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El test de Turing de la economía española

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Hay mucha excitación últimamente porque nuestra tecnología de inteligencia artificial está a punto de superar el llamado «test de Turing». Esta prueba consiste en que un juez imparcial sea incapaz de distinguir entre dos interlocutores: un humano y una «máquina" manteniendo un diálogo escrito a ciegas.

Originalmente, se formuló para que ese diálogo fuese una especie de examen en el que, más que lo acertado de las respuestas, importase la coherencia y humanlikeness de las mismas. Más modernamente, el test se interpreta como la capacidad de una máquina para mantener un diálogo en un chat como el que pudiera mantenerse con una persona de alrededor de 13 años sin que un interlocutor humano sea capaz de distinguir cuál de los dos está al otro lado de la pantalla.

Bueno, al ritmo que van los preadolescentes de 13 años, absolutamente dominados por las máquinas, es bastante más fácil que sea imposible distinguir a uno de aquellos de una máquina que al revés. Por no hablar de la humanlikeness de un preadolescente cogido al azar. De manera que es cada vez más fácil que se pueda cumplir el test de Turing sin que por ello debamos pensar que nuestra tecnología está a punto de crear verdadera inteligencia artificial. Bien pensado, puede que sea más interesante someter a uno de aquellos jóvenes, y no a las máquinas, a una especie de test de Turing inverso.

Si sometiésemos la economía española al test de Turing equivalente para el caso, todavía encontraríamos muchos indicadores peores que los de una economía plenamente desarrollada (tasa de paro, deuda, escala de las empresas, productividad, eficiencia, competencia, cargas administrativas, etc.) y a distancia estructural de dichas referencias. Esta constatación podría haberse hecho, igualmente, antes de la crisis, a pesar de los oropeles del boom para algunos de los indicadores citados, no todos, claro. En los que peor pintan ahora, el desempleo y la deuda, el test de Turing seguirá siendo obstinadamente impasable por algún tiempo.

Lo malo es que indicadores «de toda la vida», como el escaso grado de competencia de la mayor parte de los mercados y sectores españoles y la baja productividad de nuestros trabajadores y empresas, también seguirán siendo tumbados por el test.

A diferencia de los preadolescentes de 13 años, las economías de referencia con las que comparar la cruda inteligencia artificial de nuestro sistema económico son cada vez mejores en su desempeño general y no será cada vez más fácil pasar el test de Turing, sino todo lo contrario. Al menos, como todo indica, nuestra economía se está recuperando poco a poco en términos de actividad y empleo. En realidad, y pido disculpas por la licencia argumental que me he tomado al principio, los preadolescentes de 13 años también son cada vez mejores. Lo que sucede es que las máquinas de inteligencia artificial para las que aquéllos sirven de referencia en el famoso test avanzan vertiginosamente y sobrepasarán con creces los estándares de inteligencia de las personas de 13 años y de edades mayores.

El test de Turing, en el campo para el que se concibió, tiene sus días contados y ello es algo de lo que, en general, hay que alegrarse. Pero todavía puede usarse durante un tiempo para medir los avances de la inteligencia que incorpora el modelo económico y productivo español y para estimar la probabilidad de que reduzcamos la distancia o, por el contrario, sigamos aumentando la brecha que nos separa de nuestras referencias, incluso si no dejamos de avanzar. Nada de que alegrarse, por cierto.

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