Hasta que no tenemos un hijo, nos resulta imposible saber en qué tipo de padre nos convertiremos. Nada, y repito, nada, puede prepararte para tener un hijo, un hijo del que no puedes despedirte cuando se acaba el día, cuando subes los pies al sofá y te abres una bebida bien fría. Sabía que estaba preparada y dispuesta a enfrentarme al reto de tener un bebé, y también confiaba en mi marido. Confiaba en que él haría todo lo posible por adaptarse a la empinada curva de aprendizaje de la paternidad, pero hasta que no vi a mi marido en acción (para empezar, en la sala de parto), no supe que lo iba a querer más ahora que íbamos a tener un bebé.
No digo que seamos padres perfectos, ni que nuestro matrimonio sea inmune a los desafíos que acompañan a esta preciosidad cargada de necesidades. Tenemos muchos momentos felices como mamá, papá y bebé, pero por cada momento feliz, hay uno difícil. Como en el caso de las otras parejas con hijos que conocemos, los días están plagados de discusiones y desacuerdos mezclados con niveles inhumanos de agotamiento.
Aún así, creo que mi marido es incluso más formidable ahora que tenemos una hija. Éstos son los cinco motivos que me hacen pensarlo:
1. Me felicita por la cantidad de dolor físico que soy capaz de soportar.
No tuve el mejor embarazo ni el mejor parto, y la única persona que sabe esto mejor que yo es mi marido. Me sostuvo la mano, la pierna y el cubo de vómitos durante más horas de las que podemos recordar. La única vez que me dejó fue cuando tuvo que ir al baño, y volvió antes de que yo me diera cuenta de que se había ido. Cuando todo se acabó, los dos estábamos impresionados por nuestra preciosa niña, pero mi marido dijo estar igualmente impresionado por mi fuerza sobrehumana oculta.
2. Hace caras y sonidos ridículos cuando interactúa con nuestro bebé.
La primera vez que vi a mi marido arrastrándose por nuestro salón y haciendo sonidos de mono más o menos precisos, supe que iba a ser un papá muy enrollado. Si no se pone a hacer sonidos de animal de zoo, retuerce su cara con expresiones que no le he visto hacer en la década que llevamos juntos. Mirar cómo juegan los dos es súper entretenido, y aunque no soy capaz de entender lo que hace la mayoría de las veces, mi hija se queda totalmente absorta con él.
3. Quiere tener más hijos aunque haya sido la etapa más dura que hemos pasado juntos.
Los antojos de magdalenas de arándanos para cenar y los masajes de pies para aliviar mis enormes niveles de hinchazón fueron sólo el principio por el que nuestra relación empezó a cambiar al convertirnos en padres. Después de nueve meses soportando mis lamentos, mi cara hinchada y mis peticiones incesantes e irracionales, tuvimos al bebé. Y luego todo se complicó de verdad. Muchos días, lo de ser padres se nos hizo muy cuesta arriba, pero lo conseguimos. Sobrevivimos el primer año y, ahora que por fin sentimos que le hemos cogido el tranquillo, mi marido dice que está preparado para revivirlo todo sumando un bebé más.
4. No tiene miedo a las situaciones olorosas ni pegajosas.
Los proyectiles de caca a las 3 de la mañana no son nada para este padre. Afortunadamente, ese tipo de desastres sólo ocurrieron en las primeras semanas antes de especializarnos en el control de cacas cada dos horas más o menos. Mi marido se lanzó y tomó incluso más precaución que yo para limpiar a conciencia la zona y aplicar crema hasta en la más ligera marca roja. Eructos, vómitos, pis que se sale del pañal... Él se encarga de todo y casi nunca se queja, porque sabe que es el tipo de limpieza que venía incluida en el contrato.
5. Dice que soy la mejor madre, y yo le creo.
Como mamá primeriza, es normal que te digan lo bien que lo estás haciendo, el talento innato que tienes, la mamá increíble en que te has convertido. Aunque estas palabras son bienintencionadas y más que amables, las personas que te ofrecen estos sentimientos tan positivos no te ven cuando estás metida a fondo en tu labor de madre, es decir, durante todo el día y, a veces, toda la noche. No nos ven secándonos el sudor de las cejas por enésima vez en el día, o llorando en la ducha porque a veces todo resulta demasiado abrumador. Nuestro marido nos ve luchar, por eso cuando el mío me dice que soy la mejor mamá, creo en todas y cada una de sus palabras, y así es como aguanto hasta el día siguiente.
