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Lo que todos los padres deben saber sobre el ahogamiento secundario

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El fin de semana pasé uno de los peores momentos de mi vida desde que soy madre. Después del shock, me vinieron a la mente un montón de recuerdos, de remordimientos y de cosas que me hubiera gustado hacer de otra manera.

Siempre suelo dudar sobre si compartir o no experiencias muy personales en mi blog, porque me gusta guardarme algunas partes de mi vida privada, pero decidí que era preferible compartir este suceso en particular, aunque me hiciera sentir la peor madre del mundo. Sentí que concienciar a la gente sobre lo ocurrido podía evitar que sucediera algo similar a mis lectores.

Esta es la historia:

Era un sábado bastante normal (o eso creía yo). Nos levantamos temprano, Ian y yo preparamos café y desayunamos huevos resueltos según nuestra tradición familiar de fin de semana. Estuvimos jugando en el patio y luego Ronin y yo nos fuimos al supermercado para comprar algunos productos básicos. De camino para allá, se me pinchó una rueda por culpa de un clavo. Menudo follón. Dos horas más tarde, nos pusieron una de repuesto. Ya eran las dos y media de la tarde y se suponía que teníamos que estar en el cumpleaños de mi sobrina a las 3. No sé cómo, pero me las arreglé para llegar a casa con tiempo para ducharme, coger los bañadores de los niños y ponerles la crema. A las tres y media estábamos en el cumpleaños. Era una fiesta en la piscina, así que todos los primos ya estaban bañándose, tirándose y pasándoselo bien. Todos los adultos estaban sentados fuera, disfrutando del buen tiempo. Yo estaba mirando a Ronin, que se había quedado sentado en el escalón grande de la piscina prácticamente desde que se metió.

Y aquí todo empezó a ir mal. Yo estaba sentada justo en la esquina de fuera de la piscina, a poco más de un metro de distancia de Ronin. Me giré para hablar con mi cuñada. Estuve girada unos cinco segundos, como máximo. Volví a darme la vuelta para echar un vistazo a Ronin y ya no estaba en el escalón. El pánico y el miedo maternal subieron a su máximo nivel. Le busqué frenéticamente con la mirada y vi que estaba dando vueltas por los chorros en el otro extremo, y su cabeza subía y bajaba desesperadamente para buscar aire. Lo saqué tan rápido como pude. Desde que se cayó al agua hasta que lo cogí pasaron unos 20 segundos. Aparte de que Ronin estaba visiblemente molesto y tosía para escupir el agua, cuando se calmó parecía recuperado por completo. Soy la madre más paranoica y exagerada que he conocido nunca, y me daba muchísima rabia que hubiera ocurrido literalmente a un metro de mí. Parecía más cansado que de costumbre después de lo ocurrido, pero me imaginé que estaba agotado por lo que había pasado, por el calor y por el ejercicio que había hecho en las últimas horas. Nos fuimos de la fiesta enseguida.

En casa, Ronin no era el mismo de siempre. Podría haberlo achacado a su cansancio, pero mi instinto me decía que le pasaba algo más. Le entró una tos rara que le ponía tenso cada vez que hacía el esfuerzo. Pensé que quizás estaba intentando toser parte del agua que había tragado. Llamé a la pediatra y le dejé un breve mensaje en el que le explicaba lo ocurrido y los síntomas que había tenido hasta el momento. Unos minutos más tarde (¡qué rapidez!, pensé al coger el teléfono), me llamó.

Lo cierto es que la pediatra de Ronin suele ser bastante tranquila. Y la mayoría de las veces que la llamo por una emergencia me dice que todo va a ir bien, me da una lista de síntomas que debo observar y me dice que lleve a los niños a la consulta si empeoran. Esta vez fue diferente. Se mostró seria y me dijo que tenía que llevar a Ronin INMEDIATAMENTE a Urgencias porque podría estar experimentando síntomas de casi-ahogamiento (o ahogamiento secundario). Puedes leer más sobre este tema aquí. Colgué y nos fuimos rápidamente a Urgencias. Las enfermeras nos atendieron enseguida y en unos instantes llegó el médico. Le volví a contar la historia y en un tono de reprimenda me preguntó que por qué no lo había llevado antes. Le dije que, tras lo ocurrido, el niño aparentemente estaba bien. Le dije que respiraba con normalidad y que no daba muestras de angustia. Pero al doctor no le gustó mi respuesta y, sabiendo lo que sé ahora, no le culpo. Tomaron la temperatura a Ronin y tenía más de 38º C de fiebre. Me extrañó mucho, porque durante el día no se había encontrado mal.

El médico pidió que le hicieran una radiografía de tórax y unos análisis de sangre. A esa hora, Ronin ya empezó a sentirse muy débil y casi inconsciente. Cuando estuvieron listos los resultados, el médico vino a la habitación. Su cara ya nos avisó de que no nos iba a dar buenas noticias. Nos dijo que los análisis de sangre habían salido bien (eso es bueno, pensé), pero no la radiografía. Sus pulmones aspiraban. Y las consecuencias de ello eran muy diversas: podría no ocurrirle nada al niño, pero también podría provocarle una neumonitis química (por los productos de la piscina) e incluso la muerte por asfixia en cuestión de minutos. Dijo que la situación era grave, y que tenía que enviarlo inmediatamente en ambulancia al hospital infantil de San Diego para que lo viera un pediatra especialista. Dijo que ya lo había preparado todo y que un grupo de médicos y enfermeras nos atendería. Mi corazón se hizo mil añicos en ese preciso momento. Sentí que me estaban rasgando el pecho literalmente. Era mi culpa, y no me importaba las veces que la gente me dijera que había sido un accidente y que le podría haber pasado a cualquiera.

