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Las 10 palabras que toda chica debería aprender

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Este artículo es una actualización del original, que apareció en Role Reboot.


"Deja de interrumpirme".

"Lo acabo de decir".

"No necesito explicaciones".

Cuando tenía 10 años, en el colegio gané un premio a la cortesía. Dicho de otra manera, me dieron un premio por ser educada. A mi hermano, en cambio, se le consideraba el cómico de la clase. Éramos el prototipo social de una señorita y el chico que actúa como un chico. En el mundo, las lecciones sobre buena educación durante la infancia son asimétricas dependiendo del género. Enseñamos a las niñas a pedir el turno para hablar, a escuchar con atención, a no decir palabrotas y a evitar interrumpir a la gente, a diferencia de lo que se espera de los chicos. En otras palabras, normalmente enseñamos a las chicas hábitos serviles y a los chicos a ejercer dominancia.

A diario (en la vida) me encuentro en entornos mixtos en los que los hombres me interrumpen. Ahora que he decidido intentar hacer un seguimiento, sólo por curiosidad, me he dado cuenta de que, por increíble que parezca, ocurre muy a menudo. El fenómeno es incluso más pronunciado cuando hay más hombres alrededor.

Esta realidad tan irritante va de la mano de otra: los hombres que no mantienen contacto visual. Por ejemplo, un camarero que sólo dirige la información y las preguntas a los hombres de la mesa, o el hombre que la semana pasada simplemente hizo como que yo no era parte de un grupo de cinco personas (era la única mujer). Nunca nos habíamos visto antes y apenas intercambiamos 10 palabras, así que no pude expresar mis no tan apocadas opiniones.

Estas dos formas de establecer dominancia en una conversación, normalmente en base al género, van unidas a esta última: una mujer, hablando alto y claro, puede decir algo que aparentemente nadie oye, pero que un hombre repite en cosa de minutos, o quizás segundos, y recibe elogios que abren una discusión de grupo.

Después de haber escrito sobre la diferencia de confianza en uno mismo según los sexos, de una lista de 10 temas, el que más resonó fue aquel en el que me preguntaba qué discurso se considera importante. En una respuesta comprensiva hacia lo que escribí, una persona en Twitter me mandó una viñeta en la que se veía a una mujer y cinco hombres sentados alrededor de una mesa de conferencias. En la imagen, se lee: "Es una sugerencia excelente, señora Triggs. Quizás alguno de los hombres quiere llevarla a cabo". No creo que haya una mujer en la Tierra a la que no le haya ocurrido algo similar.

La imagen puede parecer divertida hasta que realmente te das cuenta de la frecuencia con la que algo tan serio ocurre; y, como en los casos de Elizabeth Warren o Brooksley Born, de lo increíblemente relevante que puede llegar a ser. Si además añades raza y clase social a la ecuación, la incidencia de esta marginalización es incluso mayor.

Esta supresión de la voz de las mujeres, en caso de que intentaras averiguar lo que la señora Triggs llevaba o bebía o había dicho para provocar esa respuesta, es el resultado del sexismo.

Estos comportamientos, el interrumpir y el no dejar hablar, también suceden como consecuencia de la diferencia de estatus, pero sobre todo por diferencia de género. Por ejemplo, los médicos interrumpen a los pacientes cuando hablan, especialmente si son mujeres, pero los pacientes rara vez interrumpen a los médicos. A menos que la doctora sea mujer. En ese caso, ella interrumpe mucho menos y, a su vez, a ella la interrumpen mucho más. Esto también se cumple con los directivos en el puesto de trabajo. A los jefes no se les suele interrumpir, sobre todo si el trabajador que le habla es una mujer; sin embargo, las jefas son interrumpidas constantemente por sus subordinados (hombres).

