El 6 de octubre de 1934, a las ocho de la tarde, el presidente del Gobierno catalán, Lluis Companys, proclama el Estat Catalá desde el balcón principal del palacio de la Generalitat. El presidente del Consejo de Ministros, Alejandro Lerroux, promulga el estado de guerra y el general jefe de la IV Región, Domingo Batet, bombardea el palacio donde está reunido el Gobierno catalán, produciéndose un enfrentamiento con las fuerzas que controla la Generalitat. La resistencia catalana concluye a las seis de la mañana del día 7. La república independiente catalana ha durado diez horas.
Han cambiado muchas cosas desde entonces pero "la cuestión catalana" sigue hoy, en el fondo, aproximadamente como entonces. Entonces, como ahora, el desencadenante del conflicto se debió a la supresión por el Constitucional de decisiones del Parlamento catalán, así como la acusación por parte de la Generalitat de que el Gobierno español había iniciado un proceso de "recentralización". En tiempos de Companys, como hoy, los nacionalistas se quejaban de que Cataluña no obtenía el trato debido a su aportación al presupuesto del Estado.
El ridículo mata
"El 6 de octubre" es un tema casi tabú en Cataluña. Recientemente, Artur Mas confesaba al director de La Vanguardia, Màrius Carol, que había dos cosas que no se podía permitir: saltarse la legalidad o hacer el ridículo. Su antecesor Lluis Companys se saltó la legalidad republicana y, según algunos, como el jefe del Estado, Niceto Alcalá-Zamora, entendieron que hizo el ridículo. Cuando este indulta a todos los condenados a muerte frente al criterio de una buena parte del Gobierno de entonces, justifica su decisión en que el ridículo mata en política y que no quería convertir el ridículo en gloria haciendo fusilar a los implicados. Y Añade: "No quiero volver a Barcelona como Felipe IV o Felipe V". La trágica muerte de Companys ha salvado su memoria del ridículo al ser fusilado por orden de Franco en el castillo de Montlluïc. A los personajes de entonces no les ha cubierto todavía el polvo de la historia. Siguen levantando pasiones.
Sigue vigente la frase pronunciada por José Ortega y Gasset en la célebre controversia que mantuvo con Manuel Azaña en el debate parlamentario sobre el estatuto de Cataluña: "Cataluña - dictaminó el filósofo - es un problema insoluble que España solo puede esperar a conllevarlo". La cuestión más turbadora es que los nacionalistas catalanes asumían y siguen asumiendo la frase de Ortega en sentido inverso: que el problema español no tenía, o no tiene, solución y que solo se puede aspirar a conllevarlo, obteniendo ventajas en el camino.
"Yo me cago en la peseta"
Piensa el autor que Artur Mas es más sensato que Lluis Companys que cuando Lluis Cambó le hizo notar que la independencia de Cataluña sería fatal para la peseta, le replicó: "Yo me cago en la peseta". No parece sensato que el Gobierno catalán o sus apoyos parlamentarios se caguen en el euro y quieran restaurar la peseta aunque, ciertamente, la peseta es una palabra catalana, lo que les ahorra el trabajo de inventarse otra moneda.
Se dice en esta tierra que los catalanes pasan con cierta facilidad "del seny a la rauxa", de la cordura al arrebato, de una elegante serenidad a liarse la manta a la cabeza. Es difícil medir los sentimientos, pero percibo en mis numerosos viajes a Barcelona que la gente se encuentra en la rauxa.
El federalismo ya no es la palabra mágica
Lluis Companys proclama el Estat Catalá "dentro de la República Federal Española", una república inexistente. ¿Se conformarían hoy la Esquerra y Convergencia i Unió por la integración de Cataluña en un Estado federal español?. Parece que no.
Los nacionalistas catalanes piden un Estado propio, la independencia pura y dura, aunque quizás pudieran aceptar una confederación, como la que intentó Francesc Maciá, "El Avi", (El Abuelo) el 14 de octubre de 1931 en la primera proclamación de un Estat Catalá dentro de una imaginaria Confederación Ibérica, una república catalana sin adjetivos.
Se puede observar en ambos episodios independentistas, el de Maciá y el de Companys, por cierto, ambos dirigentes de Esquerra Republicana de Cataluña, y quizás en las escaramuzas actuales, tripuladas por Esquerra y Convergencia y Unión, heredera de la Lliga de Francesc Cambó -o sea, por la izquierda y la derecha nacionalista- lo que entonces no se dio; se puede observar, repito, la coexistencia de un deseo vehemente de independencia embridado por el vértigo de la ruptura del cordón umbilical con España.
Hoy no hay lugar para los cañones pero ...
La diferencia esencial entre hoy y ayer, entre el siglo XX y el XXI, es que hoy no se resolvería el problema apuntando con los cañones del capitán general de Cataluña, en estos momentos un tal José Manuel Muñoz Muñoz, al palacio de la Generalitat.
Podemos excluir, por supuesto, que el Gobierno encomiende al Ejército esa tarea, pero la proclamación unilateral de independencia por parte del Gobierno catalán sometería a algunos militares a unas tensiones tremendas. Nadie puede garantizar que un general no se subleve con la Constitución en la mano que, en su artículo 8.1, incluido en el Título Preliminar que le da más solemnidad, dice: "Las Fuerzas Armadas, constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integración territorial y el ordenamiento constitucional" (el subrayado es mío).
Sería suicida, pero como reza el manual del Estado Mayor, hay que prever la hipótesis más probable, pero también la más peligrosa, por improbable que fuera. Se puede confiar en el seny de Artur Mas que ha prometido no saltarse la legalidad y en el sentido común de Mariano Rajoy. Y sobre todo, en el buen sentido de la ciudadanía a un lado y otro del Ebro, un río que nunca debe constituirse en frontera.
