1. Voy a decir que no.
Durante 12 años seguidos, he tenido hijos en la escuela elemental, media, o en el instituto. Ya no soy esa mamá primeriza ansiosa por llevar al niño a la guardería y dispuesta a presentarse como voluntaria para ser el contacto de los demás padres, la tesorera o la presidenta de la AMPA. Ese barco ya se me fue, amiga. Desde entonces me encuentro en el grupo de padres cuarentones. Somos los únicos que nos escondemos en un extremo, perezosos, con la cabeza gacha, demasiado agobiados como para implicarnos tanto como antes. Somos las madres que ya hemos estado ahí y lo hemos hecho todo, y que ahora buscamos a las de 29 para que se ocupen ellas. Por favor. Ya nos hemos olvidado de la culpa que se siente al decir un simple no. Sinceramente, ya no nos preocupa lo que piensen sobre nosotras. "¿Por qué no colabora? ¡No se preocupa nada por la educación de su hijo!".
Querida mamá nacida en 1985, sólo quiero decirte un par de cositas: siento que te perdieras la década de los 80, pero ahora lo que se lleva es decir que no. Cuando llegues a los 40, aprenderás a hacerlo sin problema. Así que tú y tus amigas Gossip Girls podéis ocuparos de las fiestas de clase de este año, porque nosotras tenemos que ir a yoga.
2. Mis hijos se van a encargar de la rutina matutina por su cuenta.
Vale, esa es mi intención. Soy consciente de que tengo todas mis expectativas puestas en ello. Estoy 100% segura de que si no fuera por mis gritos, mi organización, preparación de mochilas, revisión de tareas y manejo de esos pequeños seres humanos, nadie movería un dedo en la casa antes de las 10. Pero, de verdad, prometo que lo voy a intentar. Voy a tratar de acabar con la locura mañanera que me ha convertido en una lunática resentida que desvaría. Esto va a requerir mucho esfuerzo por mi parte, para mantenerme calladita y confiar en que mis hijos PUEDEN y QUIEREN estar a la altura de las circunstancias. Y para convencerme de que son física y mentalmente capaces, además de lo suficientemente maduros, de levantarse, desayunar, preparar sus cosas y salir de casa a tiempo. Todas-las-mañanas. Toda esta magia de las mañanas ocurrirá sin necesidad de girar la cabeza 360 grados, sin tensar las cuerdas vocales excesivamente y sin que me afloren las lágrimas por culpa de alguno de los habitantes de esta casa. Podemos hacerlo, chicos. Estoy completamente segura de que podemos. Al menos hasta Navidad. O bueno, quizás hasta Halloween...
3. Voy a dejar que mis hijos, los que van al instituto, planifiquen SU PROPIO futuro, no el futuro que a mí me gustaría que tuvieran.
Cuando mi hijo mayor empezó el instituto hace dos años, tenía muchísimos planes en mi cabeza sobre qué clases debería escoger, qué camino debería seguir y a qué universidad debería ir. Nunca le pregunté qué opinaba él. Pensé que yo lo sabía mejor. Resulta que le he criado lo suficientemente bien como para que sea capaz de descubrir y actuar sobre lo que empieza a inspirarle, y no sobre lo que su madre quiere inspirarle. Así que al final no será ingeniero. Cree que quiere ser maestro. ¿Cuál es su asignatura favorita? Lengua y literatura inglesa. No es un prodigio de las Matemáticas, y las Ciencias no le inspira demasiado, pero lee más ficción que un adulto medio, y su biblioteca personal es divertida y brillante a la vez. Sé que la elección de su formación y sus intereses cambiarán varias veces en los próximos cinco años, pero a partir de ahora, sus elecciones serán las SUYAS, no las MÍAS, porque dentro de dos años no seré yo (sino él) quien vaya a ver al orientador o a su tutor para revisar su selección de asignaturas. El tiempo empieza a correr.
4. No les ayudaré en los proyectos de Ciencias, ni con las obras de Historia, ni con los dioramas o comentarios de libros, ni en ningún otro trabajo que les manden en el colegio.
¿Acaso no se aprecian a la legua los trabajos hechos por los padres? "Oh, qué chula la réplica de piscina climatizada mediante energía solar con ese sistema de ingeniería tan sofisticado. Ah, ¿no era tu padre dueño de una empresa de energía solar?". Por suerte, ya estoy preparada para negarme a ayudarlos; con cuatro hijos, la respuesta ya me sale muy natural. No tengo ni tiempo ni energía para preocuparme por la típica frase: "¡Mamáaaa, tengo que entregar el trabajo mañana!". Una mamá como yo simplemente respondería: "¡Uf, pues me parece que lo tienes chungo, cariño! Que pases buena noche". Aunque me sienta culpable y tentada de ayudar al pequeño a usar pegamento en sus manualidades, me mantendré firme. Es mejor soportar un suspenso en la escuela y aprender la lección, que pegártela con todo el equipo cuando vas al instituto y tus movimientos son constantemente observados por los encargados de admisión de las universidades.
