"A perro flaco, todo son pulgas", reza un viejo refrán. La sociedad española ha estado sufriendo, desde hace años, tribulaciones tremendas, seguramente las más graves desde la democracia, que dura 40 años.
No ha sido sólo el empobrecimiento de la clase media y la trituración de las clases trabajadoras de la mano de la infame austeridad recesiva y la reforma laboral, cuyas vueltas de tuerca llevan la firma del PP. No es sólo el bestial incremento de las desigualdades. No ha sido sólo la pérdida de ilusiones y oportunidades para la gente joven, forzada como nunca al paro o al exilio económico. Es además -y a estas alturas, casi es eso sobre todo- el daño moral infligido.
Hablo, evidentemente, del cabreo general que produce y alimenta la fiesta de desvergüenza e impunidad con la que se amorcillan los episodios de esta retahíla interminable de escándalos y disgustos que sacuden en España la conciencia colectiva y la individual. Una vez más, tanto bosque impide ver ningún árbol, de modo que parecería que no hubiera "justo en Sodoma y Gomorra". Aunque los haya e, incluso, aunque los justos sean una mayoría silenciosa no ya en la propia sociedad sino en un espacio público gravemente infamado por sus garbanzos más negros.
El episodio de las tarjetas de Caja Madrid es una desgracia. Pero expresar desolación, rechazo y repulsión debe hacerse compatible con dos esfuerzos simultáneos, más difíciles que nunca en una atmósfera tan alterada: uno, distinguir el grano de la paja (no es lo mismo cobrar una dieta y declararla, que retirar en efectivo 400.000 euros de una tacada sin rendir cuentas ante nadie); y dos, que actúe de una puñetera vez una Justicia que no tenga miedo a los poderosos ni se tiente la ropa a la hora de meterse con los jerarcas, peces gordos del PP y amigos de pupitre de Aznar que, con Blesa a la cabeza de su safari infinito, saquearon Caja Madrid mientras la hundían en la miseria, llevando a la ruina absoluta a sus pequeños ahorradores.
Entristecedor es también que el vértigo de estos dos episodios haya sido sobrepasado en apenas 24 horas por la pandemia de pánico provocado por el ébola.
Ni la neurosis colectiva ni mucho menos la histeria son las respuestas adecuadas. Pero algún canal de expresión tiene que encontrar esta vez la fuerza motriz de la rabia ante la "cadena de errores" que condujo a que, súbitamente, como en una pesadilla, se haya "importado" o "inoculado" en Europa una enfermedad grave, altamente contagiosa y, por lo que sabemos, las más de las veces mortal.
Esta mezcla de arrogancia despótica, irresponsabilidad y propensión incurable al señalamiento de chivos expiatorios (que incluye, trágicamente, a la propia enfermera infectada por el virus), sin asumir jamás ninguna responsabilidad en primera persona, singular ni plural, lleva también la inconfundible huella dactilar del PP.
En el Parlamento Europeo, la candidatura de Cañete a la Comisaría de Energía y Cambio Climático ha reportado una ocasión para que toda Europa sepa que había engañado previamente al Congreso de los Diputados acerca de sus intereses. Y que, en lo peor de esta crisis que ha golpeado abrupta y prolongadamente a España, con una tasa de paro que compite con la griega y una desigualdad que es campeona en la UE, con una mano el PP español se permite todavía pagar jugosos sobresueldos a sus altos cargos y dirigentes, mientras que con la otra blasona hipócritamente de "regeneración", asfixiando a la oposición, reprimiendo la manifestación de las calles, y retomando el control y la manipulación groseramente partidaria en RTVE.
Pero algo hay que hacer, sin duda.
Ahora, y estamos tardando. Porque el sacrificio de Excalibur es una oscura metáfora de la enormidad del hartazgo que se resiste a resignarse a ser mascullada entre dientes, en una impotencia sorda.
La gente tiene mucha rabia. Y esta rabia no se pasa, sin más, matando al perro. A la vista está: muerto el perro, continúa la rabia. Y continúa creciendo.
Lo he escrito muchas veces ya: no acepto que ante estos desmanes y desafueros la respuesta sea la brocha gorda ni la descalificación de todo lo que se mueve. Necesitamos respuestas, y no sólo mensajes de indignación. No acepto tampoco el dicterio de que todo esto alimenta inexorablemente el auge del populismo en España.