La independencia sería, desde mi punto de vista, la expresión de un fracaso colectivo: la constatación de nuestra incapacidad de construir, en Cataluña y en España, un proyecto común en que conviven ciudadanos con identidades múltiples y sentimientos diversos.
No soy independentista. No por no querer lo suficiente a Cataluña, sino porque creo que la independencia sería altamente perjudicial para Cataluña y para España.
En un mundo de interdependencias crecientes y soberanías compartidas; en una España plural y diversa, levantar barreras y divisiones es un mal negocio.
El federalismo, el ideal de la convivencia entre diferentes, es la mejor solución al encaje de Cataluña en España. Quiero una España federal, suma de autogobierno y Gobierno compartido. Quiero una Cataluña hermanada con el resto de pueblos de España y cuya singularidad sea plenamente reconocida en una España nación de naciones.
La pérdida de dimensión económica, cultural, demográfica y política es un grave riesgo, tanto para Cataluña como para España. En el mundo en que vivimos, perder tamaño es perder oportunidades. Nadie ha sido capaz de calcular los costes y las incertidumbres de un proceso de separación, con toda seguridad excesivos; probablemente, insoportables.
Por otro lado, si Cataluña se separase de España no dejarían de ser vecinas. Cataluña puede separarse de España pero no puede abandonar la península ibérica. ¿Cómo puede beneficiar a Cataluña la separación, el alejamiento traumático de sus vecinos más inmediatos, que serán para siempre sus vecinos y con los que siempre le convendrá tener las mejores relaciones posibles?
La secesión perjudicaría a los ciudadanos, una gran mayoría sufriría al ver desgarrarse sus identidades plurales y compartidas; obligados a considerar como extranjeros a buena parte de sus conciudadanos, de repente muchos deberían considerar como extrañas cosas que les eran propias.
Y, además, la secesión perjudicaría también a la integración europea. Más allá de la evidencia de que, al menos por cierto tiempo, Catalunya quedaría fuera de la UE, la fractura de un país miembro de la Unión Europea plantea interrogantes sobre el propio funcionamiento de la Unión, sus relaciones con lo que a partir de entonces sería un país tercero y sobre el riesgo de incentivar procesos similares en otros países miembros.
La secesión crearía más problemas de los que pretende resolver. Ante esto, cabe buscar otras respuestas. Soluciones que pasan necesariamente por el diálogo, la negociación y el pacto, elementos definitorios del federalismo.
No soy independentista. No por no querer lo suficiente a Cataluña, sino porque creo que la independencia sería altamente perjudicial para Cataluña y para España.
En un mundo de interdependencias crecientes y soberanías compartidas; en una España plural y diversa, levantar barreras y divisiones es un mal negocio.
El federalismo, el ideal de la convivencia entre diferentes, es la mejor solución al encaje de Cataluña en España. Quiero una España federal, suma de autogobierno y Gobierno compartido. Quiero una Cataluña hermanada con el resto de pueblos de España y cuya singularidad sea plenamente reconocida en una España nación de naciones.
La pérdida de dimensión económica, cultural, demográfica y política es un grave riesgo, tanto para Cataluña como para España. En el mundo en que vivimos, perder tamaño es perder oportunidades. Nadie ha sido capaz de calcular los costes y las incertidumbres de un proceso de separación, con toda seguridad excesivos; probablemente, insoportables.
Por otro lado, si Cataluña se separase de España no dejarían de ser vecinas. Cataluña puede separarse de España pero no puede abandonar la península ibérica. ¿Cómo puede beneficiar a Cataluña la separación, el alejamiento traumático de sus vecinos más inmediatos, que serán para siempre sus vecinos y con los que siempre le convendrá tener las mejores relaciones posibles?
La secesión perjudicaría a los ciudadanos, una gran mayoría sufriría al ver desgarrarse sus identidades plurales y compartidas; obligados a considerar como extranjeros a buena parte de sus conciudadanos, de repente muchos deberían considerar como extrañas cosas que les eran propias.
Y, además, la secesión perjudicaría también a la integración europea. Más allá de la evidencia de que, al menos por cierto tiempo, Catalunya quedaría fuera de la UE, la fractura de un país miembro de la Unión Europea plantea interrogantes sobre el propio funcionamiento de la Unión, sus relaciones con lo que a partir de entonces sería un país tercero y sobre el riesgo de incentivar procesos similares en otros países miembros.
La secesión crearía más problemas de los que pretende resolver. Ante esto, cabe buscar otras respuestas. Soluciones que pasan necesariamente por el diálogo, la negociación y el pacto, elementos definitorios del federalismo.