Daniel Barenboim tenía demasiados buenos recuerdos de la Filarmónica de Viena como para echarlos a perder dirigiendo el concierto de Año Nuevo una vez más. Ya lo había dirigido en 2009, y aquella experiencia había resultado tan excepcional para él que no quería empañar el recuerdo. En su memoria quedaba, además, aquel concierto de Año Nuevo de 1987, el único dirigido por Herbert von Karajan (tan solo dos años antes de morir), y que tanto había impresionado a Barenboim, hasta el punto de considerarlo como el mejor de la historia.
Es habitual que un mismo director se encargue del concierto del 1 de enero en varias ocasiones (Lorin Maazel, Riccardo Muti, Mariss Jansons, George Pretre o Franz Welser-Möst, por citar a los más recientes). No en vano, la Filarmónica de Viena no posee un director fijo, sino distintos directores invitados a lo largo del año. Sin embargo, a Barenboim la superstición de una segunda vez lo llevaba a rechazar la petición de la Filarmónica, pero finalmente acabaría aceptando llevar las riendas de un concierto tan significativo como el de 2014, dedicado a la paz en el aniversario de la I Guerra Mundial. Música y paz son indisociables en la vida de este gran maestro que, en la presentación del programa del concierto, rememoraba sus primeros recuerdos de la afamada orquesta. Estos se remontaban a la primera vez que su padre, con tan solo once años, había escuchado a la Filarmónica de Viena en Buenas Aires. Era 1922. Aún pasarían veinte años hasta el nacimiento del propio Barenboim, y diez más hasta que él mismo pudiera oírla en persona en Salzburgo. Recuerda que lo que más le impresionaba era la actitud de los músicos hacia la propia música y todo lo que la rodeaba. Esta actitud, junto con la independencia de la que goza la Filarmónica, son las características que el maestro argentino destaca de la formación vienesa, así como su especial relación con la dinastía Strauss.
La Filarmónica de Viena, fundada en 1842, ha tenido entre sus filas a músicos tan renombrados como Richard Wagner, Giuseppe Verdi, Johannes Brahms, Franz List o Gustav Mahler. En este siglo y medio ha ofrecido más de siete mil conciertos en los cinco continentes, y además del tradicional concierto de Año Nuevo, es posible disfrutarla cada año en el Concierto de una noche de verano (Sommernachtkonzert) celebrado al aire libre en los jardines del palacio de Sisí en Viena, y que suele congregar a más de cien mil personas.
La relación de Barenboim con la Filarmónica no es nueva. Comenzó hace 25 años, cuando el director de la Ópera de Berlín dirigió por primera vez a la Filarmónica de Viena. En 2009, los músicos quisieron ofrecerle un guiño con la inclusión en el programa del Vals español de Strauss. Este año lo harán con la pieza Helena, nombre de la esposa de Barenboim.
Él se permitía bromear con la prensa en la presentación del concierto a propósito de la imposibilidad de conseguir entradas para el día 1: "Yo solo tengo una y estaré todo el tiempo de pie". Y es cierto que la avalancha de solicitudes para ver el concierto obliga a la institución a someterlas a sorteo. Actualmente la petición se realiza a través de la web de la Filarmónica (www.wienerphilharmoniker.at) entre el 2 y el 23 de enero de cada año. El director, Clemens Hellsberg, recordaba en la rueda de prensa los tiempos en que recibían, cada día, cientos de cartas por correo postal solicitando una entrada para el renombrado concierto. Afortunadamente, hoy en día puede verse en más de noventa países gracias a la retransmisión de ORF, que estima que al menos cincuenta millones de personas recibirán el nuevo año con la música de la Filarmónica. Las estimaciones más optimistas elevan esa cifra hasta los mil millones de telespectadores.
Y allí está, finalmente, el maestro Daniel Barenboim, flanqueado por decenas de flores llegadas de San Remo y una centena de magníficos músicos. Este precoz pianista, director honorario de la Chicago Symphony Orchestra y de la Staatskapelle de Berlín, ganador de un premio Grammy y de las más altas condecoraciones culturales y musicales de medio mundo (incluyendo el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 2002, junto a Edward Said), es sin duda el símbolo viviente de la tolerancia, la reconciliación, la convivencia pacífica a través de la música, y como tal se sube al escenario de la Sala Dorada de la Musikverein el día 1 de enero para dar la bienvenida a 2014, en un concierto dedicado a la paz cuando se cumplen cien años de la I Guerra Mundial.
