La culpa es una respuesta habitual ante la percepción de que podríamos haber hecho algo moralmente mejor. Es una reacción que, en gran parte, proviene de un bagaje cultural que venimos cargando desde hace siglos y que considero que no sólo no promueve los comportamientos morales, sino que además es un obstáculo para los mismos. Se me ocurren al menos ocho razones por las que la culpa no es útil ni deseable para la moralidad:
1. Sentirse culpable no es necesario para llevar una vida ética. En otras palabras, se puede tener una vida muy ética sin tener que sentirse culpable cuando se cometen errores o faltas.
2. La culpa no es suficiente para llevar una vida ética. Es decir, uno puede sentirse culpable por algo y de todas maneras seguir actuando de manera inmoral.
3. La culpa en sí misma no te hace mejor persona. En ocasiones creo que tenemos la sensación de que sería peor hacer algo mal y no sentirse culpable, que hacer algo mal y sentirse culpable por ello, como si la culpa nos hiciera moralmente superiores, nos purificara, o nos redimiera. Pero, ¿por qué? Lo importante es el arrepentimiento: el deseo de haber actuado diferente, la intención de reparar el daño hecho, y la determinación de que en el futuro no cometeremos el mismo error. Mientras que el arrepentimiento se centra en la acción (por ejemplo, hice algo incorrecto), la culpa suele centrarse en uno mismo (soy una mala persona). El arrepentimiento es útil, nos incita a no caer dos veces en la misma equivocación. La culpa es estéril. Al centrarse en uno mismo, contribuye a la reificación de nuestras cualidades negativas (por ejemplo, soy egoísta), convirtiéndose en un obstáculo para que podamos imaginarnos siendo de otra manera y podamos cambiar de hábitos. Cuando nos conceptualizamos a la letra de una etiqueta, tendemos a adaptar nuestro comportamiento a la idea que nos hemos formado de nosotros mismos.
4. El sentimiento de culpa es una respuesta egoísta. Cuando nos sentimos culpables nos sentimos malas personas, sentimos que no estamos en paz con nosotros mismos. Pero estos pensamientos son fundamentalmente autocentrados, y la ética se trata, sobre todo, de pensar en los demás. La culpa nos distrae de ser de beneficio a otros. Estamos tan preocupados por lo malas personas que somos que se nos olvida lo que podríamos estar haciendo por quienes nos rodean.
5. La culpa no es una guía fiable para evaluar nuestro comportamiento. Tendemos a pensar que el sentimiento de culpa es una especie de sensor del mal comportamiento, pero muchas veces nos sentimos culpables de cosas de las que no somos responsables (por ejemplo, la muerte accidental de un ser querido) y no nos sentimos culpables de situaciones negativas de las que sí somos responsables (por ejemplo, el impacto negativo que podemos estar teniendo en el medio ambiente).
6. La sensación de culpa es tan desagradable que nos lleva a desviar la mirada de las injusticias. Nos sentimos tan mal con nosotros mismos cuando pensamos en las injusticias y tragedias a las que podríamos estar contribuyendo con nuestras acciones u omisiones, que preferimos no pensar en ello, distraer nuestra atención con cuestiones más agradables. En la ética hay pocos obstáculos tan grandes como el querer ignorar las injusticias.
7. La culpa hace que asociemos la ética a emociones negativas. La culpa no invita a la ética, nos aleja de ella. Si asociamos todo lo que tiene que ver con ética a emociones negativas, no es de sorprender que sintamos aversión hacia cualquier discurso que mencione la moralidad. La ética puede ser algo placentero, algo que puede contribuir a hacer nuestra vida más significativa y feliz, pero para ello hay que saberla disfrutar, y la culpa no es el camino.
8. Para ser todo lo ético que se puede ser, hay que pasárselo bien en el camino. Como señaló Aristóteles, disfrutar lo que se hace es un componente esencial para poder hacer las cosas todo lo bien que se pueden hacer. Para Aristóteles, aprender a sentir placer por la virtud es una condición necesaria para la excelencia moral. La culpa es enemiga del placer por la moralidad.
En resumen, el sentimiento de culpa no es una condición ni necesaria ni suficiente para la ética, y no sólo no contribuye al comportamiento moral sino que lo dificulta. En vez de sentirnos culpables, mejor sería arrepentirnos de lo que hacemos mal, tratar de reparar los daños hechos, cambiar lo que podamos, y aceptar con tranquilidad aquello que por el momento no podemos cambiar. Hay que llevar una vida lo más ética posible, pero igualmente importante es hacerlo con alegría y con la conciencia tranquila de saber que estamos haciendo lo mejor que podemos en cada momento, aun con todas las imperfecciones que pueda tener nuestro comportamiento. Necesitamos alejarnos de esa visión de la ética que la personificaría como alguien malhumorado y estirado. Los ideales morales no tienen por qué vivirse como un peso sobre los hombros. Al revés. La ética es una herramienta para poder llevar una vida feliz en armonía con el medio ambiente, los animales, y las personas que nos rodean.
