En buena parte de la izquierda intelectual y política cunde una perplejidad: el crecimiento de Podemos plantea a las formaciones que se han disputado hasta ahora ese espacio -el PSOE, mayoritario, e IU, minoritario- dilemas de enorme calado.
Para empezar, no es verdad que la redefinición del paisaje político afecte por igual a los dos grandes partidos tradicionales (supuestamente, PSOE y PP): no; en realidad afecta mucho más al PSOE, y particularmente a su vocación mayoritaria en el seno de la izquierda. De ahí que Podemos haya recibido apoyo directo e indirecto -y su demonización es parte de su propaganda- por parte de la derecha política, publicista y mediática con su sobreexposición en medios de la derecha ultraconservadora.
Por un primer lado, es evidente que el crecimiento de Podemos en buena medida se nutre de antiguos votantes de izquierda. De entrada, esto desmiente que quienes votaron a esta candidatura en las europeas de 2014 fueran jóvenes que, habiéndose movilizado a propósito del 15-M, y, recién cumplidos los 18 años, votaran por primera vez. No es verdad: Podemos recibió un importante caudal de votos de personas provenientes de distintas mallas generacionales, ciudadanos experimentados y/o escarmentados de otras siglas. Tampoco es verdad que sólo votasen a Podemos personas en paro, excluidas o en riesgo de exclusión. Muchos trabajadores activos, funcionarios y profesionales cualificados y acomodados han decidido acrecer las expectativas de esta opción, votando a Podemos o incluso afiliándose a sus plataformas.
En segundo lugar, es también evidente que la motivación esencial del voto a Podemos es la expresión de fatigas y saturaciones con respecto de lo ya ensayado: millones de ciudadanos han llegado a la conclusión de que hace falta la irrupción de nuevas siglas partidoras de los equilibrios desfallecientes de los que provenimos. Las ideas clave de refresco, ilusión, expectativa, actúan como subterfugio del cansancio, el hartazgo o incluso la náusea ante el derrumbamiento de la credibilidad de los partidos tradicionales o las insuficiencias, defectos y desviaciones de la democracia misma, tal y como la hemos conocido hasta ahora.
No nos engañemos. El dilema más importante reside en que se le diga al PSOE que no volverá a ser lo que ha sido hasta que no recupere su credibilidad. Con un programa creíble y una oposición creíble, la transferencia de votos -que numerosas encuestas indican que no ha dejado todavía de crecer- ya se habría detenido. Y, sin embargo, muchos de los que apuntan su tránsito hacia Podemos proviniendo del voto del PSOE (y, en otro porcentaje, de IU) no le exigen a Podemos, ni a sus propuestas, ninguna credibilidad.
En efecto, las propuestas de Podemos no son creíbles. Ni se le exige que lo sean. La cancelación unilateral de la deuda, declararla ilegítima, la jubilación generalizada a los 60, la prohibición de los despidos, la salida de la OTAN o del euro, por no hablar de la autodeterminación de los pueblos de España que encubre la transigencia con la pretensión independentista del nacionalismo separatista catalán o vasco.... No sólo no son propuestas creíbles o confiables, sino que son contradictorias con los valores y preferencias políticos y mayoritarios de tradición de votantes socialistas, incluidos los que se han transferido a Podemos, cambiando su tradicional domicilio, desde las candidaturas socialistas hasta los de otras fuerzas emergentes.
El dilema crucial reside en que votantes de izquierda le exigen al PSOE lo que no se le exige a Podemos o a ninguna otra formación. Y viceversa: no se le exige a Podemos ninguna verosimilitud en sus disparatadas propuestas.
El desafío, en todo caso, pasa por que Podemos supere la prueba del 9 de su formación como partido político: estatutos, reglamentos, financiación transparente, no dación de cuentas periodizada y escrutinio de calidad de sus propuestas, programas y candidatos les impondrán filtros que hasta ahora no han debido superar. El carácter alucional de sus asambleas constitutivas y su bolsa de simpatizantes deberá dar lugar a un censo con derecho y obligación de afiliación y militantes. Serían "casta"; en definitiva. Se les habría acabado la monserga autopurificadora y descalificativa más netamente populista: en la simplificación y en la demagogia ramplona con la que allí se pretenden profesores, investigadores o sociedad civil- ¡como si no hubiera de todo ello en las filas del PSOE!- mientras todos los demás son execrados sin más como "casta profesional de la política".
Para salir del bache, al PSOE le cumple promover y liderar un nuevo ciclo constituyente en España que no solo refresque sino que regenere nuestra malherida democracia y rehaga en profundidad un edificio constitucional cuya fatiga de materiales rechina por todas las costuras. El inmovilismo (PP) está abocado al desastre. No es una opción: hace falta medicina de caballo para el relanzamiento de la ciudadanía, los derechos, la participación y la deliberación en todos los espacios políticos y sociales.