En la ambulancia, los niveles de oxígeno de Ronin empezaron a bajar. Miraba a la pantalla e iban del 98 al 92%, y luego del 89 al 74%. El equipo médico a bordo le colocó una mascarilla de oxígeno. Y a mí casi me da algo. Intentaron calmarme y me dijeron que todo iba bien, pero nunca me he sentido tan impotente en mi vida. Cuando llegamos al hospital infantil, un pediatra y cuatro enfermeras nos estaban esperando. Nos acompañaron a nuestra habitación, donde había un técnico de rayos X esperando. Le hicieron otra radiografía y más análisis de sangre. Me dijeron que llegados a "este punto", solo podían examinar a Ronin y esperar. ¡¿Esperar a qué?! Le conectaron a máquinas de todo tipo y estuvimos esperando toda la noche mientras Ian y yo le observábamos dormir. El sábado llegó la doctora más agradable y me dijo que este tipo de accidentes tontos causados tras un episodio de casi-ahogamiento ocurren más a menudo de lo que pensamos. Dijo que habíamos hecho lo correcto al llevar a Ronin al hospital y que muchas veces estos incidentes acaban de forma trágica (los padres llevan al niño a la cama y nunca más vuelven a verlo despierto) porque los padres piensan que su hijo está bien si empieza a respirar con normalidad después del suceso. También nos dijo que había otros dos niños pequeños en la misma planta a los que le había ocurrido ¡exactamente lo mismo que a Ronin!

Nos dijo que estaba muy contenta porque la última radiografía mostraba que el agua que se había quedado en sus pulmones estaba empezando a desaparecer. La otra noticia (no tan buena) era que tenía neumonitis química debido a que sus pulmones habían absorbido los productos químicos de la piscina. Tenía los pulmones irritados e inflamados, pero la doctora nos dijo que, a pesar del diagnóstico, todo iba mejor. También nos explicó que el personal clínico lo examinaría un poco más para asegurarse de que no se producía fiebre ni ninguna complicación en los pulmones.

Ronin se despertó el domingo a eso de las 10. Lo que quiero decir es que por primera vez desde el incidente se despertaba muy cabreado al ver que tenía todos esos tubos encima, la vía intravenosa en el brazo y una pantalla con sus latidos conectada al dedo gordo del pie. Nunca me he sentido tan feliz al ver a ese hombrecito gruñón. Volvía a ser el Ronin de siempre. Las enfermeras vinieron porque le oyeron armar tanto revuelo. Era una buena señal.

Más tarde, nos dijeron que Ronin estaba oficialmente fuera de peligro y que ya podían darle el alta e irnos a casa. Gracias a Dios.

He cambiado por completo desde que ocurrió esto. No es que este episodio vaya a definir mi vida, pero os puedo asegurar que a partir de ahora haré las cosas de forma muy diferente. Ha sido un toque de atención enorme. Y me ha enseñado que, efectivamente, en cosa de segundos tu vida puede cambiar para siempre. He estado demasiado cerca de saber cómo podría ser en realidad.

Antes del sábado no había oído nada sobre el ahogamiento secundario. Si hubiera escuchado algo sobre el tema, habría actuado de otra manera. Le habría llevado al hospital en el momento en que advertí un cambio en su comportamiento, aunque luego solo se tratase de mi actitud superparanoica o, simplemente, de agotamiento tras un día intenso.

Lo que debes saber:

Puede ser complicado reconocer los síntomas de ahogamiento secundario, ya que la víctima aparentemente está bien después de un episodio de casi-ahogamiento. Quizás el niño haya aspirado una cantidad de agua muy pequeña y pienses que lo ha expulsado todo al toser. En el ahogamiento secundario, el agua puede llenar los alvéolos pulmonares, lo cual reduce la capacidad de oxigenación de la sangre. El corazón no se ralentiza de forma significativa durante este proceso, sino que lo hace muy poco a poco, de modo que tu hijo podrá seguir hablando y andando. El único síntoma observable es un cambio repentino de personalidad o en el nivel de consciencia (como le pasó a Ronin), pues los niveles de oxígeno se reducen pasado un tiempo.

Por tanto, si tu hijo experimenta un episodio de casi-ahogamiento, observa con mucha atención su comportamiento y su nivel de energía. Puedes salvarle la vida si actúas con rapidez y le llevas para que le vea un médico inmediatamente.

Espero que esta historia conciencie a la gente que la lea. Estoy muy agradecida de que Ronin esté bien y de no haberlo acostado esa noche pensando que estaba bien. Estos últimos días he dado muchas veces las gracias. Quiero asegurarme de que no le vuelva a pasar a otro niño, así que difúndelo y, por favor, compártelo con aquellos a quienes les pueda interesar.


Traducción de Marina Velasco Serrano


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