Aquí tienes a tu disposición uno de los capítulos de Cataluña, 10 horas de independencia, el último libro de José García Abad.
Han cambiado muchas cosas desde entonces pero "la cuestión catalana" sigue hoy, en el fondo, aproximadamente como entonces. Entonces, como ahora, el desencadenante del conflicto se debió a la supresión por el Constitucional de decisiones del Parlamento catalán, así como la acusación por parte de la Generalitat de que el Gobierno español había iniciado un proceso de "recentralización". En tiempos de Companys, como hoy, los nacionalistas se quejaban de que Cataluña no obtenía el trato debido a su aportación al presupuesto del Estado.
El ridículo mata
"El 6 de octubre" es un tema casi tabú en Cataluña. Recientemente, Artur Mas confesaba al director de La Vanguardia, Màrius Carol, que había dos cosas que no se podía permitir: saltarse la legalidad o hacer el ridículo. Su antecesor Lluis Companys se saltó la legalidad republicana y, según algunos, como el jefe del Estado, Niceto Alcalá-Zamora, entendieron que hizo el ridículo. Cuando este indulta a todos los condenados a muerte frente al criterio de una buena parte del Gobierno de entonces, justifica su decisión en que el ridículo mata en política y que no quería convertir el ridículo en gloria haciendo fusilar a los implicados. Y Añade: "No quiero volver a Barcelona como Felipe IV o Felipe V". La trágica muerte de Companys ha salvado su memoria del ridículo al ser fusilado por orden de Franco en el castillo de Montlluïc. A los personajes de entonces no les ha cubierto todavía el polvo de la historia. Siguen levantando pasiones.
Sigue vigente la frase pronunciada por José Ortega y Gasset en la célebre controversia que mantuvo con Manuel Azaña en el debate parlamentario sobre el estatuto de Cataluña: "Cataluña - dictaminó el filósofo - es un problema insoluble que España solo puede esperar a conllevarlo". La cuestión más turbadora es que los nacionalistas catalanes asumían y siguen asumiendo la frase de Ortega en sentido inverso: que el problema español no tenía, o no tiene, solución y que solo se puede aspirar a conllevarlo, obteniendo ventajas en el camino.
"Yo me cago en la peseta"
Piensa el autor que Artur Mas es más sensato que Lluis Companys que cuando Lluis Cambó le hizo notar que la independencia de Cataluña sería fatal para la peseta, le replicó: "Yo me cago en la peseta". No parece sensato que el Gobierno catalán o sus apoyos parlamentarios se caguen en el euro y quieran restaurar la peseta aunque, ciertamente, la peseta es una palabra catalana, lo que les ahorra el trabajo de inventarse otra moneda.
Se dice en esta tierra que los catalanes pasan con cierta facilidad "del seny a la rauxa", de la cordura al arrebato, de una elegante serenidad a liarse la manta a la cabeza. Es difícil medir los sentimientos, pero percibo en mis numerosos viajes a Barcelona que la gente se encuentra en la rauxa.
El federalismo ya no es la palabra mágica
Lluis Companys proclama el Estat Catalá "dentro de la República Federal Española", una república inexistente. ¿Se conformarían hoy la Esquerra y Convergencia i Unió por la integración de Cataluña en un Estado federal español?. Parece que no.
Los nacionalistas catalanes piden un Estado propio, la independencia pura y dura, aunque quizás pudieran aceptar una confederación, como la que intentó Francesc Maciá, "El Avi", (El Abuelo) el 14 de octubre de 1931 en la primera proclamación de un Estat Catalá dentro de una imaginaria Confederación Ibérica, una república catalana sin adjetivos.
Se puede observar en ambos episodios independentistas, el de Maciá y el de Companys, por cierto, ambos dirigentes de Esquerra Republicana de Cataluña, y quizás en las escaramuzas actuales, tripuladas por Esquerra y Convergencia y Unión, heredera de la Lliga de Francesc Cambó -o sea, por la izquierda y la derecha nacionalista- lo que entonces no se dio; se puede observar, repito, la coexistencia de un deseo vehemente de independencia embridado por el vértigo de la ruptura del cordón umbilical con España.
Hoy no hay lugar para los cañones pero ...
La diferencia esencial entre hoy y ayer, entre el siglo XX y el XXI, es que hoy no se resolvería el problema apuntando con los cañones del capitán general de Cataluña, en estos momentos un tal José Manuel Muñoz Muñoz, al palacio de la Generalitat.
Podemos excluir, por supuesto, que el Gobierno encomiende al Ejército esa tarea, pero la proclamación unilateral de independencia por parte del Gobierno catalán sometería a algunos militares a unas tensiones tremendas. Nadie puede garantizar que un general no se subleve con la Constitución en la mano que, en su artículo 8.1, incluido en el Título Preliminar que le da más solemnidad, dice: "Las Fuerzas Armadas, constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integración territorial y el ordenamiento constitucional" (el subrayado es mío).
Sería suicida, pero como reza el manual del Estado Mayor, hay que prever la hipótesis más probable, pero también la más peligrosa, por improbable que fuera. Se puede confiar en el seny de Artur Mas que ha prometido no saltarse la legalidad y en el sentido común de Mariano Rajoy. Y sobre todo, en el buen sentido de la ciudadanía a un lado y otro del Ebro, un río que nunca debe constituirse en frontera.
Aquí tienes a tu disposición uno de los capítulos de Cataluña, 10 horas de independencia, el último libro de José García Abad.