5. Voy a disfrutar de los primeros años de colegio del pequeño.
Como decía en el punto número 1, soy de esas mamás que han pasado por todo, pero también tengo que evitar que los niños perciban esa falta de entusiasmo. En ese caso, puede que el cuarto niño se lleve un disgusto. Por ejemplo, si se da cuenta de que no tiene un álbum fotográfico de pequeño, me deja sin excusas. Además, cuando es capaz de hacer algo grande por primera vez, en lugar de montar una fiesta, normalmente me limito a decir: "Qué bien. Me acuerdo de cuando tus hermanos aprendieron a hacerlo". No quiero que su tierna infancia se convierta en un quejido constante de su madre. Estoy en la recta final, y cuanto más aprieto el pedal para llegar antes a la línea de meta, más me doy cuenta de que tenemos que aminorar la marcha, tanto por él como por mí. Tiene derecho y se merece el mismo entusiasmo que mostré por sus hermanos mayores en el tema escolar. Por muy cansada que esté, tengo que mostrarme tan ilusionada por su final de curso como lo hice las otras tres veces. Por cierto, me alegro de haber guardado los trajes. Así, me dispongo a aparecer emocionada, cámara en mano, para la obra de Navidad del colegio que ya he visto tres veces, y para la excursión al museo que me sé de memoria. Al final, le ayudaré a hacer las 30 tarjetas de san Valentín para sus compañeros, al igual que lo he estado haciendo durante la última década sin protestar. Quiero hacer mías sus primeras veces en el colegio. Porque, ¿quién sabe? Quizás me estoy guardando los mejores momentos escolares para el final.
Melissa Fenton lleva un colegio mayor compuesto por cuatro chicos. Es una aspirante a pastelera y a librera; acumula libros de cocina y además escribe reseñas; es una fantástica madre corredora y a veces escritora de humor en su blog www.4boysmother.com/. Puedes seguirla en Facebook y en Twitter.
Traducción de Marina Velasco Serrano
Durante 12 años seguidos, he tenido hijos en la escuela elemental, media, o en el instituto. Ya no soy esa mamá primeriza ansiosa por llevar al niño a la guardería y dispuesta a presentarse como voluntaria para ser el contacto de los demás padres, la tesorera o la presidenta de la AMPA. Ese barco ya se me fue, amiga. Desde entonces me encuentro en el grupo de padres cuarentones. Somos los únicos que nos escondemos en un extremo, perezosos, con la cabeza gacha, demasiado agobiados como para implicarnos tanto como antes. Somos las madres que ya hemos estado ahí y lo hemos hecho todo, y que ahora buscamos a las de 29 para que se ocupen ellas. Por favor. Ya nos hemos olvidado de la culpa que se siente al decir un simple no. Sinceramente, ya no nos preocupa lo que piensen sobre nosotras. "¿Por qué no colabora? ¡No se preocupa nada por la educación de su hijo!".
Querida mamá nacida en 1985, sólo quiero decirte un par de cositas: siento que te perdieras la década de los 80, pero ahora lo que se lleva es decir que no. Cuando llegues a los 40, aprenderás a hacerlo sin problema. Así que tú y tus amigas Gossip Girls podéis ocuparos de las fiestas de clase de este año, porque nosotras tenemos que ir a yoga.
2. Mis hijos se van a encargar de la rutina matutina por su cuenta.
Vale, esa es mi intención. Soy consciente de que tengo todas mis expectativas puestas en ello. Estoy 100% segura de que si no fuera por mis gritos, mi organización, preparación de mochilas, revisión de tareas y manejo de esos pequeños seres humanos, nadie movería un dedo en la casa antes de las 10. Pero, de verdad, prometo que lo voy a intentar. Voy a tratar de acabar con la locura mañanera que me ha convertido en una lunática resentida que desvaría. Esto va a requerir mucho esfuerzo por mi parte, para mantenerme calladita y confiar en que mis hijos PUEDEN y QUIEREN estar a la altura de las circunstancias. Y para convencerme de que son física y mentalmente capaces, además de lo suficientemente maduros, de levantarse, desayunar, preparar sus cosas y salir de casa a tiempo. Todas-las-mañanas. Toda esta magia de las mañanas ocurrirá sin necesidad de girar la cabeza 360 grados, sin tensar las cuerdas vocales excesivamente y sin que me afloren las lágrimas por culpa de alguno de los habitantes de esta casa. Podemos hacerlo, chicos. Estoy completamente segura de que podemos. Al menos hasta Navidad. O bueno, quizás hasta Halloween...
