Cuando se vive fuera de España, uno encuentra más raras una buena cantidad de costumbres que se dan por hechas.
Una de ellas, es la caña que se da a los intelectuales y no me refiero con ello a eso que se llama vagamente la cultura y que consiste exclusivamente en criticar la subida del IVA a las entradas de cine o la reducción de las subvenciones a los artistas. Me refiero a los intelectuales de verdad como Mario Vargas Llosa, Jon Juaristi o Félix de Azúa. A los que escriben y firman manifiestos recordando lo obvio, es decir, que el peso de la ley debe caer sobre aquellos que violan la legalidad constitucional. Que anunciar un referendum ilegal para segregar un territorio debe ser penado por la ley ya que está prohibido.
Sin embargo, uno lee los comentarios a las noticias publicadas en Internet y no se les deja de dar cera incluso a cargo muchas veces de personas que en el fondo están de acuerdo con ellos pero que anteponen el sectarismo ideológico a cualquier otra consideración. Pero bueno, los intelectuales independientes siempre lo han tenido difícil en España.
No se si llamarlo surrealismo -España es cuna de buenos surrealistas-, o dificultad para descifrar la realidad, pero al que pasa poco tiempo en España como yo la estulticia le desborda. Uno va a la Costa Brava y absolutamente nada en el ambiente le recuerda que se encuentre en otro sitio que no sea la España más estereotípica. Calles encaladas, olor a ajo en las calles, tiendas de recuerdos por doquier con sevillanas, toallas con toros a tamaño gigante, coches mal aparcados en las aceras, escasez de librerías, feismo en las afueras de los pueblos, desorden urbanístico, Mercadonas, chiringuitos con mesas y sillas de plástico, tretas de todo tipo para cobrarte de más en los restaurantes y, sobre todo, un montón de gente trabajando y visitando lugares que hablan, parecen y se comportan como españoles.
Solamente hay una cosa que indica a simple vista que se encuentra en una parte de España que conlleva matices: la abundancia de banderas estrelladas en balcones, muchas acompañadas con leyendas en inglés como eso de "A new Catalan state in Europe" y cosas así, en glorietas, en promontorios, torres de castillos, islotes solitarios y todo aquel lugar que se destaque en el horizonte. No en vano, los independentistas catalanes saben que si no lo hicieran, pocos de esos turistas alemanes, escandinavos, franceses o rusos apenas perdería cinco minutos en una estancia de una semana hablando de identidades y diferenciando mínimamente los pueblos de la Costa Brava de los pueblos blancos malagueños que para muchos turistas extranjeros son parte de la misma narrativa.
Y que no se engañen. La lengua, aunque el castellano se hable más que el catalán en esta zona, tampoco les haría dudar mucho ya que se hablan modalidades dialectales parecidas en otras partes de España y en muchos de sus países de origen conviven distintos idiomas, algo que a muchos españoles (y sobre todo catalanes) se les olvida.
También resulta raro que a los ciudadanos nacidos en otras partes de España que viven y trabajan en Cataluña no parezca importarles mucho este desafío por ahora simbólico ya que, como varios de ellos me aseguraron, todavía piensan increíblemente que los independentistas son cuatro o que no llegará la sangre al río.
No se han dado cuenta de que el aquí Cataluña, ahí España (el único mensaje que transmiten esas banderas estrelladas) podrá resultar muy básico pero es tremendamente efectivo.
La verdad es que en la Costa Brava las banderas estrelladas, con ese aire entre caribeño y pop (aunque tenga la desgracia de compartir el rojo y el amarillo con la bandera de España), son el único resquicio de una identidad catalana diferenciada del resto de España. Sin embargo, a pesar de lo trabajada y orquestada que está, resulta bastante endeble desde el punto de vista del turista que viene buscando sol y playa.
Y eso que l'estat se lo pone fácil ya que pasa a tope de hacer cumplir la legalidad y que ondeen dos o tres banderas españolas en los edificios oficiales de cada municipio.
