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Dos meses de conexión España-Ártico

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Foto: Tierras Polares.



Volando por el hielo del Ártico, al albur del viento que les empujaba hacia adelante, hacia un lado... A veces, hacia atrás, frenando su avance... Siempre con el mismo sonido de fondo, como el traqueteo de un tren. Sruffff, sruffff... Así es como han ido avanzando cada jornada los cinco seres humanos que decidieron embarcarse en un Trineo de Viento, movido por el dios Eolo, en las gélidas tierras del interior de Groenlandia.

No voy a contar aquí lo que ya ha salido publicado en tantos lugares. Tan sólo recordar, si acaso, que sí, que al final lograron dar la vuelta a la inmensa isla ártica, si no con 5.000 kilómetros, con 4.300, que para el caso es igualmente una barbaridad. Lo hicieron en 49 días con emisiones cero, sin contaminar por donde pasaban. Y lo lograron haciendo ciencia en uno de los lugares más desconocidos de la Tierra, una gran isla que tanto tiene que ver con lo que pasa en nuestro planeta: lo que allí ocurre, el deshielo, puede cambiar la faz de este pequeño planeta. Hace 400.000 años, el calentamiento global en Groenlandia hizo aumentar entre cuatro y seis metros el nivel del mar, según publicaba Nature recientemente. ¿Imagináis cuánta tierra quedó bajo el agua, espacios hoy habitados por millones de personas, otros animales y plantas?

Windsledge Expedition last 15h from Karin Moe Bojsen on Vimeo.




En un país, España, donde la ciencia anda tan de capa caída, contar con un vehículo como el que ha diseñado el explorador polar Ramón Larramendi es una oportunidad que no debe dejarse escapar. Unos cuantos científicos de los que cada año van, o han ido, a la Antártida así lo han reconocido en artículos publicados en la web Trineo de Viento.

Personalmente, como responsable de la campaña de prensa de este proyecto, lo más fascinante ha sido estar tan lejos y a la vez tan cerca de la aventura. Cada noche, esperando la llamada que les conectaba con el resto del mundo y en la que me daban las novedades que luego trasladaba al Blog del Trineo de Viento. Y ¡Ay, si no llamaban! Entonces, inevitablemente, y sobre todo las primeras etapas, empezaba a sentir el peso de la incertidumbre de lo que pudiera estar pasando a tantos miles de kilómetros, en ese inhóspito y gélido lugar.

Con los días, las sensaciones fueron cambiando. Si ellos se instalaron en la rutina de mirar el horizonte con esa mariposa-cometa ante sus ojos, en hacer turnos, en sus reparaciones y sus esperas... aquí, en Madrid, también fue menos agobiante adaptarse al ritmo del viento: si lo había, llamaban más tarde porque estaban navegando, si no, se adelantaban sus comunicaciones para poder descansar más pronto. Muchas veces, gracias a la excelente cobertura de medios que ha tenido el viaje (gracias por ello) les escuchaba antes por las ondas de la radio que por el teléfono.

También a través del ordenador podía seguir sus pasos. En una página web del teléfono satélite quedaban registrados todos los puntos en los que tomaban datos de su posición (tracks) indicando latitud, longitud y altitud. Con esas tres variables puedes situar a cualquiera en el punto exacto del planeta donde se encuentra. También recibía cortos mensajes, no más largos que un sms. Y es que, desgraciadamente, no funcionó el satélite portátil que llevaban, y con el que hubieran tenido más fácil comunicarse con el mundo vía internet. No fue posible, estaban solos, aislados en una isla de hielo y viento.

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Foto: Tierras Polares.



Así, fue con horas de retraso como se enteraron de los resultados electorales europeos, y de la abdicación del rey Juan Carlos, y de la proclamación de su hijo como rey Felipe VI, y de la derrota de España en el Mundial. "Cuántos cambios en tan poco tiempo", me decía Larramendi cuando le daba el parte de esta parte del mundo... "Tienes más cosas que contar que nosotros. Cuando volvamos no vamos a conocer el país", afirmaba.

Y es que cuando se lleva tantos días sobre el hielo (y han sido 53 en total), al final lo extraordinario se convierte en ordinario, por más que aquí no lo sea. Me resultaba sorprendente cómo algunos días aseguraban: "Hoy no ha pasado nada", pero ese "nada" poco tenía que ver con levantarse, encender la cafetera, coger el coche, trabajar, ver la tele, cruzarse con caras que no se conocen, comprar o caminar. En esa "nada", a poco que 'rascaba, había tormentas de nieve que impedían ver a dos metros, averías que solventaban con cuatro cachivaches, un día permanente en el que el Sol no ocultaba las estrellas, un hielo lleno de tiburones (grandes montículos de nieve), y un pajarito perdido, y frío, o si no un calor sorprendente...

Con los días, también fui notando cómo hacía mella el cansancio en los tripulantes del Trineo. Hablaban más del viento -que si sopla, que si no se mueve- y hacían menos chascarrillos. Una buena jornada de más de 100 kilómetros inflaba su ánimo como una bomba de aire una rueda. Y cada día de inmovilidad, sobre todo a medida que se acercaban el final, era un agujero en la energía que les hacía fuertes, agujero que se convirtió en un socavón cuando apenas quedaban 500 kilómetros y el Trineo se quedó varado tres días.

Al final, el reto ha llegado a su fin. Y lo lograron por la puerta grande. "Hoy 427 kilómetros, una pasada", me repetía Ramón al teléfono. "Una pasada" y un récord de distancia con una tonelada y media de peso a cuestas. Una barbaridad en la que alcanzaron los 54 km/h, volando sobre la lisura de esa tierra vacía de todo.

Y ya en casa, a empezar a pensar en el siguiente reto, en nuevas mejoras.

Desde luego que participar de un proyecto tan especial merece la pena. Reconcilia con esa capacidad humana, desde hace dos millones de años, de innovar desde lo más sencillo a lo más complejo. Reconcilia con el deseo de hacer las cosas bien, limpias, porque el conocimiento no puede estar reñido con la conservación de este planeta. Y reconcilia con la necesidad de que España esté presente en los lugares donde más se nota cuando le sube la fiebre a la Tierra, que son las regiones polares.

Al margen de mi implicación laboral en este proyecto, realmente considero que el Trineo de Viento es valioso para un futuro que enlaza, además, con el pasado de unos humanos (los inuits) que se asentaron en el peor lugar del planeta y lograron sobrevivir. Un trineo que es un poliedro con mil caras.

¡BIENVENIDOS DE VUELTA! Y a pensar en la próxima...


Este post se publicó originalmente en el blog de la autora, Laboratorio para Sapiens.

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