El escenario europeo apunta a la investidura del candidato del Partido Popular Europeo (PPE), Jean Claude Juncker, como nuevo presidente de la Comisión Europea. En el marco de los históricamente denominados "arreglos institucionales", se dibuja la posibilidad de que el Grupo Socialista (S&D) sea parte de la mayoría cualificada (376 de 751) para esa decisión crucial.
Somos muchos los que creemos que los socialistas españoles no debemos ser parte de esa mayoría cualificada. Es cierto, desde luego, que en la UE todo se negocia y acuerda. Y que en el Parlamento Europeo ningún Grupo parlamentario disfruta por sí solo de mayoría absoluta, ni para copar sin más a ninguna posición institucional ni para legislar. Es cierto que la historia de la UE se ha escrito sobre grandes acuerdos, cuyo protagonismo recae en el PPE y en el S&D, sumando a menudo a Liberales y, de un tiempo a esta parte, a Los Verdes, en una consociación europeísta confrontada a las crecientes variantes de la eurofobia. Pero ninguna de esas razones es bastante como para aconsejar, en el arranque de esta legislatura, desmontar de un plumazo el relato de que esta vez es diferente.
Los socialistas españoles hemos conducido una campaña combativa, pública y muy explícita, acerca de esa diferencia de las últimas elecciones respecto de las anteriores. En 2009 entró finalmente en vigor el Tratado de Lisboa. Refuerza los poderes legislativos de la Eurocámara, pero sobre todo apuesta por la politización y la parlamentarización de la política europea. La construcción de un espacio público europeo exige la delineación de mayorías y minorías y motivos políticos de acuerdo y de confrontación. Esa premisa es condición de los debates que hacen reconocibles las diferencias en las grandes ocasiones.
Si las grandes fuerzas políticas no consiguen dotar de credibilidad la plataforma y la agenda de compromisos con que concurrimos a las elecciones, no será posible movilizar a la ciudadanía. La participación sigue siendo un reto principal. Si no lo acometemos -en especial, los socialistas- dotando de relevancia lo prometido ante los electores, no lograremos romper la barrera de distancia, descreimiento y déficit democrático arrastrado por un historial de compromisos al margen de los discursos y de las identidades diferenciales y distintivos de los proyectos políticos que compiten en las urnas.
La investidura del candidato a la presidencia de la Comisión deberá perfilarse en el futuro como una de esas grandes ocasiones. No sería descabellado aspirar a una reforma de los tratados que posibilite investiduras en una sucesión de trámites que rebaje la exigencia inicial de la mayoría cualificada, como sucede en la Constitución española (art.99) al contemplar la posibilidad de un Gobierno en minoría. Pero mientras llega, sigue siendo importante que en el interior de los Grupos parlamentarios se administre un ejercicio de sensibilidad respecto de los socialistas del Sur, singularmente castigados con las políticas de austeridad, la troika, los hombres de negro y las tremendamente injustas inequidades fiscales que de manera muy visible ha encarnado en estos últimos tiempos el candidato conservador, Jean Claude Juncker.
A las razones expuestas, cabe añadir que, en esta legislatura, todos los Grupos de la Cámara decrecen salvo IU-GUE. Lo hace en 10 escaños (de 38 a 48); y ese crecimiento es netamente español (IU pasa de 1 a 6, e irrumpe Podemos con 5). Los socialistas españoles debemos sentirnos ahora más fiscalizados que nunca en la coherencia obligada entre lo que comprometemos y nuestras actuaciones.
No sólo estamos desafiados electoralmente por formaciones que se reclaman a la izquierda del PSOE -con un coste que no es hipotético, sino real y actual: el PSOE ha perdido 9 escaños y más de 3 millones de votos de una tacada-, sino que además esos 10 escaños a la izquierda vigilan con celo este voto y facturarían como debe un voto de apoyo a Juncker. El coste de ese pasivo sería perdurable -se extendería como una mancha a toda legislatura-, pero también inminente en su impacto en las elecciones locales y autonómicas de 2015.
Vendrán un día las elecciones de 2019. Si en esto arrancáramos mal, no habría recuperación ni oportunidad posible de reanimar a nuestro electorado potencial. Ni, lo que es más importante, la credibilidad a la hora de ajustar lo comprometido en campaña y la palabra dada. En futuras elecciones europeas, ya nunca sería creíble que esta vez sí es diferente al presentar un candidato alternativo al PP para cambiar las cosas y para imprimir en la UE una dirección política de acento socialdemócrata y prioridades de izquierda.