Si no, la mayoría de los turistas no se enterarían de si están en Lloret o Torremolinos.
Una de ellas, es la caña que se da a los intelectuales y no me refiero con ello a eso que se llama vagamente la cultura y que consiste exclusivamente en criticar la subida del IVA a las entradas de cine o la reducción de las subvenciones a los artistas. Me refiero a los intelectuales de verdad como Mario Vargas Llosa, Jon Juaristi o Félix de Azúa. A los que escriben y firman manifiestos recordando lo obvio, es decir, que el peso de la ley debe caer sobre aquellos que violan la legalidad constitucional. Que anunciar un referendum ilegal para segregar un territorio debe ser penado por la ley ya que está prohibido.
Sin embargo, uno lee los comentarios a las noticias publicadas en Internet y no se les deja de dar cera incluso a cargo muchas veces de personas que en el fondo están de acuerdo con ellos pero que anteponen el sectarismo ideológico a cualquier otra consideración. Pero bueno, los intelectuales independientes siempre lo han tenido difícil en España.
No se si llamarlo surrealismo -España es cuna de buenos surrealistas-, o dificultad para descifrar la realidad, pero al que pasa poco tiempo en España como yo la estulticia le desborda. Uno va a la Costa Brava y absolutamente nada en el ambiente le recuerda que se encuentre en otro sitio que no sea la España más estereotípica. Calles encaladas, olor a ajo en las calles, tiendas de recuerdos por doquier con sevillanas, toallas con toros a tamaño gigante, coches mal aparcados en las aceras, escasez de librerías, feismo en las afueras de los pueblos, desorden urbanístico, Mercadonas, chiringuitos con mesas y sillas de plástico, tretas de todo tipo para cobrarte de más en los restaurantes y, sobre todo, un montón de gente trabajando y visitando lugares que hablan, parecen y se comportan como españoles.
Solamente hay una cosa que indica a simple vista que se encuentra en una parte de España que conlleva matices: la abundancia de banderas estrelladas en balcones, muchas acompañadas con leyendas en inglés como eso de "A new Catalan state in Europe" y cosas así, en glorietas, en promontorios, torres de castillos, islotes solitarios y todo aquel lugar que se destaque en el horizonte. No en vano, los independentistas catalanes saben que si no lo hicieran, pocos de esos turistas alemanes, escandinavos, franceses o rusos apenas perdería cinco minutos en una estancia de una semana hablando de identidades y diferenciando mínimamente los pueblos de la Costa Brava de los pueblos blancos malagueños que para muchos turistas extranjeros son parte de la misma narrativa.
Y que no se engañen. La lengua, aunque el castellano se hable más que el catalán en esta zona, tampoco les haría dudar mucho ya que se hablan modalidades dialectales parecidas en otras partes de España y en muchos de sus países de origen conviven distintos idiomas, algo que a muchos españoles (y sobre todo catalanes) se les olvida.
También resulta raro que a los ciudadanos nacidos en otras partes de España que viven y trabajan en Cataluña no parezca importarles mucho este desafío por ahora simbólico ya que, como varios de ellos me aseguraron, todavía piensan increíblemente que los independentistas son cuatro o que no llegará la sangre al río.
No se han dado cuenta de que el aquí Cataluña, ahí España (el único mensaje que transmiten esas banderas estrelladas) podrá resultar muy básico pero es tremendamente efectivo.
La verdad es que en la Costa Brava las banderas estrelladas, con ese aire entre caribeño y pop (aunque tenga la desgracia de compartir el rojo y el amarillo con la bandera de España), son el único resquicio de una identidad catalana diferenciada del resto de España. Sin embargo, a pesar de lo trabajada y orquestada que está, resulta bastante endeble desde el punto de vista del turista que viene buscando sol y playa.
Y eso que l'estat se lo pone fácil ya que pasa a tope de hacer cumplir la legalidad y que ondeen dos o tres banderas españolas en los edificios oficiales de cada municipio.
Si no, la mayoría de los turistas no se enterarían de si están en Lloret o Torremolinos.