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¿Por qué no nos hablan del TTIP?

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Las elecciones europeas, celebradas a finales del pasado mes de mayo, levantaron una tormenta política en toda la Unión Europea. El auge del euroescepticismo y de la extrema derecha ultranacionalista y la crisis del bipartidismo tradicional en numerosos países de la UE se convirtieron en temas recurrentes del discurso mediático y político durante semanas, meses incluso, sobre todo al verse confirmados tras el recuento de votos algunos de los augurios de los analistas. La inflada campaña electoral a lo largo y ancho de la Unión, a pesar del bajo interés que ha demostrado la ciudadanía un año tras otro en los comicios europeos, daban a entender que, al menos por parte de la clase política, había crecido la motivación por estrechar los lazos entre Europa y los europeos, dos extraños inmersos en una relación de amor-odio en la cual no sabemos bien cuál de los dos sabe menos del otro: mucho se habla de lo poco que saben los ciudadanos sobre las instituciones europeas; habría que ver, por el contrario, cuánto sabe Europa sobre la ciudadanía europea, su día a día, sus problemas y sus necesidades.

La crisis económica y política ha impulsado un concepto a la primera línea de la discusión política: la transparencia. Podría parecer obvio, pero la multiplicación de casos de corrupción, gestión deshonesta, espionaje o cualquier tipo de violación de una hipotética ética política han puesto de manifiesto que tan obvio no era, y la transparencia ha pasado a ser una reivindicación más de la ciudadanía para lograr esa regeneración democrática que tan necesaria se nos antoja, pero que tan abstracta e inconcreta resulta a la hora de llevarla a cabo.

Los grandes partidos, a uno y otro lado del espectro político, se han acabado sumando tarde o temprano (quizás más tarde que temprano) a esta reclamación. Al menos en lo que al discurso mainstream se refiere. Lo que ocurre, sin embargo, es que en la práctica estas "buenas intenciones" suelen diluirse en el día a día de la acción política. Aquí les incluyo un ejemplo de por qué, a veces, el ciudadano medio puede sentirse tan alejado de unos representantes que ocupan (en caso de que decidan acudir a su trabajo) un sillón en Bruselas y en los cuales han delegado la responsabilidad de ocuparse de cuestiones de interés no solo nacional, sino también europeo e internacional.





Al contrario de lo que suele pensar la gente, la política europea, aquella que se forja (o que se deja de forjar) en las instituciones comunitarias, afecta de manera significativa nuestras vidas. Lo que ocurre, en ocasiones, es que los representantes políticos europeos se olvidan de compartir con la ciudadanía aspectos trascendentes de esta que podrían resultarles de interés.

Estoy hablando del Tratado de Libre Comercio entre la Unión Europea y Estados Unidos (conocido por sus siglas en inglés, TTIP o TAFTA, según nos refiramos al tratado en sí o al área de libre comercio). Si no han oído hablar de él (más que en algún periódico frecuentemente tachado de "radical" por los medios llamados de prestigio), quizás entiendan de qué les hablo. El TTIP es un acuerdo cuyos puntos se están negociando en el secreto más absoluto entre negociadores de EEUU y la UE. Este secretismo no es una exageración propia: a pesar de la evidente trascendencia del documento (o, quizás, a causa de esto), solo ha sido posible conocer parte de este a través de una filtración que se produjo gracias a la plataforma independiente de denuncia ciudadana Filtrala.org. Y tal y como revelaron mediante esta herramienta eldiario.es, La Marea y Diagonal, sanidad, educación, fracking, normativa bancaria, entre muchos otros puntos, estarían en esta confidencial mesa de negociación, al margen de todo control y debate democrático.

Hasta ahora, solo los grupos parlamentarios pertenecientes a la Izquierda Unitaria Europea y a los Verdes Europeos han reivindicado enérgicamente una mayor transparencia de estas negociaciones. Denuncian la subyugación a la que se verán sometidas las democracias y los derechos ciudadanos ante el poder de las empresas. En un intento de informar a la ciudadanía, grupos políticos y ciudadanos han lanzado diferentes iniciativas, como Stop TTIP, o han tratado de ofrecer una explicación en clave comprensible de las consecuencias que este tratado tendría en nuestras sociedades.

Es comprensible, no obstante, que aquellos ciudadanos que no se sientan identificados con la ideología política de estos grupos desconfíen de estos proyectos y de los postulados que defienden con respecto a los perniciosos efectos que tendría esta área de libre comercio en nuestras vidas. Para muchos, la izquierda más alejada del moderado centro tiende con demasiada frecuencia a demonizar todo aquello relacionado con el libre mercado, las grandes empresas y la no intervención del Estado en la economía. Y hacen bien en adoptar una postura crítica.

Lo que no es comprensible es que sea solo esta izquierda, tachada de "radical" (cuando no de "comunista", "soviética", "bolivariana", "populista", "antisistema", "totalitaria", y un largo etcétera) quien haga campaña en lo relativo al TTIP. ¿A qué se debe el silencio del resto de grupos políticos? ¿No les resulta incoherente, por un lado, el abanderamiento de la transparencia como necesidad democrática, y por otro, el mutismo con el que permiten que negociaciones de tanta relevancia política, económica y social se mantengan en el secreto más absoluto, negando a la ciudadanía el legítimo derecho, cuanto menos, a conocer qué posturas defienden quienes supuestamente nos representan? ¿Por qué no rebaten in foro externo, con argumentos y convicciones, las acusaciones de esta izquierda "radical" y "antisistema"?

Hasta donde alcanza mi entendimiento, de nada ha servido la llamada a la democratización del proyecto europeo si persisten estos graves déficits de transparencia y representatividad. Mucho se habló del empoderamiento del Parlamento Europeo, aquel órgano que en mayor medida representaba la voluntad democrática de la ciudadanía europea, pero escenarios como este ponen de manifiesto el fracaso de la democracia europea y su necesidad de refundación. El caso del TTIP/TAFTA solo es una evidencia más de cómo los europeos seguimos sin tener voz ni voto en los asuntos comunitarios más trascendentales.

Es imposible, en estas circunstancias, no hacerse algunas preguntas incómodas. Si callan, si nos mantienen conscientemente al margen... ¿Será entonces que prefieren que no sepamos nada?

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