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'Orange is the new black', cuerda de presas

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(Ojo, contiene spoilers de la segunda temporada de Orange is the new black).


La segunda temporada de Orange is the new black (a partir de ahora OITNB) está a punto de empezar, acaba de arrancar, está en su transcurso y se ha terminado ya. Todo eso a la vez y dependiendo de a quién se le pregunte. Es lo que tiene que Netflix nos suelte la temporada entera de una tacada, como si esto fuera un buffet libre.

Un buffet libre en el que cada vez entra más gente, no sólo por su catálogo y su libertad para consumirlo, sino también gracias a su producción propia. OITNB está hecha para generar, como mínimo, interés por Netflix entre los seriéfilos (ya van 44 millones de suscriptores en todo el mundo). ¿Por qué? Porque ofrece algo que el cable y la televisión generalista apenas trabajan. Y es que -redoble de tambores- OITNB está protagonizada por mujeres y además no es una serie de mujeres. Me explico por partes.

Está protagonizada por mujeres. Que la serie de Jenji Kohan está protagonizada por mujeres es un hecho, pero ¿qué mujeres? Las de la penitenciaría de Litchfield no son los prototipos sublimados, casi travestis, de algunas series que vemos. Tampoco, por muchos delitos que hayan cometido, son femmes fatales hechas para excitar a cierta audiencia, sobre todo masculina. Para esta segunda entrega se comenta que Kohan pidió consejo a Shonda Rhimes sobre cómo hacer la serie más coral, una solución perfecta a la ausencia prácticamente total de Alex. Lo que nadie podría imaginar es que para sustituirla fuera a utilizar a cuatro mujeres mayores de cincuenta años: una afroamericana que asume el rol de antagonista, una rusa, una latina con cáncer terminal y una monja. Creo que la última vez que algo remotamente parecido ocurrió en la televisión estadounidense estábamos viendo Las chicas de oro. Fuera de OITNB, en la televisión de hoy día, casi todas las mujeres mayores de 50 años son o las abuelas o las madres de los protagonistas. OITNB viene a decirnos: "Hey, en tu madurez hay vida más allá de cuidar a los descendientes, aunque sea entre rejas". Y si se trata de visibilidad, el tratamiento de la sexualidad -sobre todo homosexual- femenina también es encomiable. Jenji Kohan está haciendo por las lesbianas lo que Carl Sagan hizo por la astronomía.

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"Por fin salgo en la tele"



No va de mujeres. O no de mujeres a secas. Girls, The L world, Mujeres desesperadas (a pesar de que la traducción literal sería Amas de casa desesperadas), la española Mujeres. ¿Qué tienen en común todas estas series? Van de mujeres. Desde el título ya lo dicen: "Mujeres que". Son bien distintas y cada una nos ha regalado buenos momentos a su manera, pero van de mujeres. Cabe preguntarse por qué apenas hay series con la palabra hombre en su título. La respuesta es muy sencilla: porque las series casi siempre van de hombres. Entonces se comprende que el hecho femenino sea diferencial. Ahora bien, ¿podemos dar un paso más y hablar de mujeres que hacen algo más que tener dos cromosomas X e intentar ser amigas?

Kohan ha elegido un entorno, el carcelario, participado mayoritariamente por personas del mismo sexo de manera orgánica. OITNB no va de mujeres, va de reclusas, esto es, de mujeres con unos objetivos, unos obstáculos y un pasado marcado por sus delitos, nada inherentemente femenino, por contraposición con aquellas características que otras series presuponen a sus personajes femeninos, marcadas única y exclusivamente por su género y lo que socialmente va unido a él. Mujeres que, siguiendo los preceptos de la televisión no generalista e igual que sus homólogos masculinos, son antiheroínas. Provienen de entornos marginales (y no), de familias desestructuradas (y no), de algún gueto (y no), son heterosexuales, lesbianas, bisexuales, transexuales, afroamericanas, de ascendencia asiática, europeas, latinas, son religiosas, ateas, tienen trastornos mentales, son agresivas, yoguis, apenas saben leer y son lectoras asiduas de US Weekly. Son mujeres a las que les une algo distinto a las condiciones socioeconómicas similares que las llevan a conocerse y al par 23 de sus cromosomas. Les une, muy a su pesar, haber delinquido y que las hayan pillado.

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"¿Por qué no me traes un iPhone para que haga fotos y pueda jugar al Candy crush?"



Y no es que ahora la ley de lo políticamente correcto, de la diversidad de edad, sexo, raza y orientación sexual tenga que imponerse en los contenidos, tal y como se plantea a veces. En un medio tan democrático como la televisión, en el que si algo no gusta lo suficiente, desaparece, es pueril depositar esa responsabilidad, si es que debiera existir, sobre los creadores y olvidarnos de que es el espectador el que avala la continuidad de cada serie y de que son las cadenas las que escogen qué productos encargar y a quién en función de los targets que persiguen. Sin embargo, yo agradezco a algunos productores ejecutivos como Robert y Michelle King y la propia Jenji Kohan que den una perspectiva televisiva de las mujeres que hasta hace bien poco no existía.

OITNB es una serie imperfecta: su mapa de tramas podría estar mejor armado, la mayoría de sus personajes masculinos están caricaturizados, el tratamiento del entorno penitenciario y todo lo que ello conlleva ya decepcionó en su primera temporada a muchos espectadores (no es mi caso) que más bien esperaban un reverso femenino de Oz o un tratamiento más cercano al documental, pero esto en un compendio importa poco. ¿Por qué? Porque a pesar de todo ello, OITNB es capaz de conseguir lo verdaderamente complicado: interesar, gustar, divertir y entretener a sus espectadores, mantener la frescura de la primera temporada habiendo reformulado su estructura, seguir teniendo líneas de diálogo dignas de las mejores comedias, construir nuevos personajes, como dice Shonda, con capas e icónicos, generar situaciones brillantes y atender la necesidad de una parte de los espectadores: ver una serie protagonizada por mujeres que no va de mujeres.

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