Texto de Mar Galino, fotografías de José Luis Pérez.
Es habitual que un mismo director se encargue del concierto del 1 de enero en varias ocasiones (Lorin Maazel, Riccardo Muti, Mariss Jansons, George Pretre o Franz Welser-Möst, por citar a los más recientes). No en vano, la Filarmónica de Viena no posee un director fijo, sino distintos directores invitados a lo largo del año. Sin embargo, a Barenboim la superstición de una segunda vez lo llevaba a rechazar la petición de la Filarmónica, pero finalmente acabaría aceptando llevar las riendas de un concierto tan significativo como el de 2014, dedicado a la paz en el aniversario de la I Guerra Mundial. Música y paz son indisociables en la vida de este gran maestro que, en la presentación del programa del concierto, rememoraba sus primeros recuerdos de la afamada orquesta. Estos se remontaban a la primera vez que su padre, con tan solo once años, había escuchado a la Filarmónica de Viena en Buenas Aires. Era 1922. Aún pasarían veinte años hasta el nacimiento del propio Barenboim, y diez más hasta que él mismo pudiera oírla en persona en Salzburgo. Recuerda que lo que más le impresionaba era la actitud de los músicos hacia la propia música y todo lo que la rodeaba. Esta actitud, junto con la independencia de la que goza la Filarmónica, son las características que el maestro argentino destaca de la formación vienesa, así como su especial relación con la dinastía Strauss.
La Filarmónica de Viena, fundada en 1842, ha tenido entre sus filas a músicos tan renombrados como Richard Wagner, Giuseppe Verdi, Johannes Brahms, Franz List o Gustav Mahler. En este siglo y medio ha ofrecido más de siete mil conciertos en los cinco continentes, y además del tradicional concierto de Año Nuevo, es posible disfrutarla cada año en el Concierto de una noche de verano (Sommernachtkonzert) celebrado al aire libre en los jardines del palacio de Sisí en Viena, y que suele congregar a más de cien mil personas.
La relación de Barenboim con la Filarmónica no es nueva. Comenzó hace 25 años, cuando el director de la Ópera de Berlín dirigió por primera vez a la Filarmónica de Viena. En 2009, los músicos quisieron ofrecerle un guiño con la inclusión en el programa del Vals español de Strauss. Este año lo harán con la pieza Helena, nombre de la esposa de Barenboim.
Él se permitía bromear con la prensa en la presentación del concierto a propósito de la imposibilidad de conseguir entradas para el día 1: "Yo solo tengo una y estaré todo el tiempo de pie". Y es cierto que la avalancha de solicitudes para ver el concierto obliga a la institución a someterlas a sorteo. Actualmente la petición se realiza a través de la web de la Filarmónica (www.wienerphilharmoniker.at) entre el 2 y el 23 de enero de cada año. El director, Clemens Hellsberg, recordaba en la rueda de prensa los tiempos en que recibían, cada día, cientos de cartas por correo postal solicitando una entrada para el renombrado concierto. Afortunadamente, hoy en día puede verse en más de noventa países gracias a la retransmisión de ORF, que estima que al menos cincuenta millones de personas recibirán el nuevo año con la música de la Filarmónica. Las estimaciones más optimistas elevan esa cifra hasta los mil millones de telespectadores.
Y allí está, finalmente, el maestro Daniel Barenboim, flanqueado por decenas de flores llegadas de San Remo y una centena de magníficos músicos. Este precoz pianista, director honorario de la Chicago Symphony Orchestra y de la Staatskapelle de Berlín, ganador de un premio Grammy y de las más altas condecoraciones culturales y musicales de medio mundo (incluyendo el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 2002, junto a Edward Said), es sin duda el símbolo viviente de la tolerancia, la reconciliación, la convivencia pacífica a través de la música, y como tal se sube al escenario de la Sala Dorada de la Musikverein el día 1 de enero para dar la bienvenida a 2014, en un concierto dedicado a la paz cuando se cumplen cien años de la I Guerra Mundial.
Texto de Mar Galino, fotografías de José Luis Pérez.