Si a uno le pidieran que resumiera en una sola frase "Fuego y Cenizas" (Taurus) quizá bastaría con "La política no es para aficionados". A Michael Ignatieff, profesor en la Universidad de Harvard, escritor y periodista, fueron a buscarle "Los Hombres de Negro", un grupo de reclutadores que le propuso regresar a Canadá y presentarse como candidato del Partido Liberal, que entonces llevaba 13 años en el poder. El desgaste por las luchas internas y los escándalos financieros de Quebec precisaban de una cara nueva con la que asear la formación. Aceptó, fracasó estrepitosamente y se fue con la constatación de que una vida dedicada al pensamiento político no garantizaba el éxito en la política real.
Al flamante secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, no le fueron a buscar los "Hombres de Negro", pero desde hace años se le conoce como uno de los "Hombres de Blanco". No es pensador ni escritor ni periodista, sino profesor de Economía. Pero hay algo que le acerca a Ignatieff, y es que se ha metido en el campo minado de un partido que, como el de los liberales canadienses, un día perdió su alma y cometió el error de no mirar a través de los ojos de los demás para renovar una organización vieja y autista dirigida por "aparatos" muy alejados de la realidad.
Sánchez ha leído este verano a Ignatieff y, a buen seguro, que ha tomado nota de una de sus múltiples sentencias. Por ejemplo que "los candidatos primerizos aprenden bien pronto que la selección que efectúa el partido, los apoyos y nuestros currículos supuestamente impresionantes, no nos confieren el derecho a ser escuchados por nuestros votantes. Si piensas que posees este derecho, estás condenado a perder. Hay que salir y ganarlo, cara a cara, puerta a puerta, llamada a llamada". En ello anda el líder del PSOE, en ganarse el derecho a ser escuchado. De momento, ha pasado de ser un desconocido para el gran público a un aspirante educado, de imagen impecable y buenos modos. Pero eso no basta para ser escuchado, ni siquiera que, tras varios años de convulsión interna, el PSOE busque tranquilidad y no más guerras internas. El partido está por la pacificación, sí, pero eso no quiere decir que la empresa sea fácil ni que los españoles estén por abrir el oído para escuchar a quienes dejaron de hacerlo hace ya casi cuatro años.
Las últimas encuestas que sitúan a Podemos por delante de los socialistas en intención directa de voto ponen de manifiesto que ni Alfredo Pérez Rubalcaba era el único problema ni Sánchez será la solución a todos los males del PSOE, donde algunos dirigentes asumen ya que en el horizonte medio el partido no tiene espacio más que para el estancamiento. Y lo que es peor: que el fulgurante ascenso del partido de Pablo Iglesias le deje sin aliados ante las elecciones municipales y autonómicas de mayo. Y es que la primera consecuencia diabólica del "efecto Podemos" está siendo, como reconocen las voces más autorizadas del PSOE, la liquidación de IU. La fragmentación de la izquierda puede convertir en ingobernables algunas Comunidades donde el PP puede perder la mayoría absoluta, además de acabar con las posibilidades de alianza entre PSOE e IU en decenas de ayuntamientos.
Con este panorama, como dice un miembro de la Ejecutiva Federal, el margen de confianza otorgado a Pedro Sánchez será menor que el que en su día se dio a Zapatero o incluso a Rubalcaba. El secretario general se ganó en julio, en un congreso abierto, la confianza de los militantes y ahora está en periodo de prueba hasta ganarse la de dirigentes y cargos orgánicos, mucho más exigentes que los afiliados. De momento y aunque todos ponen en valor sus exquisitos modales y su disposición a escuchar, hay ecos de preocupación por los contenidos. Son varias las voces que del Viejo y el Nuevo Testamento estos días coinciden en que el problema del PSOE no es de comunicación política, sino de política y en que en las intervenciones que escuchan al secretario general "falta profundidad y volumen". Un aspecto, sin duda, que no favorece a la recuperación del segmento social más intelectual que desertó del PSOE en los últimos tiempos y no volverá sólo con políticas de imagen. Hace falta reposo, estudio, perspectiva y un equipo potente con el que reconstruir un relato, un proyecto y una alternativa para recuperar la vocación de mayoría.
Y esta semana Pedro Sánchez se examina de nuevo, no sólo en el Parlamento donde protagonizará su primer cara a cara con Mariano Rajoy sino ante el Comité Federal, máximo órgano entre congresos del PSOE. Allí se espera que, ante la plana mayor del socialismo, además de explicar los motivos de su primera promesa incumplida -la no celebración de primarias en noviembre para elegir candidato a la Presidencia del Gobierno-, esboce las líneas maestras de lo que él llama un "proyecto de cambio al rescate de la clase trabajadora".
