Analizando la aplastante derrota de Brasil en las semifinales con Alemania, decía Santiago Solari (excelente jugador antes y ahora certero comentarista) que desde el Mundial de Corea y Japón, en 2002, hasta hoy lo que más ha cambiado en el análisis del juego es la cantidad de datos que se pueden extraer de cada partido.
Es verdad. En los últimos años la alta computación y el deporte profesional se dan la mano. La idea es que cuantos más datos de un jugador o un equipo tiene el preparador, más partido podrá sacarle y mejor podrá dosificar los esfuerzos. Asimismo, tener esos datos del enemigo permitirá descubrir sus puntos débiles para atacarle.
Por lo que me cuentan, no hay nadie en las ligas profesionales de Estados Unidos, como la NFL o la NBA, que no planifique sus entrenamientos y partidos analizando en una potente máquina miles y miles de datos. También los equipos de Fórmula1 llevan un tiempo analizando millones de datos generados por sensores desplegados por todas partes en los circuitos y en los coches para mejorar la aerodinámica de las carrocerías o el diseño de los neumáticos o los mismos motores.
En el tenis, la WTA (el circuito femenino) también recurre a la informática para saber cómo restan durante años las jugadoras o cómo reaccionan cuando se encuentran bajo presión y se están jugando un partido en el tie-break. Una información que permitirá a los entrenadores no sólo mejorar aspectos técnicos, sino también psicológicos y de concentración, claves en uno de los deportes más solitarios que existen.
Volviendo al calamitoso partido de Brasil y al análisis de Solari, los datos decían que hasta la semifinal eran los defensas de la selección brasileña (David Luiz, Dante, Thiago Silva, Marcelo...) los que más toques de balón habían hecho en el torneo, y no los centrocampistas, como suele pasar en un equipo con aspiraciones de dominar el juego, llegar al área rival y finalmente meter goles. De hecho, los goles decisivos de octavos y cuartos llegaron de los zagueros, y no del malogrado Neymar, el pesado Hulk o el estilizado Fred.
El dato no habrá pasado desapercibido a Alemania, que también lleva tiempo recurriendo a la alta computación para destripar al adversario y corregir errores propios. Precisamente, antes del inicio del Mundial, SAP, multinacional germana que hace programas de gestión para grandes empresas, mostró en Madrid cómo su tecnología ayuda a procesar los datos que luego tanto agradecen los entrenadores y los técnicos para planificar los entrenamientos. SAP se presentó con un camión para dar a conocer aplicaciones reales del big data, esa tecnología pensada para identificar tendencias a partir de grandes volúmenes de información, y que hasta no hace mucho estaba vinculada casi exclusivamente a entornos como el financiero o el científico.
En el camión del big data de SAP nos enteramos de que la selección alemana ha trabajado con un sistema informático que en un entrenamiento de apenas 10 minutos, con 10 jugadores y con tres balones, pueden generar más de siete millones de datos. Y en un sólo partido puede registrar más de 60 millones de posiciones. Para la recogida de esta información, los jugadores llevan sensores en pies y pecho que permiten situarles espacialmente, ver el área del campo que cubren, los pases que dan o, si es un defensa, su capacidad para alinearse con el resto de zagueros. A falta de sensores, el sistema extrae la información de cámaras situadas en las bandas que proporcionan imágenes tridimensionales que ayudan a registrar todos los movimientos.
Para algunos, toda esta tecnología aplicada al deporte profesional desnaturaliza la competición. Sin embargo, los técnicos que ponen a punto a los deportistas lo aplauden porque, al fin y al cabo, son una gran ayuda a la hora de diseñar un equipo y el entrenamiento a seguir. También les permite analizar más efectivamente a sus rivales y localizar sus defectos. Los que no están nada contentos, por lo que me cuentan, son las casas de apuestas, que temen que la computación y la estadística hagan saltar la banca en beneficio de los que tienen la información.
Yo, sin embargo, prefiero creer que el deporte, por muy profesionalizado que esté, siempre tendrá un componente impredecible y aleatorio que ninguna base de datos, por muy sofisticada que sea, podrá desentrañar. Y si no que se lo digan a los pobres brasileños que, contra todo pronóstico, se llevaron en su Mundial la mayor derrota de su historia.
