Cerca de mil personas seguían con sus miradas expectantes el pasado miércoles los pasos de la reina Letizia cuando subió al escenario del teatro Victoria Eugenia de San Sebastián, se situó ante el atril y comenzó su discurso, con unas frases en euskera y se produjo lo sorprendente: el público comenzó a aplaudir el gesto de doña Letizia. Sólo fue un gesto, pero fue valorado. Seguro que ella lo apreció en lo que vale.
Hay ocasiones en las que los reyes han escuchado sonoros pitos, ni qué decir en Euskadi. Por eso, que te aplaudan al usar el euskera quizá resulte un indicativo de por dónde puede ir una línea de trabajo para los nuevos reyes. Desde la Real Academia de la Lengua Vasca, Euskaltzaindia, sus responsables han valorado el acercamiento de la corona hacia el euskera; de hecho, llevan ya algún tiempo asesorándoles en esta materia.
La relación de los vascos con la Corona se torció a raíz de la derogación de los fueros en 1876 con Cánovas del Castillo; ahí se abrió una brecha que se prolonga hasta nuestros días. Cuando Felipe VI, el día de su proclamación decía "Una España unida pero no uniforme......" reconocía entre líneas que España es una nación con rugosidades; de más o menos asperezas, que tendrá que dulcificar, si no limar, con inteligencia. Porque si algo no es España, es uniforme.
En el último barómetro de verano realizado por la Universidad de Deusto, la Monarquía era la institución peor valorada. Pero no es como para escandalizarse, porque también el Gobierno español, los sindicatos, la Iglesia y los políticos vascos salen mal parados; el descrédito es general, así que en ese contexto Felipe VI parte de una situación parecida a los demás.
Pronunciar unas cuantas frases en euskera es tan solo un gesto, pero un gesto muy importante en una tierra donde durante la dictadura se prohibió hablar euskera bajo amenaza de muerte. Donde los signos identitarios de una cultura milenaria había que esconderlos entre la hierba de las metas y el grano de las kutxas. En San Sebastián, la Reina Letizia sabía qué terreno pisaba, algo que algunos políticos que visitan la ciudad parecen no saber. Cabe ahora esperar que en la entrega de los próximos Premios Príncipe de Viana en el Monasterio de Leyre, tengamos la oportunidad de escucharle al rey expresándose en la Lingua Navarrorum.
La inculturación, lo decía muy claramente el padre Arrupe, general de los jesuitas, es la mejor herramienta para llegar a un pueblo, al pueblo llano, a través de su cultura. En este caso la inculturación supone utilizar el euskera, una lengua que aquel monje del monasterio de San Millán de La Cogolla que escribió por primera vez en castellano, utilizó en un margen de ese texto para quejarse del duro trabajo al que estaba sometido. El monje unió la nueva lengua con la vieja. Ese es el camino a seguir.
Los vascos se han empeñado en mantener su vieja lengua, que ha corrido el peligro de desaparecer en los últimos siglos bajo el dominio de un gigante como el castellano. El euskera no es, no debe serlo, un factor de división, sino un rico valor cultural que define a un pueblo y que debe ser respetado. El acercamiento a la cultura vasca debe ser un elemento clave si los reyes quieren trabajar en esa España no uniforme. Su padre, al que no escuchamos utilizar demasiado la Lingua Navarrorum, tuvo un sorprendente gesto cuando en agosto de 1991 y con motivo de una visita oficial a Euskadi, se acercó inopinadamente a un pequeño pueblo de Gipuzkoa, Ataun. El motivo de esa llegada a un lugar tan euskaldun, tan vasco, era el de saludar a un cura viejecito de 101 años que se había convertido en una leyenda viviente de la cultura vasca, José Miguel Barandiaran. Los reyes llegaron, entraron en la casa de Barandiaran, hablaron con él durante 40 minutos y luego salieron. Cuando el coche oficial con los reyes salía, el viejo cura les saludó con la mano. Quizá por un momento le vino el recuerdo de sus largos años de exilio durante la dictadura de Franco por defender la cultura vasca y sus propias palabras: "Izan zirelako gara, eta garelako izango dira" (Somos porque fueron y porque somos, serán).
