Un pescador en el lago Iranduba, en la selva amazónica cerca de Manaos, Brasil. Foto: Julio Pantoja/BM.
Con un área que abarca 7 millones de kilómetros cuadrados y que permanece intacta en un 80%, la selva amazónica se yergue tal vez como el pináculo de las maravillas creadas por la Madre Naturaleza. Los restos de los demás bosques nos recuerdan lo que podría sucederle a la Amazonia si la deforestación siguiera sin control. La alguna vez vasta y exuberante selva atlántica brasileña, por ejemplo, se redujo a un 8% de su extensión original, subsistiendo como una pálida sombra de sí misma, muchas de sus especies únicas y culturas indígenas extintas hace largo tiempo. Con una superficie de más de 12 veces la de Francia, la Amazonia contiene la mayor concentración de plantas, animales y microorganismos que la evolución jamás haya agrupado.
La Amazonia, tras haber resistido durante más de 500 años la transformación a gran escala a manos de los humanos, hoy en día se enfrenta un nivel de desarrollo vial, energético y minero sin precedentes que comienza a amenazar la capacidad de esta selva de seguir proporcionando servicios ecosistémicos a escala local, regional y global. De manera alarmante, las investigaciones más recientes sugieren que incluso la deforestación progresiva bastaría para empujar a la Amazonia más allá del punto de inflexión donde los bosques dejan paso a una vegetación más seca y susceptible a los incendios. Este fenómeno ha sido llamado la Muerte de la Amazonia, tema destacado de un reciente informe del Banco Mundial.
Hace unos años encargué un estudio a mi colega el Dr. Tim Killeen sobre las crecientes amenazas a las que se enfrenta esta región a causa del rápido crecimiento económico, en particular aquel desencadenado por la construcción de nuevas carreteras. Killeen de manera reveladora tituló el estudio Una tormenta perfecta en la selva amazónica. En el ojo de la tormenta se encuentra la Carretera Transoceánica que une la costa peruana del Pacífico con la Amazonia brasileña, y de ahí a la costa atlántica. La carretera atraviesa una de las porciones con más biodiversidad de la Amazonia peruana y brasileña.
Nada es más peligroso para un bosque que una carretera, el acceso al interior transforma actividades antes poco rentables en actividades muy provechosas. Y la tormenta perfecta descrita por Killeen podría derivar en una transgresión de los umbrales de cubierta forestal considerados seguros para la integridad del ecosistema.
Si llegásemos a este punto de inflexión muchas cosas podrían suceder, prácticamente todas ellas nocivas para la salud del planeta. Primero, la Amazonia comenzaría a emitir a la atmósfera el carbón almacenado en sus bosques, agregándolo a las demás fuentes de emisiones que están desestabilizando el clima mundial. Segundo, los flujos hidrológicos serían perturbados, resultando en sequías más frecuentes y severas a lo largo de la región, e incluso más allá, incluyendo a Estados Unidos, Europa y Asia. Los famosos ríos voladores de la Amazonia -masivas corrientes de aire húmedo- comenzarían a secarse, impulsando el calentamiento mundial. Finalmente, el impacto acumulado de cambios de esta magnitud resultaría en una extinción masiva de especies en el ecosistema biológicamente más diverso del mundo. Estos escenarios no son imposibles si seguimos actuando bajo un enfoque de dejar hacer.
La reciente trayectoria de la Amazonia brasileña nos brinda lecciones importantes. Brasil acoge el 60% de la cuenca e históricamente ha experimentado la mayor proporción de deforestación. Sin embargo, a través de una mejor gestión Brasil supo reducir la tasa de pérdida de cubierta forestal de manera dramática en la última década. De un máximo de 28.500 kilómetros cuadrados en 2004, la deforestación anual descendió en un 79% a un mínimo histórico de 5.850 kilómetros cuadrados en 2013. El Gobierno se comprometió a mantener este número por debajo de los 3.370 kilómetros cuadrados para el año 2020.
De acuerdo a estudios recientes, estos logros hasta ahora se traducen en 3,2 gigatoneladas de CO2 que dejaron de emitirse a la atmósfera a causa de la deforestación, el equivalente a haber evitado un año entero de emisiones mundiales de CO2. Esto se logró a través de una serie de herramientas que incluyen la ampliación del sistema de áreas protegidas de la Amazonia brasileña y el cumplimiento de los derechos territoriales de los pueblos indígenas. Brasil también aseguró el cumplimiento de las leyes que prohíben la deforestación no autorizada, desplegando modernas técnicas de teleobservación así como ejerciendo presión pública sobre los productores, mayoristas y minoristas de aquellas materias primas asociadas a la deforestación, como la soja y la carne vacuna. Aunque lejos de ser perfecta, esta combinación de mecanismos comienza a tener un efecto significativo en la reducción de la deforestación.
Una sola iniciativa financiada por el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM) y otros donantes, e implementada por el Banco Mundial -el proyecto Áreas Protegidas en la Región Amazónica (ARPA, por sus siglas en inglés)- quitó unos 240.000 kilómetros cuadrados del mercado especulador de acaparamiento de tierras, el punto de entrada clave para la deforestación. ARPA por lo tanto inhabilitó cualquier expectativa futura de ganadería o agricultura en un área comparable al estado de Michigan en EEUU.
Hoy en día, casi la mitad de la Amazonia se encuentra protegida por algún parque, reserva o territorio indígena, un logro enorme desde cualquier punto de vista. Si bien aún es posible una ampliación progresiva de las áreas protegidas allí donde sea posible, hay signos de que esta ventana de oportunidad se está cerrando rápidamente debido al costo creciente de asegurar y mantener tierras adicionales.
A medida que la región se integra progresivamente a través de sus fronteras, su futuro dependerá cada vez más de lo que ocurra en la mitad sin protección de este vasto territorio. Si bien la tasa de crecimiento de la población brasileña disminuyó a 1,86 niños por mujer, mayormente como resultado de una rápida urbanización, en la Amazonia ésta sigue creciendo a una tasa de 2,42.
Por lo tanto, se deben desarrollar, probar y ampliar otros usos económicos para la selva. Éstos incluyen la puesta en práctica de un concepto de gestión forestal sostenible que busque maximizar el valor económico, social y ambiental de todos los tipos de bosques basándose en los múltiples beneficios que éstos proporcionan. Están teniendo lugar varias discusiones importantes tendientes a sentar las bases de un modelo de desarrollo sostenible para la Amazonia en años y décadas venideros. El FMAM estará en la mesa de discusión junto a nuestros socios para ayudar a construir e implementar el próximo paso para asegurar el regalo más importante de la Naturaleza a la humanidad. Estaré escribiendo regularmente en torno a estas ideas y planes.