Es verdad. En los últimos años la alta computación y el deporte profesional se dan la mano. La idea es que cuantos más datos de un jugador o un equipo tiene el preparador, más partido podrá sacarle y mejor podrá dosificar los esfuerzos. Asimismo, tener esos datos del enemigo permitirá descubrir sus puntos débiles para atacarle.
Por lo que me cuentan, no hay nadie en las ligas profesionales de Estados Unidos, como la NFL o la NBA, que no planifique sus entrenamientos y partidos analizando en una potente máquina miles y miles de datos. También los equipos de Fórmula1 llevan un tiempo analizando millones de datos generados por sensores desplegados por todas partes en los circuitos y en los coches para mejorar la aerodinámica de las carrocerías o el diseño de los neumáticos o los mismos motores.
En el tenis, la WTA (el circuito femenino) también recurre a la informática para saber cómo restan durante años las jugadoras o cómo reaccionan cuando se encuentran bajo presión y se están jugando un partido en el tie-break. Una información que permitirá a los entrenadores no sólo mejorar aspectos técnicos, sino también psicológicos y de concentración, claves en uno de los deportes más solitarios que existen.
Volviendo al calamitoso partido de Brasil y al análisis de Solari, los datos decían que hasta la semifinal eran los defensas de la selección brasileña (David Luiz, Dante, Thiago Silva, Marcelo...) los que más toques de balón habían hecho en el torneo, y no los centrocampistas, como suele pasar en un equipo con aspiraciones de dominar el juego, llegar al área rival y finalmente meter goles. De hecho, los goles decisivos de octavos y cuartos llegaron de los zagueros, y no del malogrado Neymar, el pesado Hulk o el estilizado Fred.
El dato no habrá pasado desapercibido a Alemania, que también lleva tiempo recurriendo a la alta computación para destripar al adversario y corregir errores propios. Precisamente, antes del inicio del Mundial, SAP, multinacional germana que hace programas de gestión para grandes empresas, mostró en Madrid cómo su tecnología ayuda a procesar los datos que luego tanto agradecen los entrenadores y los técnicos para planificar los entrenamientos. SAP se presentó con un camión para dar a conocer aplicaciones reales del big data, esa tecnología pensada para identificar tendencias a partir de grandes volúmenes de información, y que hasta no hace mucho estaba vinculada casi exclusivamente a entornos como el financiero o el científico.
En el camión del big data de SAP nos enteramos de que la selección alemana ha trabajado con un sistema informático que en un entrenamiento de apenas 10 minutos, con 10 jugadores y con tres balones, pueden generar más de siete millones de datos. Y en un sólo partido puede registrar más de 60 millones de posiciones. Para la recogida de esta información, los jugadores llevan sensores en pies y pecho que permiten situarles espacialmente, ver el área del campo que cubren, los pases que dan o, si es un defensa, su capacidad para alinearse con el resto de zagueros. A falta de sensores, el sistema extrae la información de cámaras situadas en las bandas que proporcionan imágenes tridimensionales que ayudan a registrar todos los movimientos.
Para algunos, toda esta tecnología aplicada al deporte profesional desnaturaliza la competición. Sin embargo, los técnicos que ponen a punto a los deportistas lo aplauden porque, al fin y al cabo, son una gran ayuda a la hora de diseñar un equipo y el entrenamiento a seguir. También les permite analizar más efectivamente a sus rivales y localizar sus defectos. Los que no están nada contentos, por lo que me cuentan, son las casas de apuestas, que temen que la computación y la estadística hagan saltar la banca en beneficio de los que tienen la información.
Yo, sin embargo, prefiero creer que el deporte, por muy profesionalizado que esté, siempre tendrá un componente impredecible y aleatorio que ninguna base de datos, por muy sofisticada que sea, podrá desentrañar. Y si no que se lo digan a los pobres brasileños que, contra todo pronóstico, se llevaron en su Mundial la mayor derrota de su historia.