Todas las miradas están puestas sobre el debutante porque como dice Ignatieff, "los ciudadanos saben la diferencia entre alguien que busca su aprobación y alguien que busca su respeto. No siempre tienes que ser popular para tener éxito. No necesitas gustar a tu gente, pero su respeto es esencial". Pues eso, que Sánchez se juega esta semana en primer lugar el respeto de los suyos. Y sólo después de que esto ocurra, podrá ganarse el de los ciudadanos para que el destino no le depare el mismo final que al fallido líder de los liberales canadienses, una quema a fuego lento.
Al flamante secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, no le fueron a buscar los "Hombres de Negro", pero desde hace años se le conoce como uno de los "Hombres de Blanco". No es pensador ni escritor ni periodista, sino profesor de Economía. Pero hay algo que le acerca a Ignatieff, y es que se ha metido en el campo minado de un partido que, como el de los liberales canadienses, un día perdió su alma y cometió el error de no mirar a través de los ojos de los demás para renovar una organización vieja y autista dirigida por "aparatos" muy alejados de la realidad.
Sánchez ha leído este verano a Ignatieff y, a buen seguro, que ha tomado nota de una de sus múltiples sentencias. Por ejemplo que "los candidatos primerizos aprenden bien pronto que la selección que efectúa el partido, los apoyos y nuestros currículos supuestamente impresionantes, no nos confieren el derecho a ser escuchados por nuestros votantes. Si piensas que posees este derecho, estás condenado a perder. Hay que salir y ganarlo, cara a cara, puerta a puerta, llamada a llamada". En ello anda el líder del PSOE, en ganarse el derecho a ser escuchado. De momento, ha pasado de ser un desconocido para el gran público a un aspirante educado, de imagen impecable y buenos modos. Pero eso no basta para ser escuchado, ni siquiera que, tras varios años de convulsión interna, el PSOE busque tranquilidad y no más guerras internas. El partido está por la pacificación, sí, pero eso no quiere decir que la empresa sea fácil ni que los españoles estén por abrir el oído para escuchar a quienes dejaron de hacerlo hace ya casi cuatro años.
Las últimas encuestas que sitúan a Podemos por delante de los socialistas en intención directa de voto ponen de manifiesto que ni Alfredo Pérez Rubalcaba era el único problema ni Sánchez será la solución a todos los males del PSOE, donde algunos dirigentes asumen ya que en el horizonte medio el partido no tiene espacio más que para el estancamiento. Y lo que es peor: que el fulgurante ascenso del partido de Pablo Iglesias le deje sin aliados ante las elecciones municipales y autonómicas de mayo. Y es que la primera consecuencia diabólica del "efecto Podemos" está siendo, como reconocen las voces más autorizadas del PSOE, la liquidación de IU. La fragmentación de la izquierda puede convertir en ingobernables algunas Comunidades donde el PP puede perder la mayoría absoluta, además de acabar con las posibilidades de alianza entre PSOE e IU en decenas de ayuntamientos.
Con este panorama, como dice un miembro de la Ejecutiva Federal, el margen de confianza otorgado a Pedro Sánchez será menor que el que en su día se dio a Zapatero o incluso a Rubalcaba. El secretario general se ganó en julio, en un congreso abierto, la confianza de los militantes y ahora está en periodo de prueba hasta ganarse la de dirigentes y cargos orgánicos, mucho más exigentes que los afiliados. De momento y aunque todos ponen en valor sus exquisitos modales y su disposición a escuchar, hay ecos de preocupación por los contenidos. Son varias las voces que del Viejo y el Nuevo Testamento estos días coinciden en que el problema del PSOE no es de comunicación política, sino de política y en que en las intervenciones que escuchan al secretario general "falta profundidad y volumen". Un aspecto, sin duda, que no favorece a la recuperación del segmento social más intelectual que desertó del PSOE en los últimos tiempos y no volverá sólo con políticas de imagen. Hace falta reposo, estudio, perspectiva y un equipo potente con el que reconstruir un relato, un proyecto y una alternativa para recuperar la vocación de mayoría.
Y esta semana Pedro Sánchez se examina de nuevo, no sólo en el Parlamento donde protagonizará su primer cara a cara con Mariano Rajoy sino ante el Comité Federal, máximo órgano entre congresos del PSOE. Allí se espera que, ante la plana mayor del socialismo, además de explicar los motivos de su primera promesa incumplida -la no celebración de primarias en noviembre para elegir candidato a la Presidencia del Gobierno-, esboce las líneas maestras de lo que él llama un "proyecto de cambio al rescate de la clase trabajadora".
Todas las miradas están puestas sobre el debutante porque como dice Ignatieff, "los ciudadanos saben la diferencia entre alguien que busca su aprobación y alguien que busca su respeto. No siempre tienes que ser popular para tener éxito. No necesitas gustar a tu gente, pero su respeto es esencial". Pues eso, que Sánchez se juega esta semana en primer lugar el respeto de los suyos. Y sólo después de que esto ocurra, podrá ganarse el de los ciudadanos para que el destino no le depare el mismo final que al fallido líder de los liberales canadienses, una quema a fuego lento.