Con los primeros ataques de la coalición liderada por Estados Unidos contra el Estado Islámico (EI) en territorio sirio, la guerra ha entrado en una nueva fase que, probablemente, supondrá la continuación de los bombardeos aéreos y la ampliación del radio de acción de las acciones violentas. En este complejo escenario bélico al que se también se han sumado 10 países árabes- con Arabia Saudí en cabeza, tratando de ganar puntos a ojos de Washington y de frenar a Irán (implicado también en el esfuerzo bélico, aunque al margen de la coalición)-, chocaba en principio la ausencia de Turquía.
Aunque es miembro de la OTAN, vecino tanto de Irak como de Siria (y, por tanto, afectado directamente por la violencia que caracteriza la zona), contrario al yihadismo de inspiración suní que alienta al EI y es ya el refugio de unos 1,5 millones de iraquíes y sirios que huyen de la violencia (con 160.000 kurdos sirios solo estas últimas semanas), Ankara se preocupó desde muy pronto de marcar distancias con la "coalición de voluntades" impulsada por Washington. La razón más evidente de esa actitud reacia a dar un paso que parecía obligado se resumía en su preocupación por la suerte de 49 turcos en manos del EI, desde la toma de Mosul por este último en junio pasado.
Pero ahora, tras su liberación- presentada como una brillante operación del MIT (el servicio secreto turco), sin pago de rescate y unidades militares por medio, aunque con fundados indicios de que se ha realizado un intercambio de prisioneros- la resistencia a implicarse de manera visible en el esfuerzo militar estadounidense no ha desaparecido de ningún modo. En primer lugar, porque la custodia de la tumba de Suleiman Shah (abuelo del primer sultán otomano), ubicada en la provincia siria de Alepo, a unos 20 km. de la frontera, supone que los soldados turcos solo pueden realizar su tarea con cierta seguridad si el EI les permite realizar sus traslados de ida y regreso a sus guarniciones de origen. Hoy, sin un acuerdo al menos implícito entre ambos actores, sería inviable la existencia en suelo sirio de ese exclave turco de tan alto valor simbólico.
Pero más allá de ese simbolismo, Turquía no quiere verse arrastrada a una dinámica que previsiblemente haría de su territorio un objetivo directo de la violencia yihadista. Fracasada ya su estrategia de cero problemas con los vecinos y ampliamente criticada su opción de apoyar a cualquier grupo rebelde que identificara al régimen de Bashar el Asad como el enemigo a batir- lo que supuso, como mínimo, mirar hacia otro lado mientras yihadistas de todo tipo atravesaban por sus fronteras para incorporarse al EI-, Turquía se encuentra ahora atrapada entre la presión de Washington para incrementar la colaboración en el esfuerzo común y el temor a que el EI añada a Turquía a su lista de objetivos. Y todo ello, contando con que, según encuestas recientes, al menos un 30% de los turcos no considera al EI un grupo terrorista (lo que supone un potencial de simpatía y posible alistamiento de voluntarios que debe inquietar, por fuerza, a sus gobernantes).
Tras la lección aprendida en la II Guerra del Golfo- cuando, en cumplimiento de la exigencia estadounidense de castigar a Sadam Husein, decidió cerrar el oleoducto procedente de Irak, para comprobar posteriormente que las promesas de compensación económica nunca se cumplieron, Turquía entiende ahora que la actual coalición militar se desmantelará en algún momento y, por simple imperativo geográfico, se volverá a encontrar ante un panorama vecinal de alta inestabilidad sin ayuda externa. Eso no quiere decir, sin embargo, que los gobernantes turcos opten por un escapismo que iría en contra de sus propios intereses. Así, en lo que va de año, ya ha detenido a más de 800 yihadistas que pretendían atravesar su frontera con Siria. Del mismo modo, se ha mostrado dispuesta a prestar ayuda humanitaria a los civiles que, desde Irak y Siria, huyen de los combates, preocupándose al mismo tiempo por evitar que milicianos del PKK aprovechen la confusión para volver al combate en suelo turco.
Como un paso más de esa creciente implicación hay que esperar que Turquía termine por prestar la base aérea de Incirlik a los aviones de la coalición- lo que simplificaría en buena medida la carga logística que supone el desarrollo de las operaciones de ataque que hoy tienen que depender del reabastecimiento en vuelo. Pero tanto o más importante todavía será el esfuerzo que haga por desmantelar la infraestructura que el EI ya tiene en Turquía (se estima que hay más de 1.000 ciudadanos turcos enrolados en el EI) y por cerrar los canales informales a través de los que el EI consigue vender el petróleo de los campos sirios e iraquíes que controla (dado que, de ese modo, se reduciría muy significativamente su capacidad operativa). Así, sin aparecer como miembro formal de la coalición, Turquía estaría prestando un servicio de considerable valor a la causa común, al tiempo que defendería mejor sus propios intereses.