3. Voy a dejar que mis hijos, los que van al instituto, planifiquen SU PROPIO futuro, no el futuro que a mí me gustaría que tuvieran.
Cuando mi hijo mayor empezó el instituto hace dos años, tenía muchísimos planes en mi cabeza sobre qué clases debería escoger, qué camino debería seguir y a qué universidad debería ir. Nunca le pregunté qué opinaba él. Pensé que yo lo sabía mejor. Resulta que le he criado lo suficientemente bien como para que sea capaz de descubrir y actuar sobre lo que empieza a inspirarle, y no sobre lo que su madre quiere inspirarle. Así que al final no será ingeniero. Cree que quiere ser maestro. ¿Cuál es su asignatura favorita? Lengua y literatura inglesa. No es un prodigio de las Matemáticas, y las Ciencias no le inspira demasiado, pero lee más ficción que un adulto medio, y su biblioteca personal es divertida y brillante a la vez. Sé que la elección de su formación y sus intereses cambiarán varias veces en los próximos cinco años, pero a partir de ahora, sus elecciones serán las SUYAS, no las MÍAS, porque dentro de dos años no seré yo (sino él) quien vaya a ver al orientador o a su tutor para revisar su selección de asignaturas. El tiempo empieza a correr.
4. No les ayudaré en los proyectos de Ciencias, ni con las obras de Historia, ni con los dioramas o comentarios de libros, ni en ningún otro trabajo que les manden en el colegio.
¿Acaso no se aprecian a la legua los trabajos hechos por los padres? "Oh, qué chula la réplica de piscina climatizada mediante energía solar con ese sistema de ingeniería tan sofisticado. Ah, ¿no era tu padre dueño de una empresa de energía solar?". Por suerte, ya estoy preparada para negarme a ayudarlos; con cuatro hijos, la respuesta ya me sale muy natural. No tengo ni tiempo ni energía para preocuparme por la típica frase: "¡Mamáaaa, tengo que entregar el trabajo mañana!". Una mamá como yo simplemente respondería: "¡Uf, pues me parece que lo tienes chungo, cariño! Que pases buena noche". Aunque me sienta culpable y tentada de ayudar al pequeño a usar pegamento en sus manualidades, me mantendré firme. Es mejor soportar un suspenso en la escuela y aprender la lección, que pegártela con todo el equipo cuando vas al instituto y tus movimientos son constantemente observados por los encargados de admisión de las universidades.
5. Voy a disfrutar de los primeros años de colegio del pequeño.
Como decía en el punto número 1, soy de esas mamás que han pasado por todo, pero también tengo que evitar que los niños perciban esa falta de entusiasmo. En ese caso, puede que el cuarto niño se lleve un disgusto. Por ejemplo, si se da cuenta de que no tiene un álbum fotográfico de pequeño, me deja sin excusas. Además, cuando es capaz de hacer algo grande por primera vez, en lugar de montar una fiesta, normalmente me limito a decir: "Qué bien. Me acuerdo de cuando tus hermanos aprendieron a hacerlo". No quiero que su tierna infancia se convierta en un quejido constante de su madre. Estoy en la recta final, y cuanto más aprieto el pedal para llegar antes a la línea de meta, más me doy cuenta de que tenemos que aminorar la marcha, tanto por él como por mí. Tiene derecho y se merece el mismo entusiasmo que mostré por sus hermanos mayores en el tema escolar. Por muy cansada que esté, tengo que mostrarme tan ilusionada por su final de curso como lo hice las otras tres veces. Por cierto, me alegro de haber guardado los trajes. Así, me dispongo a aparecer emocionada, cámara en mano, para la obra de Navidad del colegio que ya he visto tres veces, y para la excursión al museo que me sé de memoria. Al final, le ayudaré a hacer las 30 tarjetas de san Valentín para sus compañeros, al igual que lo he estado haciendo durante la última década sin protestar. Quiero hacer mías sus primeras veces en el colegio. Porque, ¿quién sabe? Quizás me estoy guardando los mejores momentos escolares para el final.
Melissa Fenton lleva un colegio mayor compuesto por cuatro chicos. Es una aspirante a pastelera y a librera; acumula libros de cocina y además escribe reseñas; es una fantástica madre corredora y a veces escritora de humor en su blog www.4boysmother.com/. Puedes seguirla en Facebook y en Twitter.
Traducción de Marina Velasco Serrano
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