Hay ocasiones en las que los reyes han escuchado sonoros pitos, ni qué decir en Euskadi. Por eso, que te aplaudan al usar el euskera quizá resulte un indicativo de por dónde puede ir una línea de trabajo para los nuevos reyes. Desde la Real Academia de la Lengua Vasca, Euskaltzaindia, sus responsables han valorado el acercamiento de la corona hacia el euskera; de hecho, llevan ya algún tiempo asesorándoles en esta materia.
La relación de los vascos con la Corona se torció a raíz de la derogación de los fueros en 1876 con Cánovas del Castillo; ahí se abrió una brecha que se prolonga hasta nuestros días. Cuando Felipe VI, el día de su proclamación decía "Una España unida pero no uniforme......" reconocía entre líneas que España es una nación con rugosidades; de más o menos asperezas, que tendrá que dulcificar, si no limar, con inteligencia. Porque si algo no es España, es uniforme.
En el último barómetro de verano realizado por la Universidad de Deusto, la Monarquía era la institución peor valorada. Pero no es como para escandalizarse, porque también el Gobierno español, los sindicatos, la Iglesia y los políticos vascos salen mal parados; el descrédito es general, así que en ese contexto Felipe VI parte de una situación parecida a los demás.
Pronunciar unas cuantas frases en euskera es tan solo un gesto, pero un gesto muy importante en una tierra donde durante la dictadura se prohibió hablar euskera bajo amenaza de muerte. Donde los signos identitarios de una cultura milenaria había que esconderlos entre la hierba de las metas y el grano de las kutxas. En San Sebastián, la Reina Letizia sabía qué terreno pisaba, algo que algunos políticos que visitan la ciudad parecen no saber. Cabe ahora esperar que en la entrega de los próximos Premios Príncipe de Viana en el Monasterio de Leyre, tengamos la oportunidad de escucharle al rey expresándose en la Lingua Navarrorum.
La inculturación, lo decía muy claramente el padre Arrupe, general de los jesuitas, es la mejor herramienta para llegar a un pueblo, al pueblo llano, a través de su cultura. En este caso la inculturación supone utilizar el euskera, una lengua que aquel monje del monasterio de San Millán de La Cogolla que escribió por primera vez en castellano, utilizó en un margen de ese texto para quejarse del duro trabajo al que estaba sometido. El monje unió la nueva lengua con la vieja. Ese es el camino a seguir.
Los vascos se han empeñado en mantener su vieja lengua, que ha corrido el peligro de desaparecer en los últimos siglos bajo el dominio de un gigante como el castellano. El euskera no es, no debe serlo, un factor de división, sino un rico valor cultural que define a un pueblo y que debe ser respetado. El acercamiento a la cultura vasca debe ser un elemento clave si los reyes quieren trabajar en esa España no uniforme. Su padre, al que no escuchamos utilizar demasiado la Lingua Navarrorum, tuvo un sorprendente gesto cuando en agosto de 1991 y con motivo de una visita oficial a Euskadi, se acercó inopinadamente a un pequeño pueblo de Gipuzkoa, Ataun. El motivo de esa llegada a un lugar tan euskaldun, tan vasco, era el de saludar a un cura viejecito de 101 años que se había convertido en una leyenda viviente de la cultura vasca, José Miguel Barandiaran. Los reyes llegaron, entraron en la casa de Barandiaran, hablaron con él durante 40 minutos y luego salieron. Cuando el coche oficial con los reyes salía, el viejo cura les saludó con la mano. Quizá por un momento le vino el recuerdo de sus largos años de exilio durante la dictadura de Franco por defender la cultura vasca y sus propias palabras: "Izan zirelako gara, eta garelako izango dira" (Somos porque fueron y porque somos, serán).