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Sexigencias

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'Sexigencia', me gusta esa expresión. No es mía, vaya por adelantado, pero la tomo prestada de la periodista María Casado porque, en materia de exigencias, las que recaen sobre las mujeres son de un calibre desmesurado. Y no, no es mera conjetura, tenemos sobradas pruebas. En su libro Historias de la tele, Casado hace un repaso a lo que ha significado la emisión televisiva desde sus inicios en nuestro país, lo complejo de su implantación y, entre otros temas, las barreras que hubieron de superar las mujeres por aquellos lastimeros años cincuenta.

En la actualidad, menciona Casado, la mujer mediática se enfrenta a otro reto, esta vez relacionado no tanto con sus competencias profesionales, cuanto con su apariencia personal. Echando un vistazo sucinto a cualquier cadena, no es difícil encontrar los más evidentes contrastes: ellas con tacones infinitos y vestidos de lycra con escaso espacio para la digestión; ellos con zapato bajo, peinado natural y perfectos trajes diseñados para embellecer y ocultar; salvo el rostro, fuera de la mirada quedan escote, vientre, brazos o piernas.

La mujer mediática se enfrenta a otro reto, esta vez relacionado no tanto con sus competencias profesionales, cuanto con su apariencia personal

Esta reflexión sobre las diferencias en las demandas físicas la realizo justo después de concatenar varios sucesos 'sexigentes', tan seguidos y tan lacerantes que resultan de una elocuencia insalvable. Siete de la tarde. Como de costumbre, atasco. En todas las emisoras programadas aparece publicidad de seguros, así que me entretengo buscando alguna canción que escuchar.

Aparece por fin un locutor presentando lo último de David Guetta. Me detengo. Se llama "Dirty Sexy Money" y, aunque su título es poco inspirador, no puedo ponerme estupenda, poco más puedo hacer. El presentador explica que Guetta, "el DJ que ha revolucionado la música electrónica actual", ha contado con la colaboración del gran Afrojack, ni más ni menos que el octavo (no el segundo ni el tercero) mejor DJ del momento, según la prestigiosa revista DJ Mag. Junto a ellos, prosigue el periodista, está French Montana, uno de los mejores raperos del mundo, un genio. Y por fin, en la canción participa Charli XCX "una belleza de veinticinco años que siempre sabe rodearse de los más grandes".

Que sea bella, no lo pongo en duda; que sea joven, tampoco; pero que su descripción se aleje tanto de su capacidad vocal y de su talento innato, sí que es discutible, habida cuenta de que hablamos de una mujer que vive de su voz. Porque, a decir verdad, Charli XCX o Charlotte Emma Aitchison, es en realidad cantante y compositora, y ya en su infancia solicitó a sus padres un crédito personal para sufragarse su primer disco. De niña prodigio superdotada a femme fatale oportunista ("ella sabe rodearse de quienes tienen talento") va un trecho del todo reprobable.

No solo de sexigencias viven la televisión o la radio, el cine tiene su propia versión sexigente

Pero no solo de sexigencias viven la televisión o la radio, el cine tiene su propia versión sexigente. El pasado 25 de octubre, Javier Calvo, codirector de La llamada y creador de Paquita Salas, se preguntaba en Twitter el porqué de la insistente comparación de los cuerpos femeninos. En concreto, cuestionaba el titular "Duelo de estilo de Paula Echevarría y Ana de Armas, ¿a quién le sienta mejor?". Ante semejante desafío, Calvo concluyó: "¿Y por qué le tiene que sentar mejor a una? ¿Por qué las mujeres siempre a examen? ¿No puede ser cada una a su manera?".

Semejante argumentación suscitó una avalancha de respuestas en la que un incontable número de internautas dio su personal parecer. Y sí, a 140 caracteres (280 si los tienen activados) todos parecemos conformes, pero a nivel real, en la calle, las cosas son muy diferentes. Imagínense un mundo en el que los medios de comunicación, como voceros del ideario bienpensante, comenzasen a dar prioridad a la naturalidad y a la diversidad, por encima de modas o novedades.

Piensen en una película en la que, ante un incendio, ella no saliese con ropa ligera estratégicamente desgastada

Piensen en una película en la que, ante un incendio, ella no saliese con ropa ligera estratégicamente desgastada, en brazos de un fornido (y bien tapado) rescatador; imaginen una súper heroína que vistiese ropa acorde con su condición y no un bañador de acero, tan poco útil para proteger cabeza y extremidades. Piensen en un concierto o una entrega de premios musicales en los que ellas no luzcan bikini de látex, underwear de lentejuelas ni canten a medio vestir. O mejor, qué les parecería si todo esto lo hiciese quien quisiera, hombre o mujer, no como requerimiento, sino respondiendo a su propia libertad estilística.

Democratización de modas para todos como derecho; fuera un único modelo de feminidad y masculinidad como obligación. Así viviríamos todos para nosotros mismos y no para el escrutinio general. Porque si hay tantas sexigencias, a las mujeres no nos quedará más remedio que ponernos igualmente sexigentes.


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