Esta preferencia por lo que los hombres tienen que decir, respaldada tanto por hombres como por mujeres, es una variante del "mansplaining" (la costumbre de algunos hombres de explicar las cosas a las mujeres por considerarlas ignorantes). La palabra fue utilizada por primera vez en un artículo de la escritora Rebecca Solnit, que argumentaba que la tendencia que tienen algunos hombres a dar a su propio discurso más importancia que al de una mujer perfectamente competente no era un rasgo masculino universal, sino "la intersección entre la arrogancia y la ineptitud en la que una parte de este género se atasca".

La anécdota que cuenta Solnit es bochornosa. Estaba hablando con un hombre en un cóctel cuando él le preguntó a qué se dedicaba. Ella contestó que escribía libros, y le explicó de qué iba el último, River of Shadows: Eadweard Muybridge and the Technological Wild West. El hombre la interrumpió enseguida cuando ella pronunció la palabra Muybridge, y le preguntó: "¿Y has oído sobre ese libro tan importante sobre un tal Muybridge que ha salido este año?" Entonces él se creció y se puso a hablar de la reseña que había leído sobre el libro, hasta que alguien por fin dijo: "Es el libro que ha escrito ella". Y él ignoró a ese alguien, que además era una mujer y que tuvo que repetirlo más de tres veces hasta que él se puso lívido y se fue. Si no eres una mujer, pregúntale a cualquiera si sabe lo que esto supone, porque no resulta nada divertido y nos ocurre a todas nosotras.

A raíz de la controversia hace unos años de Larry Summers sobre aquello de que "las mujeres no valen para las matemáticas", el científico Ben Barres escribió públicamente sobre sus experiencias, primero como mujer y luego como hombre. Como mujer estudiante en el MIT, a Barbara Barres, tras haber resuelto un problema de matemáticas muy difícil, un profesor le dijo: "Seguro que tu novio te lo ha resuelto". Varios años después, siendo ya Ben Barres, dio un discurso científico que fue muy bien recibido, cuando por casualidad oyó a un miembro de la audiencia decir: "Su trabajo es mucho mejor que el de su hermana".

Y, lo que es más importante, concluía diciendo que uno de los mayores beneficios de ser hombre era que ahora "hasta podía completar una frase entera sin ser interrumpido por un hombre".

He oído a chicos adolescentes excusar, de forma irritante e histérica, lo que ellos consideran "falta de entendimiento" hacia [mi] "indiscreción juvenil". La semana pasada estaba sentada en una cafetería cuando un hombre de unos 60 años se me acercó para preguntarme qué estaba escribiendo. Le dije que era un libro sobre la diferencia de sexos y los medios de comunicación y me dijo: "Fui a una conferencia sobre algo así hace unos años. Y me leí un trabajo sobre el tema. ¿Sabías que los fabricantes de coches utilizan imágenes ligeramente denigrantes de mujeres para vender coches? Me gustaría ayudarte". Después de que yo sugiriera, sonriendo amablemente, que las imágenes eran más que denigrantes y, sin duda, dañaban la dignidad de las mujeres, la libertad de expresión y la paridad en la cultura, se quedó frito.

No es difícil entender por qué tantos hombres tienden a asumir que son geniales y que lo que van a decir tiene más legitimidad. Todo empieza en la infancia y no tiene fin. Los padres interrumpen a sus hijas el doble que a sus hijos y les exigen normas de educación más estrictas. Los maestros animan más y mejor a los chicos, que ven su discurso rebelde como una señal de su masculinidad dominante.

Ya de adultos, al discurso de las mujeres se le da menos autoridad y credibilidad. Se supone que no tenemos la capacidad de ser tan críticas o tan divertidas como ellos. Los hombres hablan más y con más frecuencia que las mujeres en los grupos mixtos (clases, conferencias, cuerpos legislativos, debates mediáticos y, por razones obvias, instituciones religiosas). De hecho, en grupos para la resolución de problemas dominados por hombres, como juntas, comités o asambleas legislativas, los hombres hablan un 75% más que las mujeres, lo cual tiene efectos negativos en las decisiones alcanzadas. Este es el motivo por el que los investigadores concluyeron que "tener un asiento en una mesa no es lo mismo que tener voz y voto".