FOTO: Tanques turcos se dirigen hacia la frontera de Siria (GETTYIMAGES)
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Aunque es miembro de la OTAN, vecino tanto de Irak como de Siria (y, por tanto, afectado directamente por la violencia que caracteriza la zona), contrario al yihadismo de inspiración suní que alienta al EI y es ya el refugio de unos 1,5 millones de iraquíes y sirios que huyen de la violencia (con 160.000 kurdos sirios solo estas últimas semanas), Ankara se preocupó desde muy pronto de marcar distancias con la "coalición de voluntades" impulsada por Washington. La razón más evidente de esa actitud reacia a dar un paso que parecía obligado se resumía en su preocupación por la suerte de 49 turcos en manos del EI, desde la toma de Mosul por este último en junio pasado.
Pero ahora, tras su liberación- presentada como una brillante operación del MIT (el servicio secreto turco), sin pago de rescate y unidades militares por medio, aunque con fundados indicios de que se ha realizado un intercambio de prisioneros- la resistencia a implicarse de manera visible en el esfuerzo militar estadounidense no ha desaparecido de ningún modo. En primer lugar, porque la custodia de la tumba de Suleiman Shah (abuelo del primer sultán otomano), ubicada en la provincia siria de Alepo, a unos 20 km. de la frontera, supone que los soldados turcos solo pueden realizar su tarea con cierta seguridad si el EI les permite realizar sus traslados de ida y regreso a sus guarniciones de origen. Hoy, sin un acuerdo al menos implícito entre ambos actores, sería inviable la existencia en suelo sirio de ese exclave turco de tan alto valor simbólico.
Pero más allá de ese simbolismo, Turquía no quiere verse arrastrada a una dinámica que previsiblemente haría de su territorio un objetivo directo de la violencia yihadista. Fracasada ya su estrategia de cero problemas con los vecinos y ampliamente criticada su opción de apoyar a cualquier grupo rebelde que identificara al régimen de Bashar el Asad como el enemigo a batir- lo que supuso, como mínimo, mirar hacia otro lado mientras yihadistas de todo tipo atravesaban por sus fronteras para incorporarse al EI-, Turquía se encuentra ahora atrapada entre la presión de Washington para incrementar la colaboración en el esfuerzo común y el temor a que el EI añada a Turquía a su lista de objetivos. Y todo ello, contando con que, según encuestas recientes, al menos un 30% de los turcos no considera al EI un grupo terrorista (lo que supone un potencial de simpatía y posible alistamiento de voluntarios que debe inquietar, por fuerza, a sus gobernantes).
Tras la lección aprendida en la II Guerra del Golfo- cuando, en cumplimiento de la exigencia estadounidense de castigar a Sadam Husein, decidió cerrar el oleoducto procedente de Irak, para comprobar posteriormente que las promesas de compensación económica nunca se cumplieron, Turquía entiende ahora que la actual coalición militar se desmantelará en algún momento y, por simple imperativo geográfico, se volverá a encontrar ante un panorama vecinal de alta inestabilidad sin ayuda externa. Eso no quiere decir, sin embargo, que los gobernantes turcos opten por un escapismo que iría en contra de sus propios intereses. Así, en lo que va de año, ya ha detenido a más de 800 yihadistas que pretendían atravesar su frontera con Siria. Del mismo modo, se ha mostrado dispuesta a prestar ayuda humanitaria a los civiles que, desde Irak y Siria, huyen de los combates, preocupándose al mismo tiempo por evitar que milicianos del PKK aprovechen la confusión para volver al combate en suelo turco.
Como un paso más de esa creciente implicación hay que esperar que Turquía termine por prestar la base aérea de Incirlik a los aviones de la coalición- lo que simplificaría en buena medida la carga logística que supone el desarrollo de las operaciones de ataque que hoy tienen que depender del reabastecimiento en vuelo. Pero tanto o más importante todavía será el esfuerzo que haga por desmantelar la infraestructura que el EI ya tiene en Turquía (se estima que hay más de 1.000 ciudadanos turcos enrolados en el EI) y por cerrar los canales informales a través de los que el EI consigue vender el petróleo de los campos sirios e iraquíes que controla (dado que, de ese modo, se reduciría muy significativamente su capacidad operativa). Así, sin aparecer como miembro formal de la coalición, Turquía estaría prestando un servicio de considerable valor a la causa común, al tiempo que defendería mejor sus propios intereses.
FOTO: Tanques turcos se dirigen hacia la frontera de Siria (GETTYIMAGES)
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