursos que imparten escuelas de negocios o a asignaturas incluidas en el itinerario de algunas carreras de ciencias sociales, como Políticas, Psicología, Historia... Estas aproximaciones son sin duda necesarias para estudiar las diversas manifestaciones del liderazgo y su aplicación a distintos ámbitos de actividad: la empresa, el deporte, el ejército, etc.
Es evidente que las prácticas de liderazgo han evolucionado desde los tiempos en los que estaban vinculadas al ejercicio de la autoridad y el respeto a las jerarquías. Hoy, sin capacidad de adaptación, visión de futuro y complicidad con su equipo, un líder empresarial no tiene nada que hacer. Si nos ceñimos al mundo de la política, la modulación del liderazgo se ha producido en paralelo a la del concepto de poder. Así, la emergencia del soft power ha obligado a los dirigentes a pulir sus estrategias de persuasión, a compartir más información con sus colaboradores y a comportarse -como nos han recordado las palabras del rey- de modo ejemplar. En términos generales, hay dos cualidades que según el profesor Joseph Nye cualquier líder debería poseer: inteligencia emocional e inteligencia contextual. A estas alturas, todos sabemos que la primera tiene que ver con el autocontrol y la empatía, y que resulta imprescindible para generar climas de confianza. De la inteligencia contextual en cambio se habla menos y es igualmente importante. Consiste en saber intuir las tendencias del futuro con el fin de, al igual que un buen surfista, atrapar la mejor ola. Claro que dicha intuición tiene que venir informada por un conocimiento completo y claro del medio o cultura en la que nos movemos.
Estas nociones, procedentes de estudios empíricos, constituyen las bases del liderazgo, pero su transmisión -además de por vías teóricas- puede realizarse mediante métodos más prácticos o aplicados, según lo hace desde 1940 el programa internacional de líderes de Estados Unidos. Ese año, Nelson Rockefeller (futuro vicepresidente del país) fue nombrado director de la oficina de Asuntos Interamericanos del departamento de Estado y orquestó su primera edición, invitando a 130 periodistas iberoamericanos a Estados Unidos. Hoy, el programa lo lleva la oficina de Asuntos Culturales y Educativos del departamento de Estado, la misma por cierto que gestiona las becas Fulbright (recientemente galardonadas con el premio Príncipe de Asturias) activadas en 1946 a instancias del senador demócrata William Fulbright, replicando el modelo de la beca británica Rhodes de la que disfrutó en su juventud.
Pues bien, el formato de las iniciativas de liderazgo siempre ha incluido, además de una agenda de reuniones con las contrapartes homólogas de los visitantes, una inmersión en la cultura del país receptor -inoculando el citado conocimiento del entorno- a través de encuentros con figuras de primer nivel de los sectores público y privado. En este sentido, la formación en liderazgo viene implícita, toda vez que los participantes la aprenden directamente por voz de los decisores públicos y dirigentes responsables de la vida civil del país.
Inspirada en esta experiencia, la Fundación Carolina puso en marcha, desde su nacimiento, un programa de visitantes -en paralelo al de becas- inextricablemente unido al liderazgo. De este modo, se creó entre otros el programa de Jóvenes Líderes Iberoamericanos, destinado a los 50 mejores expedientes del continente (incluidos España y Portugal), cuya primera edición de 2002 ya facilitó reuniones tanto con el presidente del Gobierno como con el jefe de la oposición. En la actualidad, se trata de una cita de referencia anual para cientos de jóvenes que desean formar parte del grupo seleccionado, respaldada con firmeza por el Gobierno y la Casa Real. Y, por su supuesto, una experiencia sumamente enriquecedora para sus participantes, como puede avalar la promoción de la 12ª edición celebrada estos días en Madrid, Toledo, Galicia, Gante, Brujas y Bruselas. ¡Confiemos en que hayan aprendido de Europa y España tanto como nosotros de su ímpetu, creatividad y talento!
Es evidente que las prácticas de liderazgo han evolucionado desde los tiempos en los que estaban vinculadas al ejercicio de la autoridad y el respeto a las jerarquías. Hoy, sin capacidad de adaptación, visión de futuro y complicidad con su equipo, un líder empresarial no tiene nada que hacer. Si nos ceñimos al mundo de la política, la modulación del liderazgo se ha producido en paralelo a la del concepto de poder. Así, la emergencia del soft power ha obligado a los dirigentes a pulir sus estrategias de persuasión, a compartir más información con sus colaboradores y a comportarse -como nos han recordado las palabras del rey- de modo ejemplar. En términos generales, hay dos cualidades que según el profesor Joseph Nye cualquier líder debería poseer: inteligencia emocional e inteligencia contextual. A estas alturas, todos sabemos que la primera tiene que ver con el autocontrol y la empatía, y que resulta imprescindible para generar climas de confianza. De la inteligencia contextual en cambio se habla menos y es igualmente importante. Consiste en saber intuir las tendencias del futuro con el fin de, al igual que un buen surfista, atrapar la mejor ola. Claro que dicha intuición tiene que venir informada por un conocimiento completo y claro del medio o cultura en la que nos movemos.
Estas nociones, procedentes de estudios empíricos, constituyen las bases del liderazgo, pero su transmisión -además de por vías teóricas- puede realizarse mediante métodos más prácticos o aplicados, según lo hace desde 1940 el programa internacional de líderes de Estados Unidos. Ese año, Nelson Rockefeller (futuro vicepresidente del país) fue nombrado director de la oficina de Asuntos Interamericanos del departamento de Estado y orquestó su primera edición, invitando a 130 periodistas iberoamericanos a Estados Unidos. Hoy, el programa lo lleva la oficina de Asuntos Culturales y Educativos del departamento de Estado, la misma por cierto que gestiona las becas Fulbright (recientemente galardonadas con el premio Príncipe de Asturias) activadas en 1946 a instancias del senador demócrata William Fulbright, replicando el modelo de la beca británica Rhodes de la que disfrutó en su juventud.
Pues bien, el formato de las iniciativas de liderazgo siempre ha incluido, además de una agenda de reuniones con las contrapartes homólogas de los visitantes, una inmersión en la cultura del país receptor -inoculando el citado conocimiento del entorno- a través de encuentros con figuras de primer nivel de los sectores público y privado. En este sentido, la formación en liderazgo viene implícita, toda vez que los participantes la aprenden directamente por voz de los decisores públicos y dirigentes responsables de la vida civil del país.
Inspirada en esta experiencia, la Fundación Carolina puso en marcha, desde su nacimiento, un programa de visitantes -en paralelo al de becas- inextricablemente unido al liderazgo. De este modo, se creó entre otros el programa de Jóvenes Líderes Iberoamericanos, destinado a los 50 mejores expedientes del continente (incluidos España y Portugal), cuya primera edición de 2002 ya facilitó reuniones tanto con el presidente del Gobierno como con el jefe de la oposición. En la actualidad, se trata de una cita de referencia anual para cientos de jóvenes que desean formar parte del grupo seleccionado, respaldada con firmeza por el Gobierno y la Casa Real. Y, por su supuesto, una experiencia sumamente enriquecedora para sus participantes, como puede avalar la promoción de la 12ª edición celebrada estos días en Madrid, Toledo, Galicia, Gante, Brujas y Bruselas. ¡Confiemos en que hayan aprendido de Europa y España tanto como nosotros de su ímpetu, creatividad y talento!