Canción recomendada: Candy, Iggy Pop.
Comienza la vuelta al cole y a mí, inevitablemente, eso me lleva a mi infancia. ¿Y qué infancia fue infancia sin esa relación amor-odio que los niños establecen con algunos alimentos, entre ellos las espinacas? Yo, por ejemplo, las adoraba, porque me encantaba Popeye y cuando las comía me acordaba de mi personaje favorito: el pequeño Cocoliso.
Como recordarán, cuando Popeye (o cualquier otro personaje de la serie) comía espinacas, adquiría de pronto una fuerza sobrehumana, fuerza que, se nos explicaba, estaba relacionado con el riquísimo contenido en hierro de las hojas. Y este, lamento romperles la ilusión queridos amigos, no es sino un mito que data de los años de la Segunda Guerra Mundial. Si bien las espinacas contienen hierro, su aporte no es tan extraordinario como se creía. Pese a ello, debido a su bajo contenido en grasas, su gran aporte en fibra, proteínas y en vitamina A, las espinacas son un estupendo alimento, tanto para peques como adultos.
A mí, por ejemplo, me encantan crudas, con un poco de aceite de oliva y nueces ralladas. Ya sean solas o como acompañamiento, por ejemplo, de un buen pichón escabechado. También están estupendas en croquetas o con puré de patatas, en crepes o revueltos, en lasañas o pasteles salados.
La espinaca es original de Persia. De hecho, de ahí viene su nombre, del original Esfenaj. Fue introducida en Europa en el siglo XII, al parecer primero en España, por los árabes, pero no fue hasta el siglo XVI o XV que su cultivo se extendió por el resto del continente, particularmente Alemania, Holanda, Francia e Inglaterra.
Así que ya sabéis, amigos, ahora que empieza el cole y los niños necesitan vitaminas y proteínas, qué mejor que introducirlos en el mundo de las espinacas (y de el bueno de Popeye, claro). Yo os dejo una receta para ver si os animáis.
No quiero dejar pasar la oportunidad de saludar a los amigos cociner@s latinoamericanos que, por estos días, se encuentran celebrando su magnífica posición en lo más alto de la gastronomía mundial.
Y eso, sed buenos y curiosos.
Besos y sus cosas.
Andrés.
Gnocchi de patatas y espinacas con virutas de Idiazabal curado.
600g de patatas harinosas
150g de espinacas cocidas y trituradas
350g de harina
2 huevos
120g de queso Idiazabal curado
20cl de jugo de ternera reducido perfumado con ajo tostado y tomillo
1 pizca de nuez moscada rallada muy fresca
Flor de sal
Pimienta negra recién molida
Aceite de oliva
Perifollo
Lavar las patatas y cocerlas en agua y sal con su piel.
Pelarlas en caliente, pasarlas por un tamiz e incorporar los huevos, la espinaca y la harina.
Salpimentar, añadir la nuez moscada y trabajar la masa lo menos posible para que no quede pegajosa.
Dividir la masa en dos, manteniéndola caliente, formar cilindros de 1,5cm de diámetro y 2cm de largo. Preparar gnocchi, rodándolos y aplastarlos ligeramente con un tenedor. Cubrir con papel sulfurizado y reservar.
Cortar el Idiazabal curado con una pelapatatas dejando que se enrollen en forma de espiral las lonchas. Reservar en un recipiente tapando éste con papel film.
Poner a hervir agua salada en una cacerola donde quepan los gnocchi. Cuando suban éstos a la superficie, cogerlos delicadamente con una espumadera y traspasar el jugo de ternera, que previamente estará caliente. Mover la cazuela delicadamente para que queden bien bañados.
Repartir en platos hondos, espolvorear con el perifollo y las lascas de Idiazabal. Rociar con un poco de aceite de oliva y servir inmediatamente.