Para empezar, no es verdad que la redefinición del paisaje político afecte por igual a los dos grandes partidos tradicionales (supuestamente, PSOE y PP): no; en realidad afecta mucho más al PSOE, y particularmente a su vocación mayoritaria en el seno de la izquierda. De ahí que Podemos haya recibido apoyo directo e indirecto -y su demonización es parte de su propaganda- por parte de la derecha política, publicista y mediática con su sobreexposición en medios de la derecha ultraconservadora.
Por un primer lado, es evidente que el crecimiento de Podemos en buena medida se nutre de antiguos votantes de izquierda. De entrada, esto desmiente que quienes votaron a esta candidatura en las europeas de 2014 fueran jóvenes que, habiéndose movilizado a propósito del 15-M, y, recién cumplidos los 18 años, votaran por primera vez. No es verdad: Podemos recibió un importante caudal de votos de personas provenientes de distintas mallas generacionales, ciudadanos experimentados y/o escarmentados de otras siglas. Tampoco es verdad que sólo votasen a Podemos personas en paro, excluidas o en riesgo de exclusión. Muchos trabajadores activos, funcionarios y profesionales cualificados y acomodados han decidido acrecer las expectativas de esta opción, votando a Podemos o incluso afiliándose a sus plataformas.
En segundo lugar, es también evidente que la motivación esencial del voto a Podemos es la expresión de fatigas y saturaciones con respecto de lo ya ensayado: millones de ciudadanos han llegado a la conclusión de que hace falta la irrupción de nuevas siglas partidoras de los equilibrios desfallecientes de los que provenimos. Las ideas clave de refresco, ilusión, expectativa, actúan como subterfugio del cansancio, el hartazgo o incluso la náusea ante el derrumbamiento de la credibilidad de los partidos tradicionales o las insuficiencias, defectos y desviaciones de la democracia misma, tal y como la hemos conocido hasta ahora.
No nos engañemos. El dilema más importante reside en que se le diga al PSOE que no volverá a ser lo que ha sido hasta que no recupere su credibilidad. Con un programa creíble y una oposición creíble, la transferencia de votos -que numerosas encuestas indican que no ha dejado todavía de crecer- ya se habría detenido. Y, sin embargo, muchos de los que apuntan su tránsito hacia Podemos proviniendo del voto del PSOE (y, en otro porcentaje, de IU) no le exigen a Podemos, ni a sus propuestas, ninguna credibilidad.
En efecto, las propuestas de Podemos no son creíbles. Ni se le exige que lo sean. La cancelación unilateral de la deuda, declararla ilegítima, la jubilación generalizada a los 60, la prohibición de los despidos, la salida de la OTAN o del euro, por no hablar de la autodeterminación de los pueblos de España que encubre la transigencia con la pretensión independentista del nacionalismo separatista catalán o vasco.... No sólo no son propuestas creíbles o confiables, sino que son contradictorias con los valores y preferencias políticos y mayoritarios de tradición de votantes socialistas, incluidos los que se han transferido a Podemos, cambiando su tradicional domicilio, desde las candidaturas socialistas hasta los de otras fuerzas emergentes.
El dilema crucial reside en que votantes de izquierda le exigen al PSOE lo que no se le exige a Podemos o a ninguna otra formación. Y viceversa: no se le exige a Podemos ninguna verosimilitud en sus disparatadas propuestas.
El desafío, en todo caso, pasa por que Podemos supere la prueba del 9 de su formación como partido político: estatutos, reglamentos, financiación transparente, no dación de cuentas periodizada y escrutinio de calidad de sus propuestas, programas y candidatos les impondrán filtros que hasta ahora no han debido superar. El carácter alucional de sus asambleas constitutivas y su bolsa de simpatizantes deberá dar lugar a un censo con derecho y obligación de afiliación y militantes. Serían "casta"; en definitiva. Se les habría acabado la monserga autopurificadora y descalificativa más netamente populista: en la simplificación y en la demagogia ramplona con la que allí se pretenden profesores, investigadores o sociedad civil- ¡como si no hubiera de todo ello en las filas del PSOE!- mientras todos los demás son execrados sin más como "casta profesional de la política".
Para salir del bache, al PSOE le cumple promover y liderar un nuevo ciclo constituyente en España que no solo refresque sino que regenere nuestra malherida democracia y rehaga en profundidad un edificio constitucional cuya fatiga de materiales rechina por todas las costuras. El inmovilismo (PP) está abocado al desastre. No es una opción: hace falta medicina de caballo para el relanzamiento de la ciudadanía, los derechos, la participación y la deliberación en todos los espacios políticos y sociales.