1. Sentirse culpable no es necesario para llevar una vida ética. En otras palabras, se puede tener una vida muy ética sin tener que sentirse culpable cuando se cometen errores o faltas.
2. La culpa no es suficiente para llevar una vida ética. Es decir, uno puede sentirse culpable por algo y de todas maneras seguir actuando de manera inmoral.
3. La culpa en sí misma no te hace mejor persona. En ocasiones creo que tenemos la sensación de que sería peor hacer algo mal y no sentirse culpable, que hacer algo mal y sentirse culpable por ello, como si la culpa nos hiciera moralmente superiores, nos purificara, o nos redimiera. Pero, ¿por qué? Lo importante es el arrepentimiento: el deseo de haber actuado diferente, la intención de reparar el daño hecho, y la determinación de que en el futuro no cometeremos el mismo error. Mientras que el arrepentimiento se centra en la acción (por ejemplo, hice algo incorrecto), la culpa suele centrarse en uno mismo (soy una mala persona). El arrepentimiento es útil, nos incita a no caer dos veces en la misma equivocación. La culpa es estéril. Al centrarse en uno mismo, contribuye a la reificación de nuestras cualidades negativas (por ejemplo, soy egoísta), convirtiéndose en un obstáculo para que podamos imaginarnos siendo de otra manera y podamos cambiar de hábitos. Cuando nos conceptualizamos a la letra de una etiqueta, tendemos a adaptar nuestro comportamiento a la idea que nos hemos formado de nosotros mismos.
4. El sentimiento de culpa es una respuesta egoísta. Cuando nos sentimos culpables nos sentimos malas personas, sentimos que no estamos en paz con nosotros mismos. Pero estos pensamientos son fundamentalmente autocentrados, y la ética se trata, sobre todo, de pensar en los demás. La culpa nos distrae de ser de beneficio a otros. Estamos tan preocupados por lo malas personas que somos que se nos olvida lo que podríamos estar haciendo por quienes nos rodean.
5. La culpa no es una guía fiable para evaluar nuestro comportamiento. Tendemos a pensar que el sentimiento de culpa es una especie de sensor del mal comportamiento, pero muchas veces nos sentimos culpables de cosas de las que no somos responsables (por ejemplo, la muerte accidental de un ser querido) y no nos sentimos culpables de situaciones negativas de las que sí somos responsables (por ejemplo, el impacto negativo que podemos estar teniendo en el medio ambiente).
6. La sensación de culpa es tan desagradable que nos lleva a desviar la mirada de las injusticias. Nos sentimos tan mal con nosotros mismos cuando pensamos en las injusticias y tragedias a las que podríamos estar contribuyendo con nuestras acciones u omisiones, que preferimos no pensar en ello, distraer nuestra atención con cuestiones más agradables. En la ética hay pocos obstáculos tan grandes como el querer ignorar las injusticias.
7. La culpa hace que asociemos la ética a emociones negativas. La culpa no invita a la ética, nos aleja de ella. Si asociamos todo lo que tiene que ver con ética a emociones negativas, no es de sorprender que sintamos aversión hacia cualquier discurso que mencione la moralidad. La ética puede ser algo placentero, algo que puede contribuir a hacer nuestra vida más significativa y feliz, pero para ello hay que saberla disfrutar, y la culpa no es el camino.
8. Para ser todo lo ético que se puede ser, hay que pasárselo bien en el camino. Como señaló Aristóteles, disfrutar lo que se hace es un componente esencial para poder hacer las cosas todo lo bien que se pueden hacer. Para Aristóteles, aprender a sentir placer por la virtud es una condición necesaria para la excelencia moral. La culpa es enemiga del placer por la moralidad.
En resumen, el sentimiento de culpa no es una condición ni necesaria ni suficiente para la ética, y no sólo no contribuye al comportamiento moral sino que lo dificulta. En vez de sentirnos culpables, mejor sería arrepentirnos de lo que hacemos mal, tratar de reparar los daños hechos, cambiar lo que podamos, y aceptar con tranquilidad aquello que por el momento no podemos cambiar. Hay que llevar una vida lo más ética posible, pero igualmente importante es hacerlo con alegría y con la conciencia tranquila de saber que estamos haciendo lo mejor que podemos en cada momento, aun con todas las imperfecciones que pueda tener nuestro comportamiento. Necesitamos alejarnos de esa visión de la ética que la personificaría como alguien malhumorado y estirado. Los ideales morales no tienen por qué vivirse como un peso sobre los hombros. Al revés. La ética es una herramienta para poder llevar una vida feliz en armonía con el medio ambiente, los animales, y las personas que nos rodean.