Por fin un líder europeo se ha atrevido a poner el cascabel al gato del desafío independentista puesto en marcha por algunas fuerzas políticas y sociales en Cataluña. Ha sido Angela Merkel y conviene no pasar por alto la importancia de su discurso.
Sabemos que la independencia unilateral es imposible en la UE. De dejar eso claro nos cuidamos bien quienes elaboramos la Constitución Europea en la Convención de los años 2002/2003, al introducir en la misma un precepto que obliga a la Unión a respetar el ordenamiento constitucional y la organización territorial de los estados miembros, heredado literalmente por el vigente Tratado de Lisboa en su artículo 4.
Así lo ha subrayado en diversas ocasiones y con nitidez la Comisión Europea, en cumplimiento de su función esencial de guardiana de los Tratados. Bien hecho.
Pero, hasta la fecha, demasiados responsables políticos europeos han despachado el problema creado por los independentistas catalanes con una fórmula tan fácil como incoherente: "Es un problema interno de España".
¿Qué dan a entender con esa frase? ¿Que apoyan lo que España decida, que son neutrales en el asunto, que se lavan las manos? Demasiada nebulosa para un asunto tan importante para la UE.
Sí, para la UE, porque el desafío independentista no es únicamente un problema español, sino europeo. Primero, porque desestabiliza la democracia constitucional de un estado miembro de la Unión, esto es, una parte consustancial de la democracia europea como sistema global, tanto en términos jurídicos como en términos de valores compartidos; segundo, porque todos los estados miembros tienen un deber de solidaridad con aquel que puede ver alterado contra su voluntad su ordenamiento constitucional, o mermada su integridad territorial; tercero, porque, de triunfar, las consecuencias tendrían que ser abordadas obligatoriamente a través de decisiones vinculantes de la Unión, al producirse la separación automática de una parte de su actual territorio del ámbito de aplicación del Tratado sin excepción alguna; y cuarto, porque en el Siglo XXI no hay fronteras que valgan y el efecto contagio está totalmente garantizado.
Frente a la nebulosa de algunos, Merkel no se ha andado por las ramas y ha respaldado el rechazo del Gobierno español a la celebración de la consulta independentista en Cataluña, dando un paso más en la línea que ya inició hace algunas semanas al afirmar que su país "defiende la integridad territorial de todos los estados, algo totalmente diferente a que las regiones se vuelvan independientes".
La democracia española tiene la fuerza suficiente por sí sola como para hacer fracasar al independentismo catalán. Pero es muy positivo que ese fracaso se consiga también gracias al compromiso europeo. Es también así como se conforma paso a paso una unión política federal. En esto (que no en su defensa de la austeridad a ultranza), Merkel ha acertado.
Sabemos que la independencia unilateral es imposible en la UE. De dejar eso claro nos cuidamos bien quienes elaboramos la Constitución Europea en la Convención de los años 2002/2003, al introducir en la misma un precepto que obliga a la Unión a respetar el ordenamiento constitucional y la organización territorial de los estados miembros, heredado literalmente por el vigente Tratado de Lisboa en su artículo 4.
Así lo ha subrayado en diversas ocasiones y con nitidez la Comisión Europea, en cumplimiento de su función esencial de guardiana de los Tratados. Bien hecho.
Pero, hasta la fecha, demasiados responsables políticos europeos han despachado el problema creado por los independentistas catalanes con una fórmula tan fácil como incoherente: "Es un problema interno de España".
¿Qué dan a entender con esa frase? ¿Que apoyan lo que España decida, que son neutrales en el asunto, que se lavan las manos? Demasiada nebulosa para un asunto tan importante para la UE.
Sí, para la UE, porque el desafío independentista no es únicamente un problema español, sino europeo. Primero, porque desestabiliza la democracia constitucional de un estado miembro de la Unión, esto es, una parte consustancial de la democracia europea como sistema global, tanto en términos jurídicos como en términos de valores compartidos; segundo, porque todos los estados miembros tienen un deber de solidaridad con aquel que puede ver alterado contra su voluntad su ordenamiento constitucional, o mermada su integridad territorial; tercero, porque, de triunfar, las consecuencias tendrían que ser abordadas obligatoriamente a través de decisiones vinculantes de la Unión, al producirse la separación automática de una parte de su actual territorio del ámbito de aplicación del Tratado sin excepción alguna; y cuarto, porque en el Siglo XXI no hay fronteras que valgan y el efecto contagio está totalmente garantizado.
Frente a la nebulosa de algunos, Merkel no se ha andado por las ramas y ha respaldado el rechazo del Gobierno español a la celebración de la consulta independentista en Cataluña, dando un paso más en la línea que ya inició hace algunas semanas al afirmar que su país "defiende la integridad territorial de todos los estados, algo totalmente diferente a que las regiones se vuelvan independientes".
La democracia española tiene la fuerza suficiente por sí sola como para hacer fracasar al independentismo catalán. Pero es muy positivo que ese fracaso se consiga también gracias al compromiso europeo. Es también así como se conforma paso a paso una unión política federal. En esto (que no en su defensa de la austeridad a ultranza), Merkel ha acertado.