Hasta en las películas y en la televisión, los actores tienen diálogos más comprometidos y aparecen en pantalla dos veces más que sus compañeras. Además, no se limita a una época antigua, sino que se reproduce también en las redes. Los correos electrónicos enviados por hombres tienen una tasa de respuesta muy superior, y en Twitter, la gente retuitea a los hombres el doble que a las mujeres.

Estos patrones lingüísticos tienen consecuencias de muchos tipos; por ejemplo, en los juzgados, un tratamiento injusto da como resultado interrupciones en los testimonios de la mujer por ser considerados poco creíbles de acuerdo con la masculinización de las normas del discurso. En los juzgados también se muestra claramente cómo la credibilidad y el estatus, siendo más bajo el de la mujer, se ven doblemente afectados por la raza. Si una mujer negra que va a testificar adopta lo que se conoce a menudo como "lenguaje de las mujeres [blancas]", disminuye su credibilidad. Sin embargo, si se muestran más firmes, los miembros del jurados blancos las consideran "groseras, hostiles, fuera de control y, por consiguiente, menos creíbles". El silencio es la determinación a que algunas mujeres toman para adaptarse a ese doble rechazo, pero, claro, el silencio no ayuda si estás testificando.

Lo mejor de todo es que la sociedad cree que las mujeres hablan más. La predisposición del que escucha da lugar a que la gente piense que las mujeres acaparan a la audiencia, cuando en realidad son los hombres los que realmente dominan. Los lingüistas han llegado a la conclusión de que cuando se habla de que las mujeres y los hombres vienen de diferentes planetas, se confunde el lenguaje de las mujeres con un lenguaje inútil.

Por supuesto, hay excepciones que muestran el rol que tienen los géneros (y no el sexo biológico). Por ejemplo, conozco a una niña muy divertida que habla a la vez que el resto de la gente, interrumpe y cambia de tema cada dos por tres. Si leyeras un guión de una de nuestras conversaciones típicas, probablemente pensarías que se trata de un niño porque su conducta al hablar entra dentro de los rasgos que consideramos masculinos. Pero resulta que es una niña. Y se siente más cómoda que la media de las niñas al actuar con firmeza y confianza en sí misma. Lo cierto es que es complicado crear un equilibrio entre las reglas de buena educación y la seguridad que tiene en sí misma. Cuando las niñas reciben normas de educación excesivas, creyendo que los chicos tomarán ejemplo de ellas, se crea un gran impacto en las mujeres, que supuestamente tienen que ignorar lo aprendido en sociedad y aprender a hablar como los hombres si quieren tener éxito (aprender a negociar, a exigir un salario más elevado, etc.).

Cuando publiqué este post por primera vez, y no estoy bromeando, la primera respuesta que recibí fue de un usuario de Twitter, un hombre que, sin pensárselo dos veces, preguntó: "¿Qué pensarías si un hombre te soltara estas cosas en mitad de una conversación?"

La dominancia social en el discurso de los hombres es una cuestión relevante, y no sólo en la escuela, sino en cualquier parte. Si aún tienes dudas, siéntate en silencio y toma nota de la dinámica que adoptan las conversaciones en las cenas, en tu lugar de trabajo, en una clase. En el autobús del colegio, en los aledaños de un estadio, en cualquier lugar de culto. Llama la atención y es muy significativo.

La gente me pregunta a menudo qué se puede enseñar a las niñas o qué pueden hacer ellas mismas para enfrentarse al sexismo cuando lo presencian. "¿Qué puedo hacer si me veo en una situación sexista? Es difícil alzar la voz, sobre todo en la escuela". En general, detesto esa idea de que las chicas son responsables de la forma en que el mundo reacciona ante ellas, pero, lo que sí les digo es que practiquen estas palabras todos los días:

"Deja de interrumpirme".

"Lo acabo de decir".

"No necesito explicaciones".

Hará mucho bien tanto a chicos como a chicas. Y a un buen número de adultos también.

Traducción de Marina Velasco Serrano


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