Traducción de Marina Velasco Serrano
No digo que seamos padres perfectos, ni que nuestro matrimonio sea inmune a los desafíos que acompañan a esta preciosidad cargada de necesidades. Tenemos muchos momentos felices como mamá, papá y bebé, pero por cada momento feliz, hay uno difícil. Como en el caso de las otras parejas con hijos que conocemos, los días están plagados de discusiones y desacuerdos mezclados con niveles inhumanos de agotamiento.
Aún así, creo que mi marido es incluso más formidable ahora que tenemos una hija. Éstos son los cinco motivos que me hacen pensarlo:
1. Me felicita por la cantidad de dolor físico que soy capaz de soportar.
No tuve el mejor embarazo ni el mejor parto, y la única persona que sabe esto mejor que yo es mi marido. Me sostuvo la mano, la pierna y el cubo de vómitos durante más horas de las que podemos recordar. La única vez que me dejó fue cuando tuvo que ir al baño, y volvió antes de que yo me diera cuenta de que se había ido. Cuando todo se acabó, los dos estábamos impresionados por nuestra preciosa niña, pero mi marido dijo estar igualmente impresionado por mi fuerza sobrehumana oculta.
2. Hace caras y sonidos ridículos cuando interactúa con nuestro bebé.
La primera vez que vi a mi marido arrastrándose por nuestro salón y haciendo sonidos de mono más o menos precisos, supe que iba a ser un papá muy enrollado. Si no se pone a hacer sonidos de animal de zoo, retuerce su cara con expresiones que no le he visto hacer en la década que llevamos juntos. Mirar cómo juegan los dos es súper entretenido, y aunque no soy capaz de entender lo que hace la mayoría de las veces, mi hija se queda totalmente absorta con él.
3. Quiere tener más hijos aunque haya sido la etapa más dura que hemos pasado juntos.
Los antojos de magdalenas de arándanos para cenar y los masajes de pies para aliviar mis enormes niveles de hinchazón fueron sólo el principio por el que nuestra relación empezó a cambiar al convertirnos en padres. Después de nueve meses soportando mis lamentos, mi cara hinchada y mis peticiones incesantes e irracionales, tuvimos al bebé. Y luego todo se complicó de verdad. Muchos días, lo de ser padres se nos hizo muy cuesta arriba, pero lo conseguimos. Sobrevivimos el primer año y, ahora que por fin sentimos que le hemos cogido el tranquillo, mi marido dice que está preparado para revivirlo todo sumando un bebé más.
4. No tiene miedo a las situaciones olorosas ni pegajosas.
Los proyectiles de caca a las 3 de la mañana no son nada para este padre. Afortunadamente, ese tipo de desastres sólo ocurrieron en las primeras semanas antes de especializarnos en el control de cacas cada dos horas más o menos. Mi marido se lanzó y tomó incluso más precaución que yo para limpiar a conciencia la zona y aplicar crema hasta en la más ligera marca roja. Eructos, vómitos, pis que se sale del pañal... Él se encarga de todo y casi nunca se queja, porque sabe que es el tipo de limpieza que venía incluida en el contrato.
5. Dice que soy la mejor madre, y yo le creo.
Como mamá primeriza, es normal que te digan lo bien que lo estás haciendo, el talento innato que tienes, la mamá increíble en que te has convertido. Aunque estas palabras son bienintencionadas y más que amables, las personas que te ofrecen estos sentimientos tan positivos no te ven cuando estás metida a fondo en tu labor de madre, es decir, durante todo el día y, a veces, toda la noche. No nos ven secándonos el sudor de las cejas por enésima vez en el día, o llorando en la ducha porque a veces todo resulta demasiado abrumador. Nuestro marido nos ve luchar, por eso cuando el mío me dice que soy la mejor mamá, creo en todas y cada una de sus palabras, y así es como aguanto hasta el día siguiente.
Traducción de Marina Velasco Serrano