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Unión bancaria: proyecto agridulce

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En los últimos meses he tenido, en diferentes lugares y circunstancias, un debate algo agrio con algunos colegas europeos, fundamentalmente de países del norte, sobre qué significa la unión bancaria y, de forma más amplia, de dónde procede la fragmentación financiera que, entre otras cosas, está determinando costes de acceso a los servicios financieros muy distintos para hogares y empresas a lo largo y ancho de la Eurozona. De forma objetiva, la fragmentación tiene dos grandes componentes. Uno procede de las diferencias puras de riesgo-país entre los Estados miembros y parece justificable. El otro, menos digerible, procede de diferencias menos razonables de castigo al bono soberano, nada "puras" y bastante especulativas. Este segundo componente, simplemente, no existiría si en la Eurozona existiera una unión bancaria, algo que además resulta deseable allí donde ya existe una unión monetaria. Sin embargo, para algunos colegas supuestamente duchos en la materia, el problema somos los del Sur, como un mal enraizado que explica por completo la fragmentación y que no requiere otra solución que disciplinarnos fiscalmente. No se consideran los fundamentos de este proyecto de unión porque, en mi opinión, muchos desconfían aún de ese grupo de países al que tan desafortunadamente algunas veces denominan PIIGS (Portugal, Ireland, Italy, Greece, Spain) y que no terminan de considerar como miembros de primera categoría del club europeo. Absurdo, porque o el club es uno o salta por los aires. Y, al final, no habrá otro remedio que esa unidad, aunque sea a trompicones. Costumbre no nos falta en Europa de avanzar a trompicones.

En esta nota, resumo mi percepción sobre los acuerdos recientes para una unión bancaria europea más allá de las cuestiones puramente técnicas, centrando el análisis en lo que subyace sobre hasta qué punto se cree o no en este proyecto. En diez puntos:

1. Es positivo que el proyecto tenga sus mimbres, estructura y calendario: es fundamental que se haya llegado a un acuerdo para que la unión bancaria tenga sus ingredientes, incluso aunque de partida muchos aspectos sean criticables y determinadas cuestiones que son las que le dan verdadero contenido a esta unión se dejen para muy largo plazo. Por algo había que empezar -aunque haya una percepción generalizada de decepción- y la clave estará en la capacidad para enmendar lo que sea preciso para dotar a la unión de la ambición que precisa.

2. Se ha dejado para el futuro mucho más de lo esperado: ya se sabía que había un intercambio necesario entre la creación de una unión fuerte y el tiempo necesario para conseguirlo. Eso sí, incluso fiando algunos aspectos al largo plazo, se ha creado una transición de diez años en la que Europa cuenta, simplemente, con un mecanismo insuficiente y muy descentralizado que no podría afrontar, en su configuración actual, otra crisis sistémica. Se confía en que no será necesario en la próxima década pero en el mundo económico y financiero todo funciona por las garantías y la protección existente y, con el acuerdo actual, esos pilares son muy débiles y dejan aún durante algún tiempo lugar a la especulación sobre el futuro del euro.

3. No hay voluntad para la solidaridad financiera: las últimas reuniones de los ministros de economía de la Eurozona lo han dejado claro. Los países acreedores siguen pensando -y lo manifiestan públicamente de forma repetida- que la unión bancaria es sólo una argucia para que los rescates bancarios de los países que ahora son deudores sean pagados sine die por los contribuyentes del norte. Esto es un planteamiento que pone de relieve a las claras las debilidades del proyecto actual porque la razón en sí de la unión es crear una barrera de protección en la que cabe tanto la solidaridad como la disciplina. Y esa disciplina supone que se reduzca la preferencia por rescatar bancos -de la que son tanto o más especialistas los países acreedores que los deudores- y se opte por su liquidación cuando sea preciso, con el menor coste para el contribuyente, porque antes pagarían los accionistas y los tenedores de bonos de la entidad financiera en cuestión.

4. Algunos países o no entienden o no creen en el proyecto: si algunos de los países acreedores creyeran en el proyecto, plantearían un mecanismo progresivo de solidaridad financiera y, dentro de diez años, se aseguraría que ese mecanismo es común y suficientemente potente, algo que, por mucho que ahora se diga, no está claro que tenga las condiciones precisas en ese plazo marcado de diez años. Y, además, si existiera una verdadera voluntad, no habría unos mecanismos tan descentralizados de resolución que, de forma efectiva, crean una red de decisores nacionales más que una centralización y una unidad.

5. La fragmentación financiera puede pasar de ser un reflejo de la realidad a un arma competitiva: este problema ya existía antes de la crisis pero las diferencias se estaban reduciendo, con diferentes iniciativas de homogeneización normativa y competitiva. Lo que ocurrió con la crisis es que se descubrieron los enormes fallos que supone no tener una unión bancaria respaldando a la monetaria. La especulación sobre la deuda soberana exacerba las diferencias entre acreedores y deudores y lleva las diferencias hasta un terreno en el que se convierten en ventajas competitivas para los primeros. En principio, involuntarias pero, visto lo visto, ahora no hay mucha prisa en reducirlas e incluso se trata de justificar que, por ejemplo, toda diferencia de costes de financiación entre una empresa española y una finlandesa de la misma solvencia y competitividad están justificadas. Una falacia.

6. Con estos acuerdos sobre la unión bancaria se va a prolongar mucho más tiempo del que se esperaba -y del que resulta conveniente- el liderazgo involuntario del Banco Central Europeo. Con una paradoja. Mientras que el BCE va a tener muy seguramente que seguir yendo mucho más allá de su mandato para mantener la estabilidad financiera, asegurar la liquidez y hacer lo posible por estimular el crédito, el modelo actualmente acordado de unión bancaria le erigen en futuro supervisor único pero, como comentará más tarde, con poderes limitados.

7. Ciclos políticos: con las elecciones alemanas ya concluidas se ha puesto de manifiesto la dificultad de avanzar en aspectos claves de la integración europea cuando concurren los ciclos políticos de un número tan amplio de Estados miembros. Los intereses electorales a veces no son del todo compatibles con los de un proyecto común, especialmente en tiempos como los que vivimos en los que tendemos a pensar más en lo que nos quita el vecino que en lo que nos da.

8. Red de disciplina y vetos: uno de los aspectos menos aceptables de la configuración actual de la unión es que, en términos de disciplina y resolución, las decisiones serán puramente políticas y tan sólo tres países como Alemania, Holanda y Finlandia pueden contar con peso suficiente en las votaciones como para vetar cualquier acuerdo.

9. El principio de independencia del supervisor: con independencia de lo que se quiera criticar a los bancos centrales como supervisores bancarios en estos tiempos, uno de los grandes logros que distinguieron la modernización de muchos sistemas financieros fue conceder independencia a ese supervisor. Sin embargo, el supervisor único europeo puede tomar un número limitado de decisiones pero algunas de las más importantes, como las de intervenir y liquidar un banco serán puramente políticas. Aquí se rompe una cadena fundamental de decisiones para introducir arbitrariedad, lo que no es aceptable.

10. Empieza mal que algo queda: en el primer punto de este decálogo me refería a la relevancia de la unión bancaria y a no menospreciar que se haya avanzado en el proceso, aunque sea de la forma que se ha hecho. Mi preocupación, que espero que el tiempo y la habilidad política -además seguramente de los mercados y las circunstancias- puedan cambiar, es que parte de lo que se ha acordado ahora, conforme a los puntos anteriores, sea ya difícil de revertir. En particular, la excesiva descentralización de las decisiones y la falta de compromiso y solidaridad financiera.

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