Poner el pie en esta época del año en la isla más pequeña de las Pitiüsas supone el encuentro con algo distinto. Tras un verano bullicioso, los turistas se han alejado de Formentera, y ésta recupera su tranquilidad. Es el mejor momento para disfrutarla.
Formentera es una pequeña isla a la que sólo se puede llegar en barco. Está situada al sur de las Pitiüsas, nombre puesto por los romanos debido a la cantidad de pinos que encontraron en ellas, lo que le confiere un encanto especial. Con sólo cerrar los ojos, puedo oír cómo el viento azota las viejas sabinas, que resisten a pesar de tener sus troncos doblados. Y si los abro, puedo dejarme envolver por los intensos colores del mar, con unos tonos que sólo se explican por la pradera de posidonia que rodea la isla, y que fue declarada en 1999 Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Veo las playas interminables que llaman al baño, los acantilados verdes llenos de vegetación, los caminos rurales de interior que te hacen olvidar el asfalto.
También puedo trasladarme a los años 60, cuando el movimiento hippy estaba en alza en la isla y organizaban encuentros en plena naturaleza salvaje de Formentera, o conciertos dentro sus múltiples cuevas.
Y puedo recordar a su gente, que hacen posible que la isla siga viva. Como Mª Pilar, la payesa que el año pasado nos dedicó su tiempo el día de su santo para que pudiéramos disfrutar del Molí Vell, aunque estaba cerrado por ser festivo. Gracias a ella, vimos por dentro una de las reliquias de Formentera.
No puedo dejar de mencionar sus manjares. Esas ensaladas payesas hechas con pan y pescado seco, las cocas de verduras, los higos que se encuentran de vez en cuando en pequeñas tiendecitas, o el flaó, un bizcocho de sabor intenso típico de la isla.
Todo esto, y muchas otras actividades se podrán realizar durante la tradicional Volta a Peu a Formentera, que tendrá lugar entre los días 10 y 12 del próximo mes de octubre. Organiza la asociación Amics de Formentera.
Imágenes cedidas por la asociación Amics de Formentera